Este texto trata de
dos papeles rasgados con dos notas que Jacques Lacan entregó a Jenny Aubry en
octubre de 1969, poco antes de dictar su seminario número 17, “El reverso del
psicoanálisis” y cuya publicación implicó la hechura de un texto coherente dada
una inversión en el orden por parte de Jacques-Alain Miller – a quien Jenny
Aubry entregase esos papeles -; es decir, lo que figura de segundo es lo
primero y viceversa o, como quien dice,
al parecer, en el orden de entrega, primero está el fracaso de las
utopías comunitarias y luego ese otro fracaso, lo que dice de lo que no anda,
el síntoma. Como sea, lo que sí parece ser tal,
es que Lacan seguía los trabajos del grupo de Jenny Aubry con niños,
especialmente con niños abandonados que sufrían de fuertes problemas psíquicos.
Herramienta informática para el cursado de Psicología Clínica IA. Facultad de Psicología. UNR.
compañeros infaltables
sábado, 30 de agosto de 2014
GUÍA DE LECTURA UNIDAD 5.
GUÍA DE LECTURA UNIDAD 5.
Peusner, Pablo. El
sufrimiento de los niños. (primera parte)
Capítulo 1.
1-
Utilización del genitivo. Ambigüedad en los
significados.
2-
Diferencias entre niño sujeto. Consecuencias.
3-
Relación entre cantidad y Otro de la acción
específica.
4-
Series complementarias freudianas y retrabajo
realizado por el autor.
5-
Cuando el niño es el que sufre.
6-
Cuando el Otro es el que sufre por los niños.
7-
Escila y Caribdis. Reseñe y articule con la
argumentación del capítulo.
8-
Qué demandan los niños al analista?
Capítulo 2
1-Diferencia entre escenificación de la
amenaza de castración y amenaza de castración como concepto articulable a una
estructura .
2- Escena del nacimiento del hermanito.
Momento desencadenante. Castración del Otro.
Capítulo 3.
1-
Relacione Organización genital infantil y
sufrimiento de los niños.
2-
Pasaje de la amenaza al Complejo de castración.
3-
Elección forzada.
4-
Complejo de castración y complejo de Edipo
femenino.
5-
La castración como premisa.
6-
Qué espera es el tiempo del sufrimiento de los
niños?
viernes, 15 de agosto de 2014
CONFERENCIA EN LOVAINA
CONFERENCIA EN LOVAINA
Jacques
Lacan
Jacques Lacan à Louvain. Conferencia
pronunciada en la
Universidad
Católica de Lovaina, el 13 de Octubre de 1972.[1]
Fuente: http://es.scribd.com/doc/74694552/Jacques-Lacan-Confer-en-CIA-en-Lovaina#download
Puesto que se ha tenido la bondad de presentarme, voy a
entrar en la difícil tarea de hacerles escuchar esta noche, digamos, algo. Les
agradecería, a las personas que están en la periferia, que me señalen, de
la manera que les convenga, si se me escucha bien; como no me gusta mucho
este tipo de utensillo {Lacan se refiere
al micrófono}, me lo coloqué debajo de la corbata. Pero, si por azar,
eso constituye un obstáculo, tengan la gentileza de decírmelo. ¿Se escucha?
¡No se escucha! {risas del público}
Y así, ¿se me escucha? ¿Anda? Entonces, la corbata, pues, era un obstáculo.
Recién tuve el placer de tener frente a mí lo que yo había pedido, lo que yo
había pedido a J. Schotte y a Vergote, a saber, algunos de ustedes, que me han
formulado preguntas que, como se los he dicho, me interesan, me interesan
mucho, me interesan mucho en cuanto que toda pregunta no se funda nunca sino
en una respuesta. Es cierto. Uno no se formula preguntas sino siempre ahí
donde uno ya tiene una respuesta,[2] lo que parece limitar
bastante el alcance de las preguntas; sin embargo, eso era para mí una
ocasión de medir lo que, para cada uno, era una respuesta[3]. Evidentemente, para cada
uno, las respuestas difieren. Es incluso lo que hace obstáculo a lo que tan
gentilmente se llama la comunicación {risas
del público}; en fin, veo que tengo un auditorio. La comunicación, qué
gente simpática, la comunicación, eso hace reír; y bien, eso es para mí un
muy vivo estímulo; si ustedes ya han llegado a eso, vamos a poder avanzar un
poco, un poco; no me pidan más.
He tomado, así, algunas notas en un papelito, cuando[4] terminé con las 25 o 30
personas que tuvieron la gentileza de responder a la invitación de mis
huéspedes. Estaba tan contento, puesto que jamás me sucede que me extracten
25 personas antes, para que yo tenga una idea de con quién voy a hablar[5]. Estaba tan contento, que
me quedé con ellos hasta las seis y media, cuando yo estaba ahí desde las
cuatro, y, desde luego, eso no permite la preparación de lo que se llama una
conferencia. Jamás tuve la menor intención de darles una conferencia, pero
tengo una enseñanza; he hecho eso durante, sí, durante un muy largo tiempo,
en fin, lo hice durante 17 años, y crean que yo lo preparo; pero para, en
principio, venir a hablar a personas que forzosamente no tienen de todo
eso más que esta cosa curiosa, en fin, ¿no?, esta cosa que se propaga por
vías impersonales, que se propaga por vías imperceptibles, y ciertamente
desconocidas por mí, las que hacen que siempre he debido creer más bien en
lo que se llama mi audiencia. Entonces, tras las
preguntas que se me formularon hasta aquí, verdaderamente, no podía hacer
otra cosa que decirme que improvisaría, como se dice, lo que no quiere decir
nada. Yo no improviso, desde luego, no improviso, aunque tenga a mi
alrededor un número de cabezas mucho más considerable que lo que esperaba;
digo esto porque sólo veo eso, cabezas. Son muy cautivantes, las cabezas. Es
incluso tan cautivante que eso a menudo se las da vuelta. Y bien, créanme si
quieren, los dejo libres, eso a mí no me la da vuelta; eso no me la da vuelta
porque soy un analista y, por este hecho, no pienso, de cada uno de ustedes,
que todo pase por ahí, bien lejos de eso. Eso no impide, desde luego, que a
causa de algunos términos de los que me sirvo en algunos medios que son,
como por azar, medios llamados analíticos, se diga que yo hago un
psicoanálisis intelectualista, bajo el pretexto de que yo he partido — el
día en que, como siempre, resultaba que me encontré así, fuera del campo de
lo que se llama la sociedad psicoanalítica llamada internacional. No es porque
yo me haya salido, eso hay que saberlo bien; jamás me he salido del sitio
donde yo tenía personas que tenían conmigo una experiencia común; pero, en
fin, resulta que en ese momento, ése era el momento de la fundación de una
de esas sociedades filiales que constituyen la fuerza de un cierto
agrupamiento, resultó que alguien había pensado así, por razones de
política, que no estaba mal, a pesar de todo, hacer que en ese momento se
responda a una demanda que era evidentemente la de la formación analítica.
Saltó alguien para actuar como se actúa en todas partes, en fin, es decir,
que si uno no está más de acuerdo, uno dice “Presento mi renuncia”; entonces
esta persona, a la que quiero mucho, al fin de cuentas la quiero mucho, no
estoy loco por eso, pero, en fin, la quiero mucho, esta persona presentó su
renuncia a la In ternacional;
no me lo habían dicho, eso se hizo la víspera del día que debían encontrarse
conmigo para fundar un nuevo grupo. Si me lo hubieran dicho, yo le habría
dicho: “de todos modos consulte los estatutos”. ¿Qué consecuencias tuvo
eso, presentar su renuncia? Eso siempre tiene consecuencias, hay que saber
cuáles. Entonces, resultó que, a continuación de eso, en un cierto congreso de
Londres, como las personas se habían comportado legalmente —rindo justicia y
homenaje a la persona de la que les hablaba—, ya no se pudo tomar la
palabra, lo que siempre es fastidioso cuando se trata de una cuestión en
debate. Eso volvió difícil, desde luego, la continuación de las relaciones,
sobre todo cuando la misma persona que había presentado su renuncia, ya no tuvo
más que una prisa, que era la de volver a entrar en el seno del Alma Mater Internacional.
En fin, todo eso son detalles.
La cosa de la que quisiera esta noche que ustedes tengan un
poco el sentimiento, porque supongo de todos modos que, aparte de las personas
que tienen ganas de acogerme aquí, en fin, no es el caso de todo el mundo, es
lo que es el psicoanálisis. En el punto al que he llegado, y en el que
ustedes no están, desde luego, he llamado a eso un discurso. Naturalmente,
hay que saber lo que yo entiendo por eso, un discurso; lo que yo entiendo por
eso, es lo siguiente: un discurso, es esta especie de lazo social, es lo que
llamaremos, si estamos de acuerdo, si les parece bien, el ser hablante, lo
que es un pleonasmo, ¿no? Es como, porque es hablante, que es ser, puesto que
no hay ser más que en el lenguaje. Entonces, el hablante —el hablante, todos
ustedes lo son, en fin, al menos lo supongo—, el hablante que todos ustedes
son, se cree ser en muchos casos, en todo caso en éste; es suficiente creerse
para ser, de alguna manera, este ser hablante, generalmente clasificado como
animal, es completamente, a justo título, este ser hablante clasificado
como animal, es completamente sensible que tiene lazos sociales; en otros
términos, no es su condición común la de vivir en solitario. No solamente eso
no es su condición común sino que, al fin de cuentas, no lo es jamás. No
obstante, pasa su tiempo soñando {con que} bien podría serlo. De ello
resultan encantadoras novelas, como Robinson
Crusoe. Qué podría ocurrirle si estuviera solito, no se puede decir que
no aspire a ello. Pero, vean, si hay una cosa que está muy clara en ese tipo
de mitos que siempre vuelven a brotar, es que hay algo, en todo caso, que no lo
abandona, {y} es justamente eso, que él sea hablante: cuando está
absolutamente solo, continúa hablando; en otros términos, continúa, como se
expresa nuestro querido amigo Heidegger, de quien hablamos recién, en la
cena, continúa habitando el lenguaje. De ahí que, de todos modos, es preciso
que yo sondee un poco las cosas. Hay que partir de ahí. Pero cuando está en
una isla desierta, habita el lenguaje y, de alguna manera, hasta sus menores
pensamientos le vienen de ahí; estaríamos muy equivocados de creer que, si
no tuviera lenguaje, pensaría; no es que piense con, es el lenguaje el que
piensa; y luego, él recibe de eso tantas más cosas cuanto más tiempo haya
estado ahí adentro, y no es una razón, porque haya tenido un pequeño
naufragio, para que eso cese.
Hablábamos del animal, y recién, me formularon preguntas.
Debo decir que ellas me interesaron tanto más cuanto que es sobre eso que iba
a modelar lo que podía tener para decirles. Se ha hablado de un cierto
Szondi, por quien tengo mucha estima, aparte de esto, como lo he subrayado
bien, eso no tiene estrictamente ninguna relación con el discurso analítico.
El discurso analítico forma parte de esto que podemos saber, en todo caso con
una entera certeza, es lo mínimo que se pueda decir, esto es que todo lo que
se edifica entre esos animales llamados humanos, está construido,
fabricado, fundado sobre el lenguaje; eso no quiere decir que los otros
animales sociales, en fin, ustedes seguramente han oído hablar de ellos, las
hormigas, las abejas y algunos otros ejemplos distinguidos sobre los cuales nos
hemos inclinado, como se dice, sobre los cuales pasamos nuestro tiempo
observándolos, nosotros, seres lenguajeros — tienen algo, no se sabe qué,
por otra parte, estamos reducidos a decir que es el instinto, algo que los
mantiene juntos. Parece difícil no darse cuenta de que lo que hace que los
seres humanos se mantengan juntos, ellos también, eso tiene relación con el
lenguaje. Yo llamo discurso a ese algo que, en el lenguaje, se fija, se cristaliza,
que usa de los recursos del lenguaje, que evidentemente son mucho más amplios,
que tienen más recursos, que usa de eso para que el lazo social entre seres
hablantes funcione. Es a continuación de eso que, hablando de aquello de lo que
nos ocupamos, he tratado de dar a esta idea una pequeña cristalización; eso
me ha permitido distinguir primero a aquel que sigue estando en la base —como
todo el mundo, ustedes conocen un poco de eso—, es lo que se llama, en fin,
lo que yo he llamado así, pero no he sido el primero, los caminos ya estaban
desbrozados por un cierto número de personas, el discurso del amo. Ustedes
ven a dónde hemos llegado, llamamos a eso el discurso amo {maître: “amo”, “maestro”}. Maître, es decir el magistrado,[6] es de eso que ha heredado
la lengua francesa. Ahora bien, está claro que eso antes se llamaba el discurso
de la dominación. Pero las cosas ya habían deslizado, hay que creerlo, para
que llamemos a eso el discurso del amo; es decir, es lo que ya aparece en un
título del llamado San Agustín, el magistrado, de magistro.[7] Magistrado, eso no es
nada, eso es lo que se llamaba, hasta un cierto momento, el pedante, es decir,
aquél a quien el amo confiaba sus niños; pero ahora es el pedante quien tiene
la magistratura, hay que tener eso en cuenta y distinguir, a pesar de todo,
por algo, ese pequeño..., en mis esquemas eso da un cuarto de vuelta. (Lacan
está hablando aquí por un cuarto de vuelta del discurso universitario, el
pedante, el “que sabe” en el lugar del agente)
Es cierto que todos, aquí, tantos como son, ustedes están
incluidos en este segundo tipo de discurso. Ustedes esperan algo de un acceso
a esta especie de poder que confiere lo que ha sido promovido, por el cuarto de
vuelta en cuestión, a un cierto lugar que llamamos el saber. Esta es una
revolución histórica; de ningún modo se trata, desde luego, que yo haga unas
etapas, de todo eso. Efectivamente, en el poquito que sabemos de historia,
podemos, pero eso vacila, podemos concebir el momento en que el saber se ha
dado el poder; eso quiere decir que, si podemos concebirlo, eso quiere decir
que eso no estaba antes, y en efecto, el verdadero amo, el dominus, tiene necesidad de no saber
nada. Lo único que es preciso, como me he expresado, así, es que eso marche.
El que tiene que saber algo, es aquél que está encargado de que eso marche, es
decir, lo que un tal Hegel llamó el esclavo. Por otra parte, es siempre entre
los esclavos que se eligieron a los pedantes, porque se sabía bien que los
había que sabían algo. Y luego, eso se puso a girar así, suavemente, y
llegaron otras cosas, cuyo gráfico no les voy a hacer. Por qué brinco, por qué
salto hemos llegado a un punto en el que hay al menos una persona, en fin,
que, yo... yo entre otros, pero en fin, de todos modos yo, quien, así, he
hecho una pequeña operación de desbrozamiento para tener la idea de que es
en ese rango que hay que colocar el discurso analítico. Qué quiere decir
eso, el hecho de que ese pequeño trajín, así, que hubo alrededor de Freud,
haga ahora... que ustedes estén ahí, tan numerosos, y que el psicoanálisis
les preocupe, les plantee problemas, eso incluso les deja la idea de que ahí sucede
algo importante, en fin, a lo que se podría recurrir cuando todo el sistema,
en fin, ya no marchara muy bien; como yo decía recién, es cierto, en fin, que
hay pequeños anuncios así, de que eso ya no marcha muy bien. Entonces, ¿qué
idea pueden tener ustedes del discurso analítico? A pesar de todo, en seguida
haré hablar de una manera muy pertinente, en fin, de ese Szondi, como alguien
que sin duda ya guiado, trabajado por el discurso analítico, había querido
hacer una especie de puente entre lo que estaba fomentado en ese discurso y,
bueno, la condición de todos modos fundamentalmente animal en la que está
ese ser hablante que se cree ser.
He sido así un poquito arrastrado a hacer observar que,
sobre el asunto de la biología, ahí, el psicoanálisis, en fin, no ha aportado
gran cosa, y sin embargo sólo tiene eso en la boca: las pulsiones de vida, en
fin, y “yo te cloqueo”, las pulsiones de muerte. En fin, de eso les ha llegado
algo, ¿sí o no?, porque sin eso, paso, sí o no, más bien sí o más bien no. ¡Ah!
Hay que desconfiar de toda esa charlatanería {aplausos}. ¡Un poquito de seriedad!... La muerte es del dominio de
la fé. Ustedes tienen mucha razón en creer que van a morir, desde luego; eso
los sostiene. Si no creyeran en eso, ¿podrían soportar la vida que tienen? Si
uno no estuviera sólidamente apoyado sobre esta certeza de que eso terminará,
¿acaso podrían ustedes soportar esta historia? Sin embargo, no es más que un
acto de fé. El colmo de los colmos, es que ustedes no están seguros de eso.
¿Por qué no habría uno o una que viviría hasta los 150 años? Pero, en fin, a
pesar de todo, es ahí que la fé vuelve a tomar su fuerza. Entonces, en medio
de eso, ustedes saben lo que les digo al respecto, yo, porque he visto eso,
hay una de mis pacientes —hace mucho tiempo, de manera que ella ya no escuchará
hablar de esto, sin lo cual yo no contaría su historia— ella un día soñó, así,
que la existencia volvería a brotar siempre por sí misma, el sueño pascaliano,
una infinidad de vidas sucediéndose a sí mismas sin fin posible; se despertó
casi loca. Ella me lo contó {risas en
el auditorio}. Desde luego, yo no lo encontraba divertido. Pero, vean, la
vida, eso es algo sólido {Lacan golpea
el escritorio}, sobre lo cual vivimos, justamente. En la vida, desde
que uno comienza a hablar de ella como tal, la vida, desde luego, nosotros
vivimos, eso no es dudoso, incluso nos damos cuenta de ello a cada instante.
A menudo, se trata de pensarla, tomar la vida como concepto; entonces, ahí,
nos ponemos al abrigo todos juntos, para recalentarse con un cierto número
de bichos que nos calientan, naturalmente, tanto mejor cuanto que para lo que
es de nuestra vida, la de nosotros, no tenemos ninguna idea de lo que es.
Gracias a Dios, es el caso decirlo, ¡El nos ha dejado solitos! Desde el
comienzo, desde el Génesis, había innumerables animales. Que sea eso lo que
haga la vida, tiene la mayor verosimilitud, es lo que nos es común con los
animalitos.
Primera aproximación, es algo hermoso, la vida, como
ustedes saben, eso se mueve, es caluroso, en fin, es sensible, en fin, es conmovedor.
Entonces, uno comienza a pensar, uno piensa, Dios sabe por qué, que la vida se
conserva; de todos modos eso es un signo, en fin, de que ahí pasa algo un poco
más serio. Para que eso dure, es preciso que eso se conserve, eso hace lo que
es preciso para conservarse, lo que comienza a complicar un poquito más las
cosas. Lo que es muy serio, en fin, se los digo porque quisiera de todos
modos tratar de decantar un poco lo que les llega del psicoanálisis, el cual,
desde luego, no está tan pegado a esta tontería. Es suficiente, en fin, un
poquito de coco, ¿no?, para darse cuenta de que de ningún modo es eso, la vida
de ningún modo es forzosamente lo que se mueve, ni lo que hace cosquillas,
ni lo que hace lo que es preciso para conservarse. Hace un tiempo excesivamente
largo que nos hemos dado cuenta de que la vida, en fin, es precisamente de la
vida que se trata en el vegetal. Si me atrevo a decirlo —digo “si me atrevo”
puesto que voy a retomarlo, voy a considerarlo otra vez—, muy tempranamente
fue sentido nuestro parentesco de vivientes con el árbol; parece, por lo poco
que sabemos de historia, que las innumerables metamorfosis con las que el
mito antiguo nos expresaba sus verdades nos testimonian de ello. De manera
que, por asombroso que eso pueda parecerles, resulta que no se tuvo necesidad
de los últimos progresos de la biología, ¿no?, no se tuvo necesidad de mi querido
amigo André Jacob, para poner el acento sobre esto, que es el único rasgo característico
de la vida: que eso se reproduce, porque para todo lo demás, hasta nueva orden,
ustedes siempre podrán buscar lo que es la vida.
Pero no se ha esperado a André Jacob, yo lo he nombrado porque
es mi amigo, de ningún modo se tuvo necesidad de esperar eso para que nos
diéramos cuenta de que no era más que eso, a saber, que decir, como lo he
dicho recién, que eso hace cosquillas, eso quiere decir que eso goza o que eso
sufre, es del mismo orden; eso tiene un cuerpo. ¿Acaso el árbol tiene un
cuerpo? Los antiguos, como los llamamos, no dudaban de eso; como prueba, y
sólamente como prueba, pero esto no es nada, como prueba {están} los mitos de
metamorfosis. Cuando dije “muy tempranamente”, ustedes ven en seguida la
ambigüedad: ¿eso quiere decir que ellos eran más astutos de lo que nos
esperábamos, o quiere decir que eran más sabios, quizá, que nosotros? Esa es
la cuestión, la cuestión del saber. Nosotros sabemos no pocas cositas que nos
parecen, naturalmente, que forzosamente no tienen relación con lo que sabían
los otros, los que nos han prédécédé[8]predecesado en este planeta, en fin,
de los que tenemos huellas, algunos documentos; pero no podemos tener, por
definición, ningún tipo de idea de las cosas que ellos sabían, y que quizá
nosotros ya no sabemos. Pero la cuestión del saber, y particularmente del
saber del esclavo, del saber que ahora nos rige, sigue estando enteramente
en suspenso. Lo que yo quisiera decirles es eso, es que hay algo que ya, cuando
conservamos de eso, así, una pequeña máquina flotante que se llama el Menón, de Platón, y que plantea la
cuestión: la ciencia, definida como lo que se transmite como saber, está al
margen de la opinión verdadera, la que no se define sino por esto: que ella
no es la ciencia, es decir, que no hay modo de transmitirla, pero que no es por
eso menos verdadera, y que estamos por eso reducidos a recurrir a ella, así,
cuando la encontramos, es decir, a darnos cuenta de que, para dar el brinco que estoy forzado a dar, a falta de poder
eternizar este discurso, que hay una cierta manera de cerrar su frase
alrededor, lo que hace que eso tenga efectos, quiero decir, que algo cambia
para quien es alcanzado por esta frase; no por eso la opinión verdadera está
menos caída del asunto, pero eso tiene sus efectos sobre aquél que se engancha
a esta frase. Yo pregunto, pregunto lo que podemos imaginar del psicoanálisis
si no vemos que ésa es la cuestión, a saber, por qué algo que tiene un cierto
objetivo, por ser dicho tiene algunos efectos. De todos modos, está claro que
el psicoanálisis no opera por medio de ningún otro instrumento. El recurso que
habitualmente se ha hecho al efecto llamado de transferencia, a saber, {que}
a fuerza de verse durante algunos días, uno termina por ser completamente cautivado por un cierto ser, y
luego, después, ¿qué imagen ofrece ese ser que está ahí, en su sillón, para
escucharlos? ¿Qué ejemplo? ¿Qué enseñanza? Entiendo que el amor lleva lejos,
pero de todos modos, raramente se ha visto en el amor un partenaire así {risas}.
Además, tras haber recurrido a este juego de prestidigitación, esto es todavía
demasiado, es un amor sin duda transferido, ilusorio, es mi mamá, es mi papá
que yo amo en tí. Freud era, a pesar de todo, un poco más serio, a pesar de
todo ha dicho que la transferencia es el amor, pura y simplemente. ¿Por qué
se ama a un ser así? Dejo por el momento la pregunta en suspenso. He dado de eso, en fin, una fórmula, y es a
propósito de la transferencia que he hablado en unos términos que están
llenos de trampas, como de costumbre, como en todo lo que digo, desde luego
—por qué diría otra cosa que aquello de lo que se trata, justamente, cuando se
trata del inconsciente, a saber, que el lenguaje jamás tiene, jamás da, no
permite jamás formular sino unas cosas que tienen tres, cuatro, cinco, veinticinco
sentidos?—, el sujeto supuesto saber. Desde luego, es cierto que durante un
cierto tiempo se ha podido creer que los psicoanalistas sabían algo, pero eso
ya no está muy extendido {risas}.
El colmo de los colmos, es que ni ellos mismos lo creen ya {risas}, en lo cual están equivocados,
pues, justamente, ellos saben una parte, pero, exactamente como para el
inconsciente en lo que es su verdadera definición, ellos no saben que lo
saben. Entonces, eso tiene otro sentido, no es un señor o un colega o alguien
que es supuesto así, saber. Recién, a la salida, alguien me dijo que mi
discurso se apoyaba un poco demasiado sobre no sé qué saber absoluto; si hay
alguien que piensa que el saber absoluto es precisamente la fisura, en
fin, absolutamente irremediable en toda la fenomenología que se dice del
espíritu, de Hegel, si hay alguien que lo subraya a lo largo, a lo ancho, de
través, soy yo, precisamente. El pensamiento, bajo pretexto de ese desarrollo
fabuloso, justamente, del discurso del amo, no es por azar que Hegel haya dado
su coronamiento: el progresivo ascenso del esclavo, quien en Hegel, muy
pertinentemente, es supuesto, en efecto, ser el soporte del saber, se elevará
hasta lo absoluto, la potencia del amo, y que eso será lo que conjugará el
saber con lo absoluto, es verdaderamente uno de los más... en fin, es la
dialéctica, lo que es decir todo. Hay que guiarse por el faro de la
dialéctica: no hay nada mejor para estar seguro de dar vueltas en redondo.
Entonces, retomemos nuestro hilo. Esta vida, esta vida en
relación a la cual nos cuidamos de abrir la boca en cuanto a que es lo que
más seguramente está consagrado a la muerte, esta vida con la que nos llenamos
la boca, ¿en qué sentido vale servirse de ella? Lo que estoy tratando de
enunciar en sus comienzos, en esta entrada en materia, es lo siguiente: el uso
que hacemos de metáforas; es decir, que ahí donde somos capaces de dar cuenta
del menor comportamiento, en fin, de todos modos: está la cubierta, el
paraguas de la vida es así porque es la vida. Está claro que, por poco que nos
apoyemos en el uso de esta palabra, sólo puede llegar al final, en todas
partes donde se ha osado emplearla de una manera que ha tenido
consecuencias, y no de una manera fútil.
Ahí donde se ha
hablado de “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, la vida viene en último lugar,
y aún, si ustedes hojean un poco en toda esa literatura, la vita nuova, eso quiere decir que es preciso desembarazarse de
no pocas cosas, que son generalmente consideradas como de la vida, para que
llegue la vida nueva. Ella es siempre el resultado de algo que ante todo es
desbrozamiento de sentido, y como se dice, tratar de darnos un sentido a la
vida. Entonces, la mejor manera de comenzar a darle un sentido, es no creer
que ella misma es el sentido. Sucede que ella sea el resultado del sentido.
Si hay una cosa absolutamente cierta, es que de ningún modo es en dar un
sentido a la vida que desemboca el discurso psicoanalítico. El da un sentido
a montones de cosas, a montones de comportamientos, pero le da, no el sentido
de la vida, tampoco por otra parte nada que comience a razonar sobre la vida.
Cuando el biólogo, el behaviorista, comienza a considerar cómo se comporta
eso, puede en efecto hablar de lo que recién llamaba conservarse, y si
empuja un poco más las cosas, hablará de supervivencia. ¿Sobrevivir a qué?
Esa es la cuestión. Para lo que es del ser hablante, hay algo que se llama el
acto, y eso constituye ahí, sin la menor duda, el sentido; la característica
del acto en tanto que tal, es exponer su vida, arriesgarla; es estrictamente
su límite. No me voy a poner a exponer la apuesta de Pascal, para decir que
la vida, para quien piensa y siente un poco, no tiene estrictamente más que un
sentido, poder jugarla. ¿A cambio de qué? De innumerables otras vidas, sin
duda. No deja de ser cierto que aquello de lo que se trata es de jugarla, es
la apuesta. Hasta el punto al que hemos llegado, es que el discurso, el
discurso del amo particularmente, y eso Hegel lo ha visto muy bien, es
que fuera del riesgo de la vida, no hay nada que dé un sentido a dicha vida.
Otra forma de desciframiento es lo que yo pongo en juego
aquí; otra forma de desciframiento nos es propuesta, pero lo extraño es que
eso no parta más que de otro discurso. Hay huellas, en el comienzo del discurso
de Freud, de referencias a la vida. Se trata de un discurso, de un discurso del
que él enseña, el de la histérica, y este discurso, ¿qué es lo que descubre?
Muy precisamente, un sentido. Y este sentido, por relación a todo lo que
hasta entonces se ha evaluado, es otro. Es, voy a decir, la o el, digamos
para desbrozar la cosa, es el goce {la
jouissance}; pero si ustedes ponen la cosa en dos palabras, con un
guioncito, es el go-sentido o sentido-gozado {le joui-sens}. No hay una sóla de las palabras de esas
bienvenidas, esas bienamadas —llamé Aimée
{Amada} a la enferma de mi tesis, de la que hablaba hace un momento, no era
una histérica—, no hay una sóla de las palabras de esas histéricas de las
que no podamos denunciar qué hilo, hilo de oro del goce, las guía; y es
también muy precisamente por eso que este discurso enuncia el deseo, y
constituye este deseo para dejarlo insatisfecho. Freud nos guía y nos ha dado,
es cierto, un nuevo discurso que hace, ustedes ni siquiera se percatan de
eso, que todas las maneras que tenemos de abordar el sentimiento, el
incidente, la afectuación[9] de algo en un cierto campo,
todos ustedes, no hay necesidad para eso que estén en análisis, ni que sean
analistas, ustedes saben interrogarlo de una manera de la que no hay nada en
toda la literatura pasada, incluso si tal como está hecha testimonia de dar
vueltas alrededor de eso. Recién hablaba de un novelista, Georges Meredith,
quien escribía completamente al comienzo de este siglo o incluso un poquito
antes, cuando lo leemos, en fin, si podemos sentir, en fin, qué quemante
justeza, qué divinidad cómica lo guiaba, es en términos que eran estrictamente
impensables en la era victoriana en la que esta novela apareció.
Quién, pues, antes de Freud, era capaz, a propósito de un
duelo —a pesar de todo es algo que volvemos a encontrar cada tanto, no a menudo—,
a propósito de un duelo guiado, no por cualquier hilo, porque Freud desde
luego escribió sobre el duelo, pero quién puede traducir eso en términos
sensibles. Cuando en Duelo y melancolía,
literalmente yo no he tenido, para decirles todo, más que dejarme guiar; en
fin, si un día inventé lo que era el objeto a
minúscula, es que eso estaba escrito en Trauer
und Melancholie. La pérdida del objeto, ¿qué es este objeto, este objeto
que él no ha sabido nombrar, este objeto privilegiado, este objeto que no
encontramos en todo el mundo, que sucede que un ser encarna para nosotros? Es
precisamente en ese caso que es preciso un cierto tiempo para digerir su
duelo, hasta que este objeto, uno se lo haya resorbido. Esto está claramente
dicho, escrito en Freud. Pero en nuestros días hay un montón de personas que,
sin haber leído jamás este texto de Freud, pero simplemente a causa de lo que
circula, de todo lo que pasa así, en la conciencia común, como se dice, son
capaces de decirse “eso no es un verdadero duelo”, y discutir la cuestión. Es un jueguito masoquista, por ejemplo. En nuestros
días, hace quince años que sabemos servirnos del término “maso”: “él es
maso”, “tú eres maso”, “yo soy maso”, “él es maso”, eso se conjuga. Y todo
el mundo sabe que “maso”, es de relumbrón. “No es un verdadero duelo”, está
al alcance de todo el mundo, eso. En fin, ¿acaso se imaginan a esta cuestión,
discutida antes de Freud? Yo he escuchado eso con mis orejas, y es lo que
prueba que, a pesar de todo, ha ocurrido algo. Sí. Esta dimensión del
sentido, al estar identificada al goce, con esto de más, ¿eh? —es para eso
que servía mi pequeña historia de hace un momento—, es que esto no es
simplemente lo que ya estaba al alcance de todo el mundo, sino que nadie
jamás había expresado antes, la conciencia, el pensamiento, el dominio, en
fin, un muy gran número de categorías que también tenían su valor, pero que a
pesar de todo estaban un poco pulverizadas. Hemos explicado muchas cosas,
pero a pesar de todo no todas, de las que a pesar de todo hemos heredado,
heredado en el uso, ¿no?, que hacemos de ellas. No necesito evocarles que
incluso había filósofos, escuelas así, un poco particulares, que habían
encontrado que el goce merecía una mención, ¿eh?, porque no se engañen,
Epicuro, en fin, eso de ningún modo es el goce, es el placer, y el placer
consiste en que, como se dice, la tensión sea lo más baja posible. Menos hagan
con eso ante todo, vale más, pero menos sienten eso también, más agradable
es. No hay la sombra de búsquedas de goce, y entre nosotros, ¿quién lo busca?
Respuesta: los perversos; eso es la enseñanza de Freud. Los hay que están
mordidos por el goce, y por eso están listos para todo. Eso los lleva lejos,
sin duda, pero no los lleva en cierta vía con la cual a pesar de todo podríamos
imaginar algunas relaciones, esto es, el goce sexual. Es cierto que hay en
Freud esto, ante todo, que consiste en mostrar que el goce sexual es el
punto ideal por relación al cual se localizan los diversos goces perversos,
esto por una parte, y por otra parte, que todo tipo de comportamientos que
juegan con el deseo, juegan con él de tal manera que, de lo que se trata, es
que en ningún caso se desemboca en el goce, y esto se llama la neurosis.
Los dos descubrimientos, las dos brechas que abrió Freud,
es eso; los Tres ensayos sobre la
sexualidad, es eso lo que quieren decir. En El malestar en la cultura, ahí, esa especie de grito que zanja
tanto más cuanto que, por relación al conjunto de su discurso, en fin, eso desentona,
que el goce sexual es sin ninguna duda, en fin, el momento del goce. De todos
modos, hay algo que queda al margen, esto es que todo lo que él demuestra en
el comportamiento humano, es que si hay algo para lo cual está hecho el
comportamiento, es para defenderse del goce. Freud, pues, ha aportado eso;
todo lo que él ha aportado como teorización que podemos llamar energética no
es más que la tentativa de fundar algo que se parezca a la física moderna, con
esta estofa, diría yo, este fluido, este algo hipotético que es el goce como soporte.
¿Qué quiere decir “principio de placer”, sino la transposición lúcida? Es tanto
más notable cuanto que él no se engañó un sólo instante respecto del sentido
de una cierta moral de la que hablé recién, bajo el nombre de moral epicúrea.
No había que entrar en ese juego del goce, eso es lo que era el placer. Freud
transforma eso en términos de niveles, del mismo modo que podríamos decir que
la física, la mecánica, la dinámica moderna, está fundada sobre el principio
del menor trabajo. Quiero decir que, para que algo pase de un nivel a otro,
pasará allí por el camino más corto, que todo el razonamiento respecto de ese
algo, en fin, mítico, espero que ustedes se den cuenta de ello, que se llama
la energía, ¿de qué se trata? Energía eléctrica, térmica, ¿la energía qué? ¿qué
quiere decir eso? Eso quiere decir simplemente que, cuando ustedes hacen la
cuenta al final, ustedes deben encontrar la misma cifra que al comienzo, y
como las cifras ustedes las fijan de manera completamente precisa sobre cada
“desplazamiento” del conjunto, ustedes las eligen de manera que al final eso dé
el mismo total; no es otra cosa, la energía. Freud no pudo haberse dado cuenta
completamente de eso, porque, como muchas personas, en fin, de su época, él
creía que la energía era otra cosa que un cálculo. Y entonces, ¿qué inscribe
él? Inscribe lo siguiente, que el principio del placer, del mismo modo que la
caída de los cuerpos en la ley del menor trabajo, el principio del placer es
la pendiente del menor goce. Y luego se da cuenta, en un segundo tiempo,
que eso no basta, y produce el más allá del principio del placer, ¿y qué necesita
él de ese más allá?, lo que él llama automatismo de repetición.
Es preciso dejarse guiar un poco así, sobre todo cuando no
tenemos un tiempo infinito para hablar, es preciso dejarse guiar un poco por
la lengua; no es sólo en francés[10] que repetición quiere
decir lo que quiere decir, es decir, dos veces o tres veces o una infinidad
de veces, la petición, es decir, la demanda. Y la repetición quiere decir que
la demanda no se detiene, y que nada la detiene. Y ahí, él está forzado a elucubrar
toda una mecánica del retorno que, desde luego, es mucho más que legible, que
es incluso traducible, del retorno de la vida a la muerte; y en efecto, por
qué no; aparte de esto, como acabo de hacérselos notar, que eso deja
completamente intacta la cuestión de lo que es la vida. Yo partí de ahí, eso
me fue inspirado por las preguntas recientes alrededor de Szondi, pero, en
fin, es completamente claro que ahí, la mecánica llamada del placer
encuentra su límite. No sólamente encuentra su límite, sino que lo encuentra de
tal modo que todavía hay muchos analistas para encontrar que la tasa de Trieb, para no traducirla por instinto,
la deriva de la muerte, eso no pega, ellos no andan en este asunto. Todo eso
reposando, desde luego, sobre el malentendido fundamental de que el placer
es el goce. En resumen, lo que quiero hacer observar, es que hay un cierto
segundo discurso de Freud, que es la tentativa de una economía, de un balance
de las cuentas, de una energética, para decir la palabra, que está inspirada
por el discurso científico, y que además no está de ningún modo forzosamente
al margen, pero que no tiene estrictamente los medios para impulsar su
articulación hasta unas consecuencias seguras que muestren ellas mismas su
falla, que pongan por delante el más allá del principio del placer en claro,
como lo que es, a saber, que lo que está más allá del principio del placer, es
muy precisamente todo lo que falla, todo aquello de lo cual se ocupa el analista,
es decir, esa repetición de una demanda, que de todos modos está ahí para algo,
para algo distinto que desembocar en el anonadamiento. Ahí hay algo que
insiste, y lo que insiste, es justamente lo que tiene más sentido, y este
sentido es del orden del goce. Freud, sin ninguna duda, se alcanza a sí mismo
a través de ese rodeo que se le impuso por el enigma de los hechos con los cuales
aprende a afrontarse, más allá del discurso de la histérica. Esto no impide
que, si hay un enigma, un enigma que él deja abierto, y que es aquello por lo
cual, en fin, se inicia aquello sobre lo cual, al final de todo, cae su pluma,
a saber la división, el clivaje de lo que él llama el Ich, a saber el sujeto, pues en el momento en que él se
desconcierta, por el hecho de que el Ich
esté dividido de él mismo, a saber, que persigue concurrentemente el deseo
contradictorio, ahí, en ese punto extremo de encuentro con esto, digamos
para ir rápido, que es el punto donde yo retomo la cosa. De todos modos, él había
planteado la cuestión llamada del narcisismo desde mucho antes, a saber... Por
el contrario, de donde yo he partido, como quizá una parte de ustedes, es, a
saber, bajo la especie de lo que he intitulado el estadio del espejo. Hay un
modo de goce imaginario que es éste, que el hombre se satisface de su imagen,
esa sombra, ese recorte, ese perfil, esa cosa de la que nos servimos en las
experiencias de etología, darle miedo a una gallina con un recorte de águila
o de halcón. Freud señala eso inmediatamente después de la guerra del 14. ¿Por
qué un objeto, en apariencia tan alejado de la función del goce, como ese
trampantojo, es el caso decirlo, que es ese doble, la imagen especular, cómo es
que eso puede constituir un punto de fijación?, es de ahí que Freud insiste,
señala en toda su segunda tópica, que es el verdadero fundamento de lo que
preside al yo {moi}. Si al final él
concluye en algo que se formula {como} la división del Ich, Spaltung, el
rompimiento del yo, es precisamente porque en ese momento algo, en fin, una
nueva vez, lo sorprende. ¿Lo sorprende en qué? Pero, en ninguna otra cosa que
en la coherencia, en la coherencia de lo que el sujeto manifiesta. ¿En qué?
En el inconsciente. ¿En el inconsciente en tanto que qué? En tanto que el inconsciente,
eso se lee. Es porque Freud lee, traduce, interpreta, interpreta dos síntomas,
de los que uno quiere decir lo contrario del otro, a saber, que en un caso
quiere tener a toda costa un falo, y en el otro caso no lo quiere tener a
ningún precio, que él habla, que él avanza en sus últimos escritos sobre los
cuales se termina su mensaje, de la
Ich-Spal tung, de la división del sujeto.
Si en un tiempo he hablado de retorno a Freud, era para
recordar a nivel de la experiencia, a nivel de una práctica, de una práctica
que sólo opera en el campo lenguajero, donde casi todo el tiempo es uno sólo
el que habla... A causa de eso, un día lo llamé así, porque yo tenía mi claque
para escuchar hablar del analizado, lo llamé el analizante; porque es
cierto, es él quien hace todo el asunto. Debo decir que eso tuvo éxito, jamás
había visto eso; incluso, a la semana, en el Instituto Psicoanalítico de París,
que, como ustedes saben, no está completamente de mi parte, todo el mundo
no tenía en la boca más que al analizante. No está mal, prueba que eso era
tocar justo; y luego, después de todo, ellos quizá no sabían que eso venía de
mí; eso se dice así, de boca en boca, pero, al fin de cuentas, quiero decir
que es muy posible, de todos modos hay cosas convincentes. Lamento no haber
tenido siempre tanto éxito.
He recordado lo siguiente: que a nivel de una práctica, no
hay necesidad de más allá. Recién se me planteó la cuestión de saber si yo no
hipostasiaba alguna cosa bajo lo simbólico, bajo lo imaginario, y aun dos
cosas diferentes; pero desde luego, completamente de acuerdo, pero,
hipóstasis, son necesarias algunas reservas. Es muy posible que yo hipostasíe
algo, ¡pero no me miren sólo a mí! No estoy seguro, pero, ¿qué hipostasía él,
así, un poquito, así, sin quererlo? Es justamente así que uno queda mal parado,
hipostasiamos dale que dale, todo el día. De todos modos, yo jamás he dicho que,
en fin, el logos, fuese algo, incluso en un punto ideal, algo que sea situable.
Jamás lo he dicho porque, verdaderamente, no lo pienso; esto no tiene ninguna
especie de importancia. Yo no pienso,
yo digo: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”, porque desde
la emergencia de esta noción aportada por Freud está claro que no se trata
sino de eso. Si el sueño significa
algo, es porque uno lo cuenta, y porque a partir del momento en que está
contado, uno ya no se plantea ninguna especie de pregunta respecto del hecho
de que es o no precisamente eso, verdaderamente, lo que uno ha soñado. Lo
importante no es lo que ha soñado, es lo que sale o lo que no sale. La prueba,
es que cuando vuelve después y dice “Ah, pero había olvidado eso”, todo está
ahí. Es que él ha puesto esta nota agregada en un segundo tiempo, y es
lo único que nos importa, lo ha dicho en un segundo tiempo, entonces, ¿trataba
de engañarnos, de engañarse? En todo caso hay algo cierto, él no lo contó en seguida;
en otros términos, todo lo que está declarando será retenido en su contra. Y
esto es lo único que importa, es lo que vamos a poder leer a través de eso.
Para eso, todos los modos de traducción son buenos, todos los golpes son buenos,
salvo, desde luego, que no es el analista quien los produce. Es porque es
inherente al significante el ser equívoco, que todos los golpes son buenos.
Es porque es ya de lo que hace equívoco que el analizante, el sujeto que
cuenta, se sustenta, y a partir del momento en que se dió cuenta de eso, que
lo primero, eso para lo cual sirve una lengua, lo que la distingue de la
vecina, son los juegos de palabras que se pueden hacer en esa lengua, y no en
esa otra. Cuando Freud tiene la suerte de tener un sujeto que posee dos
lenguas, no se priva un instante del asunto para equivocar también de una
lengua a la otra. Lo repito, a ese nivel, todos
los golpes son buenos. Y lo que acabo de decir sobre el sueño es igualmente
cierto, y todavía más sorprendente, para el lapsus, los que son... justamente
lo primero que ustedes encontrarán en la vida cotidiana, el tipo que saca
las llaves de su bolsillo en el momento en que llega a lo de su analista, por
ejemplo; todo el mundo comprende eso, y por eso me sirvo de esto. Abran en cualquier
página de la Psicopatología de la vida cotidiana, es en la manera
con la que el tipo cuenta su pifiada, su acto fallido, como se dice, es en la
manera con la que el tipo dice que se equivocó, es decir, que uno le demuestra
que él mismo acaba de decirlo: “creía que entraba en mi casa”. Y bien, vea,
mi viejo, pero sí, es eso, usted entró en mi casa y creía que entraba en la
suya. Y bien, él acaba de decirlo, yo no te lo hago decir, como se dice. Les
hago observar que ahí yo he pasado al plano de la gramática, porque no es
sólo en francés que “yo no te lo hago decir” quiere decir eso: “tú lo has
dicho”. Pero eso también puede querer decir: “yo te lo he hecho decir por nadie”
{je te l’ai fait dire par personne}.
Si ustedes creen que Freud, todo el tiempo, no usa más que del equívoco significante,
no tienen más que remitirse al texto para percatarse de que él se sirve todavía
más de la gramática, y que toda su especulación, ahí, al comienzo del Presidente Schreber, sobre el... “yo
lo amo”, “no es él a quien amo”, “no soy yo quien lo ama”, “es él quien me
ama”, y así sucesivamente, ¿no?, eso consiste en hacer malabarismos con lo
que no está inscripto, al fin de cuentas, sino en la gramática, porque, aparte
de la gramática, yo les pregunto qué relación hay entre el voyeurismo y el
exhibicionismo. Eso no se sostiene, en Freud, sino en un juego de gramática,
pero eso no impide prestarle fe.
Entonces, ahí de todos modos quisiera hacer observar lo siguiente:
yo he dicho que, así, en su momento, “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”; después de eso me
ví forzado a apoyar, a decir que ahí, eso quería decir que el lenguaje está
antes —¿pero acaso era eso lo mismo de lo que hablaba cuando dije que el inconsciente
está estructurado como un lenguaje, con la manera resumida con la que acabo
de tratar de hacérselos vivir?—, y luego, que después he dicho que el lenguaje
era la condición del inconsciente. Lo que es divertido, es que jamás se presta
atención a lo que yo digo, absolutamente jamás, porque el lenguaje, eso no
tiene nada que ver con un lenguaje. Nadie
vió jamás al lenguaje fuera de un lenguaje, pero eso no impide que el lenguaje,
a pesar de todo, quiera decir algo. Eso quiere decir algo de tal modo que hay
personas que, por creer en ello, las llamamos lingüistas. Ellos tratan de volver
a encontrar en cada lengua algo que sería el lenguaje. Quizá llegarán a ello,
incluso podemos decir que están en el camino, pero son pareceres. En cuanto
a mí, los lingüistas son personas que me gustan mucho, y todo el mundo, en
fin, casi todo el mundo, está irritado por el caso que yo hago así, un poco
a tuertas y derechas, de la lingüística; en todo caso, los lingüistas están
exasperados. Sí, ellos no saben lo que me deben; a pesar de todo, ellos me
deben muchos alumnos; es algo loco lo que se ha vertido de mi seminario
hacia la lingüística, ¿no?, para no hablar de algo de lo que puedo
testimoniar por medio de algunos nombres. Hace un momento, en fin, alguien me
decía así, que yo era, por juego, universitario. Dios sabe sin embargo que ése
no es mi tipo, y si ustedes me escuchan durante tanto tiempo, es porque yo
los distraigo del discurso universitario. Yo
he hablado de la metáfora y de la metonimia, así, en lugar de lo que Freud
había visto así, mucho antes que los lingüistas, para hacer comprender bien
las relaciones que trato de mostrar, en fin, del discurso psicoanalítico y
esta verdad afín de que el inconsciente, es la estructura de un lenguaje.
Sí, a pesar de todo es sorprendente hasta qué punto Freud, al aportar la
condensación, de la que creo demostrar muy simplemente que es la materialidad
misma de la metáfora, en fin, es una metáfora oscura, en fin, pero no hay otro
modo de dar cuenta de lo que él llama condensación sino el hecho de que un
significante se sustituye a otro creando, por esta sustitución misma, algo que
tenga otra dimensión de sentido que el desplazamiento, lo que quiere decir
que se hace expresamente, en fin, tomar una vejiga por una linterna, ¿no?,
que es exactamente lo mismo que en esta frase: “tomar vejigas por linternas”,[11] es exactamente lo mismo,
y entonces... {risas}.
{entra un joven en la escena, se acerca a la mesa donde habla Lacan, se
sirve un vaso de agua, y luego lo derrama sobre los papeles que están en la
mesa, al par que los revuelve}
X ― ¿Van a brutalizarme? Pero yo me expreso a mi manera,
como ese señor. ¿Usted me comprende?
LACAN ― Sí, lo comprendo.
X ― ¿Quiere usted jugar conmigo?
LACAN ― Sí, en seguida, ¿usted quiere?
X ― Pero usted no tiene todavía bastante con ese monólogo,
¿no?
LACAN ― ¡Sí, es cierto!
X ― ¿Usted no se da cuenta de que el público al que se
dirige es por definición el más mediocre y el más despreciable al que uno puede
dirigirse, el público estudiantil?
LACAN ― ¿Usted cree?
X ― Sí. Usted todavía no ha entendido que, históricamente,
ahora es tiempo de juntarse para otra cosa que para escuchar a alguien que
habla de algo que le interesa. En el fondo, yo vengo a hablar ahora de algo
que me interesa, es decir, los pasteles.
PÚBLICO ― Déjalo hablar.
X ― Perdón, ¿quién me invita? En el fondo, yo me invito. El
pequeño antojo de este señor es interrogarse sobre el lenguaje, y el mío
es construir castillitos con la pastelería {risas}.
Entonces, todavía quisiera añadir que intervengo en el momento en que tengo
ganas de intervenir, y que, digamos que el conjunto, lo que hasta hace
aproximadamente cincuenta años podía llamarse cultura, es decir, expresión de
gentes que, en un canal parcelario, expresaban lo que podían sentir, ya no es
posible, y ahora es una mentira, y sólo puede llamarse espectáculo, y en el
fondo es el telón de fondo que abunda, en el fondo, y que sirve de enlace
entre todas las actividades personales alienadas. En el fondo, si ahora
las personas que están aquí se juntan a partir de sí mismas, y auténticamente
quieren comunicar, eso será una base muy diferente y con una perspectiva
muy diferente; es evidente que esto no es una cosa que haya que esperar de
los estudiantes, quienes por definición son aquéllos que por un lado se
aprestan a convertirse en los cuadros del sistema con todas sus
justificaciones, y que son precisamente el público que, con su mala
conciencia, va a alimentarse precisamente con los residuos de las
vanguardias y con el espectáculo en descomposición. Es por eso que yo elegí
precisamente este momento para divertirme, ¿y?, porque si yo veo, por
ejemplo, tipos que se expresan auténticamente en alguna parte, {no} voy a ir
precisamente a fastidiarlos, pero elegí precisamente este momento, ¿y qué?
LACAN ― Sí, ¿usted no quiere que yo trate de
explicar la continuación?
X ― ¿Qué continuación? ¿En relación a lo que acabo de decir?
Me gustaría mucho que usted me responda.
LACAN ― Pero sí,
querido, pero voy a responderle. Póngase ahí, voy a responderle. Quédese
tranquilo ahí donde está. Puede ser que yo tenga algo para contarle, ¿por qué
no?
X ― ¿Usted quiere que me siente?
LACAN ― Sí, eso es, es una muy buena idea... Bien,
entonces, habíamos llegado al lenguaje. Si usted se ha expresado así, ante
este público, que en efecto está bien preparado para escuchar declaraciones
insurreccionales, ¿pero qué quiere hacer?
X ― ¿A dónde quiero llegar?
LACAN ― Sí, eso.
X ― Es la pregunta, en el fondo, que los padres, los curas,
los ideólogos, los burócratas y los canas, formulan generalmente a las personas
como yo, que se multiplican, ¡y qué!, puedo responderle, puedo hacer una
cosa, la revolución.
LACAN ― Sí.
X ― Ve usted, y, bueno, está claro, al momento al que hemos
llegado por el momento, uno de nuestros blancos preferidos son estos
momentos precisos, donde personas como usted, que están en el trance de venir,
en el fondo, a aportar a todas esas personas que están ahí la justificación de
la miseria cotidiana, ¡en el fondo, es eso lo que usted hace!
LACAN ― ¡Oh, de ningún modo! {risas}
X ― Sí.
LACAN ― Ante todo es preciso mostrárselas, su
miseria cotidiana.
X ― Pero eso es justamente lo que quisiera agregar, que
hemos llegado justamente al momento en que ya no tenemos necesidad de especialistas
que deban mostrarla. Está claro que hay suficientes personas, y eso se
manifiesta por el momento, la descomposición se manifiesta a escala planetaria
con suficiente fuerza como para que veamos que por el momento reina un
malestar, quiero concederle este paréntesis...
LACAN ― Un malestar...
X ― El público estudiantil está probablemente retrasado,
aunque sea probablemente por ese lado que haya más trastornos espectaculares
y superficiales. Bueno, pero está claro que el malestar y la conciencia de
su alienación y de su rechazo, la familiaridad de su alienación crece cada vez
más. Ahora queda por dar el paso decisivo, ver la alternativa posible.
Ciertamente, usted no está ahí para eso, aunque yo no desprecio absolutamente
lo que usted acaba de hacer, pero, eh... {risas
y aplausos}. Bueno, pero ahora, en el fondo, no tengo gran cosa para
decir: si todas estas personas que están aquí se dan cuenta de que, en el
fondo, la vida que estamos llevando en general, debe ser cambiada, en el fondo,
si estas personas se organizan entre sí, todavía quisiera decir algo, porque
después, me voy rápidamente, porque...
LACAN ― No, no, de ningún modo, hay que quedarse.
X ― Pero si estas personas se organizan, porque en el fondo
lo único que en la hora actual es necesario es que haya una organización,
harán otra cosa que venir a escuchar a alguien que habla, e incluso que
pueda hablar de política, o de cualquier cosa, y eh...
LACAN ― Y ve usted, ¡usted está en la organización!
X ― Sí, sí.
LACAN ― Porque lo propio de una organización es
tener miembros, y los miembros, para que se mantengan juntos, ¿qué es preciso?
X ― La cohesión.
LACAN ― ¡Yo no se lo hago decir! {risas} Es ahí que yo había llegado,
porque, figúrese que lo que usted está contando, eso tiene, así, un airecillo
de lógica. Usted es un lógico.
X ― Ahí usted da un grave salto, en fin, porque no es porque
uno tiene lógica que se la hace, es un discurso de especialista.
LACAN ― De ningún modo, su organización, ¿qué es?
Usted acaba de decirlo, es la cohesión, es la lógica.
X ― No, eso no es la cohesión, eso no es la lógica, me
importa un carajo de ese nivel. Aparte de la voluntad subjetiva de cada uno,
mía como la de otros, y como estoy seguro de ello, plenamente en esta sala,
probablemente, a pesar de que ellos estén aquí, y que hayan llegado, eh, a
escucharlo, pero estoy seguro de que es la voluntad subjetiva de cada uno la
que tiene ganas.
LACAN ― ¿Por qué habla usted de subjetiva?
X ― De subjetiva, eso es, en el fondo, una cosa que todo el
mundo comprende.
LACAN ― ¡Ah, yo no se lo hago decir, todo el mundo
comprende! {risas}
X ― Bueno, pero espere, esta subjetiva que, es eso el
sentido, en el fondo, de la historia, ahora, quien quiere ligarse con los
otros, para eh..., esto no es otra cosa, ahí, que la alternativa social, en el
fondo, en la intersubjetividad, y ahí está, en el fondo, la cohesión de, incluso
no hay necesidad de ser un lógico, como usted dice.
LACAN ― Usted no ha observado que las revoluciones
tienen por principio, como el nombre lo indica, volver al punto de partida,
es decir, restaurar justamente lo que cojeaba.
X ― Sí, pero eso es un mito periodístico-sociológico {risas}, que en el fondo, no hay que
llegar especialmente, tras horas de cursos, para llegar a escucharlo decir,
sino que estoy seguro de que todos los profesores deben decirlo, y en el
fondo, todos los periódicos... Le digo que eso es un error, y que probablemente,
en los años por venir, verá el error a sus expensas, probablemente, como a
expensas de todos los especialistas, que por el momento están como usted,
aquí, lamiendo las últimas migajas del espectáculo, y se lo ruego, ¡que le
aproveche! {risas}
LACAN ― Me asombraría, me asombraría que sea como
dice usted, el fin del espectáculo.
X ― Pero escuche, en ese plano no discuto con usted, veremos
¡eh!, ¡usted verá!
LACAN ― ¡Sí, veremos, pero no está concurrido, usted
sabe!
X ― En fin, sí, en la base, ésta es una sucia discusión,
porque, en la base, usted no tiene los mismos intereses que yo.
LACAN ― Usted no sabe. ¿Confesaría sus verdaderos
intereses?
X ― ¿Cómo?
LACAN ― ¿Cuáles son sus verdaderos intereses?
X ― No, pero eso, en el fondo, he dicho lo que tenía que
decir, por otra parte, lo he dicho...
LACAN ― ¡Ve usted cómo le gusta decir algo!
X ― Es lo primero que he dicho, en el fondo.
LACAN ― Sí, es también lo último, porque usted no
puede ir más lejos, usted no puede ir más lejos que esa idea de voluntad
subjetiva, que es una idea, justamente, que resultaba... acabo de hacer
observar, justamente, que el sujeto jamás está plenamente de acuerdo consigo
mismo, incluso usted, quien... la prueba, es que en seguida comenzó a hablar
de organización, en el momento en que...
X ― Al respecto, ¿puedo decir algo, que quizá usted no ve
muy claro?
LACAN ― Justo después del momento en que usted hizo
el desbarajuste, quiere la organización, ¡confiéselo, a pesar de todo!
X ― Bueno, pero señor, ¿podría responderle algo?
LACAN ― ¡Sólo espero
eso!
X ― Es fácil ver que en cierta situación dada, es preciso,
en un momento dado, digamos, captar, o más bien romper lo que está existiendo
para que, en un momento dado, en el fondo es eso, la dialéctica, en el fondo.
LACAN ― ¿Pues usted está todavía con eso, todavía
está en la dialéctica?
X ― Pero cuando usted habla de, cuando usted habla de un semblante
de contradicciones entre la voluntad subjetiva y la organización, esto no
es una contradicción; la organización, en un momento dado, es una concesión
subjetiva a la historia.
LACAN ― Ve usted que ya
ha llegado a las concesiones, mi Dios.
X ― Se trata, señor, la supervivencia en la cual vivimos por
el momento, no ha hecho más que vivir sobre las concesiones infligidas a los
individuos. Se trata por el momento de encontrar una organización social
que supere el punto donde estamos por el momento, y que satisfaga, en el fondo,
satisfaga mejor...
LACAN ― Ve usted, ahora, ha llegado a lo mejor. ¿Qué
es ese mejor, un superlativo o un comparativo?
X ― Es una superación, ¿comprende? No se trata de Jesús o de
Dios o bien de una situación, no se trata de absoluto o de... no, es una
superación, es eso, la historia.
LACAN ― ¿Qué le hace falta cuando acaba de decir lo
mejor? Parece que es un superlativo.
X ― Lo más mejor, en fin {risas}.
LACAN ― ¡Ah! Vea,
escuche, usted es exactamente, mi viejo, usted es un apoyo precioso para mi
discurso, es justamente ahí a donde quería llegar, a lo más mejor.
X ― Pero, yo ya lo escuchaba desde hacía cinco minutos, pero
no me parecía que usted charlaba de eso.
LACAN ― Pero sí, yo hablo de eso, es de lo más mejor
que se trata.
X ― Aquí hay trecientas personas, en principio usted está de
acuerdo conmigo, usted está de acuerdo con que, en el fondo, la universidad,
en sí, no está ahí, como todo lo demás por otra parte, como el cigarrillo Gauloise, como el pan de campaña o como
usted mismo, en tanto que objeto, ¿eh? {risas};
usted no está ahí, en el fondo, usted no puede justificarse sino por el hecho
mismo de que usted está ahí; en el fondo no hay más, ya no podemos, en un momento
dado, encontrar justificación, por ejemplo ¿en la universidad? ¿Acaso
cuando usted vino a charlar aquí, dijo que hay que destruir la universidad,
suprimirla de arriba abajo?
LACAN ― No he dicho eso.
X ― Aquí estamos quinientas personas que, cada una, por el
hecho de que estamos en unas situaciones precisas, que cada una tiene unos
talentos diversos, unas situaciones privilegiadas, sería posible, estando
dado que partiéramos del postulado de que se tendrían ganas de cambiar algo,
sería posible encontrar juntos una forma de organización que pueda ser una
forma eficaz. ¿Acaso cuando usted viene a charlar habla de eso, o bien habla
de otra cosa, que en ese momento no hace más que...? Usted habla tres horas,
luego uno entra después, entonces después, bueno, ¿eh...?
PÚBLICO ― Cállate, ahora.
LACAN ― ¡Bueno, entonces continuamos, a pesar de
todo!
PÚBLICO ― Sí.
LACAN ― Sí, ¡ah! {suspiro} Estaba en ese punto, ¿no?, que el lenguaje determina, y
es sustancialmente eso en lo cual, justamente, reposa la realidad de este
término de estructura. Es muy precisamente porque cierto discurso resulta
muy insoportablemente próximo de lo real, de lo real que no es lo que se
llama, en fin, como acaba de demostrarlo con mucho talento mi
interlocutor, lo real que no es algo que tenga que ver con lo que comúnmente se
llama la realidad, a saber, en efecto, como acabo de hacérselos observar, el
hecho de que ustedes estén todos ahí y que tengan una gran paciencia para
conmigo, lo que es, en efecto, algo que tiene sus límites. Ese algo, es
cierto, en fin, que les interesa por el hecho de que ustedes están ahí, está en
efecto ligado a cada uno, además, de manera que le es enteramente personal,
subjetiva, como él lo dijo recién, subjetiva, y por lo cual ustedes están, en
fin, entre Caribdis y Escila, entre nadar y guardar la ropa, entre esto y
aquello, pero seguramente no unificada por otra cosa, como acaban de escuchar
un discurso que, a pesar completamente incluso del contexto, toma el aspecto
de una exposición, de una exposición de algo de lo que ustedes esperan,
después de todo, algo que pueda destacarse, ordenarse en alguna parte, como
siendo una cierta concepción del mundo. No hay nada más diferente de esta especie
de desbrozamiento que está muy positivamente fundado sobre una cierta experiencia,
sobre la experiencia que consiste en la existencia de lo que llamamos neurosis,
y para indicarles simplemente dos grandes vertientes de una neurosis cuya
esencia es situar al sujeto en relación a un deseo que él quiere conservar insatisfecho,
y de otra que, en fin, la segunda, de la que todavía no les he dicho el
nombre antes, pues en la primera ustedes ciertamente han reconocido a los
histéricos, en la segunda la confrontación a un deseo estrictamente
definido, situado, constituido como un deseo imposible; que algo se manifieste
en este contexto, ¿no?, que es la puesta en primer plano, la interrogación
como tal de la neurosis, y la tentación de elucidar tanto como sea posible un
sentido, si se produce algo así, y si se produce también algo, después de
todo, mi Dios, que bien podemos decir que hasta un cierto punto es nuevo, a saber,
este llamado loco a un cambio, no se sabe cuál, pero que, como ya lo he dicho
muchas veces en presencia de interrupciones como esta, es algo que no desemboca,
al fin de cuentas, más que en el anhelo de que estemos todos juntos, ¿y para
qué?, para, únicamente, ese objetivo, ese fin, esa instancia apremiante y de
alguna manera exigida a todo precio, ¿no?, que es que eso cambie; ¿que eso
cambie en qué?
{interrupción: se llevan al joven de la sala, quien se va gritando
algo inaudible}
Que eso cambie por una nueva
organización. Esta organización, no está del todo excluido que la veamos
nacer, la vemos nacer bajo la forma de un régimen que se intitula, se intitula
incluso, mi Dios, para lo que es su inspiración en efecto suprema, ¿no?, es la
totalidad, en fin, es como él se los decía hace un instante, en fin, ¿no?, que
allí estemos todos, que estemos todavía un poquito más codo a codo para ser
aquéllos que quieren ¿qué? Organización, ¿qué quiere decir eso, si no es un
nuevo orden? Un nuevo orden, es el retorno a algo que, si ustedes siguieron
bien lo que les he dicho y de dónde he partido, es algo que es del orden ¿de
qué? Pero, del discurso del amo, muy simplemente. Es la única palabra que no
haya sido pronunciada en todo eso, pero que el término mismo de organización
implica. Hasta un cierto punto, es completamente conveniente que haya
mucho progreso en ese sentido, si a eso lo podemos llamar progreso; quiero
decir que lo que nos revela el enfoque de lo que sucede, en fin, de lo que
sucede a pesar de todo en un cierto número de sujetos, es decir, algo eminentemente
precioso que él ha evocado recién bajo el término de voluntad subjetiva, esta
voluntad subjetiva, si la vemos de una manera verdaderamente permanente como
no pudiendo manifestarse sino por su propia división, esto está hecho seguramente
para sugerirnos algo, a saber, que a pesar de todo no es la imagen de la armonía
total, en fin, realizada, es un llamado lo que ustedes han escuchado, que yo
conozco bien, y que es conmovedor, en fin, eso desemboca en algunos
inconvenientes así, sobre mi corbata {Lacan
alude al momento en que el joven le tiró encima el vaso de agua}. Es el
amor, es el amor que él les predica; si fuéramos todos así, todos juntos para
amarnos, es la Jerusalén
celeste, ¿no?, lo que él viene a anunciarles así. Eso se ha visto algunas
veces en el curso de la historia, y jamás en momentos indiferentes. Es muy justamente
porque algo se manifiesta, que de todos modos está estrictamente inserto, en
fin, en el orden del discurso, es porque hubo un discurso que está
proliferando, en fin, que engendra innumerables cachorros que se les vuelven,
a todos y cada uno, a mí también, en fin, terriblemente incómodos, a saber, el
discurso científico que cada vez más está ahí, en fin, inminente, amenazante
por su presencia, ¿no?, por la idea de que todo eso va a arreglarse
finalmente en términos mecánicos, de balística, de equilibrio, de corrientes,
y luego, cuanto más se sepa de eso, tanto más valioso será, y pronto finalmente
sabremos cómo producir, en fin, tal o cual tipo de individuo que sabrá
marchar con todos, ¿no? Lo que la experiencia nos muestra es evidentemente muy
otra cosa; lo que la experiencia nos muestra, es que es un lenguaje del que he
hablado y que es eso en lo cual todos ustedes han creído y crecido, que no es
algo que se les ha transmitido sin vehiculizarles al mismo tiempo toda una
realidad estremecedora y vacilante que les está hecha por el deseo de sus
padres. Es por eso que, en la formación de cada uno, esta incidencia por la
madre, en fin, por la lengua materna, ¿no?, algo que está a la vez al
principio, que es hacia ahí que se vuelve el amor, que es hacia ese estremecedor
llamado a la unión ¿en qué? En algo muy evidentemente, como él lo ha dicho,
alienante. Lo que hay de absolutamente increíble, es que él imagina que es
golpeando con sus puños la bóveda del cielo que esta alienación, que es
justamente esto que hace que, después de todo, lo que él les decía, es algo que
además era un llamado. ¿Un llamado hacia qué? Hacia más verdad. Su palabra
le parecía verdaderamente idéntica, en fin, a esta verdad cuyo instrumento se
consideraba él en este caso, en fin, su mensajero, el ángel encargado de
sacarlos ¿de qué? — de vuestro sueño, al fin de cuentas, de vuestros
fantasmas, de vuestra particularidad. Desgraciadamente, está completamente
claro que, no sólamente esta particularidad resiste, sino que ella es ahí eso
de lo cual tenemos que ocuparnos.
Y para llegar al último término, puesto que en esa pequeña
entrevista que tuve con un grupo limitado, al final se llegó a demandarme
razón de algo que es el extremo sobre el cual, en fin, llega a un cierto recodo,
si no a un cierto término, ¿no?, lo que está en juego de la palabra como
creadora del sentido, como la palabra que al fin de cuentas se revela como no
siendo más que el soporte del goce. ¿De qué goce? Sino, de éste, que nos es
mostrado en el horizonte, a saber, algo que gira alrededor de ese punto,
ese punto ideal, que es al fin de cuentas aquello de lo que se trata, a saber,
la relación de ensayo, de esto, ¿no?, y este ser que somos todos, que yo soy
con ustedes, ¿es qué? Es esta extraordinaria, en fin, manifiesta impotencia,
que es verdaderamente la de todos; no voy a decir en frente de todas, porque
la mujer, aquí lo indico, lo he indicado, lo leerán en lo que va a salir en mi
último escrito, la mujer no puede, como el hombre, ser destacada por una
relación unívoca con algo que resulta haber sido revelado por el discurso
analítico; a saber, que en lo que es de la aproximación de los sexos, siempre
hay un tercero, que a ese tercero ustedes lo fijan en el Otro {Autre}, el Autre con una A
mayúscula, ese otro[12] que es el lugar en el
cual ustedes testimonian o articulan lo que tienen para decir, ustedes se
manifiestan, en fin, cada uno, como el testigo de lo que han podido recoger de
verdad, o, si hay otra cosa todavía que el análisis ha puntualizado de manera
mucho más próxima, ¿no?, a saber, la función enigmática, jamás verdaderamente
transfijada, jamás verdaderamente bien ceñida, puesta a punto, y aquella
que se expresa por el término de omnipotencia del pensamiento, es decir,
una notación verdaderamente etnográfica que verdaderamente no tiene alcance
pero que se coagula en esta función, que está marcada por lo que distingue los
sexos por una relación diferente con el falo; ese tercero, esta función tercera,
no es llevada por el análisis, en su relación con la función fálica como siendo
lo que se vuelve a encontrar de alguna manera necesariamente, lo que hace tropezar,
¿no?, lo que constituye también todo un drama, el que gira alrededor de la
castración, lo que no quiere decir nada más que el reconocimiento de un
cierto límite. Este límite es muy precisamente esto, que es lo mismo, no digo
que uno es primero y el otro segundo, ¿no?, ni inversamente, ¿no?, que es
esto, que esta cosa que parece verdaderamente ligada a la reproducción, a
esta reproducción pasajera que es el enigma de la vida, ¿no?, esta cosa que
consiste en la diferenciación, en todo ser vivo, de dos funciones que son
denominadas los sexos, es muy precisamente lo que es, por el hecho mismo de
la función y de la existencia del lenguaje, imposible de formular de otro modo
que, como lo he dicho recién, por metáfora. Toda esta historia que hace que yo
pueda decir, supongo, en fin, imagino, me atrevo a imaginar que no hay uno de
los que están aquí, que no hay uno de ustedes que no esté sin haber experimentado,
y de la manera más directa, la dificultad del encuentro, ¿no?, el milagro del
encuentro, lo que en todo el tiempo ha constituido el sueño del amor, que es a
la vez, en efecto, el pivote, el punto de giro de todo lo que se ha
proferido hasta ahora como discurso, y que sin embargo está, si se puede
decir, verdaderamente destinado a lo que Freud expresa bajo el término de
pifiada, de lo que siempre es fallido.
Es eso, éste es el horizonte, ¿no es cierto?, que nos ha
revelado Freud, esto es que si el sexo es, de alguna manera, el punto ideal alrededor
del cual todo discurso adquiere su sentido, no sigue siendo menos verdadero
que ese punto ideal es un punto que, de alguna manera, está fuera del mapa, y
que la estructura, es eso, lo mismo que en matemáticas, no sólamente es
pensable, sino más que pensable, corriente, referirse a ese punto insituable,
a ese punto cuyo soporte está en realidad mucho más presente de lo que
sospechamos, ¿no es cierto?, conforme a algo que se construye, y alrededor de
lo cual se construye la idea, en la topología, del plano proyectivo, es muy
exactamente hacia ese punto de hiancia que sin duda todo el discurso humano
converge, y por otra parte, ahí, el discurso científico nos da de eso tantas
pruebas como los otros; y es la revelación de esta estructura que es aquello
sobre lo cual se funda, y sobre lo cual, en unos casos privilegiados que son
precisamente aquellos que he definido recién por la neurosis, que gira y se
edifica el discurso analítico. Para esto, es evidente que es preciso
acentuar, precisar cuáles son los miembros, los miembros que son situables
lenguajeramente, ¿no?, en el nivel más elemental de la función del lenguaje. Es
eso lo que el análisis nos enseña a localizar, es eso lo que nos sitúa, lo que
define al analista.
Si he hablado recién — no podría, pues es preciso que este
discurso termine, más que aludir a lo que he llamado el objeto a minúscula, alrededor del cual da
vueltas todo el proceso de un análisis. Es en el hecho de que algo se ha
inaugurado, que se define por la función del analista, quien es aquél que
puede permitirse, que osa permitirse ponerse en posición —por relación al
sujeto, al sujeto, en efecto, más o menos enloquecido por esta extraordinaria
condición humana de habitar el lenguaje— que es la de ser aquél que se pone en
posición de causa del deseo. Es cierto que la transferencia no es nada, pero
si no existiera la palabra, la palabra del sujeto hablante, del analizante
mismo, quien de alguna manera traza sus caminos, la interpretación del analista,
en suma, jamás podría producir ese corte, ese algo gracias a lo cual cambia una
estructura. Es precisamente por eso que el análisis, lo he hecho observar
recién, se ha hecho notar por algo que es, en las condiciones de la historia
donde estamos, un nuevo discurso, un nuevo modo de lazo social. Esa cosa que
se establece entre el analizante y el analista, es ahí la célula inicial de
algo que debe ir mucho más — que irá o no irá, pero, si va, tendrá un lugar
¿no? esta posición del analista, tendrá un lugar esencial en algo que nos
dará reposo, que compensará, que estancará el modo de malestar, en efecto,
malestar en la cultura —Freud ya lo había promovido, por cierto que lo había
promovido, sabiendo lo que decía, porque él sentía llegar los síntomas de
esto—, pero este malestar se acentuará, ciertamente, no puede más que acentuarse,
en razón de lo que aporta de completamente nuevo, en el lazo social mismo, ese
discurso científico.
Es en eso que la época en la que vivimos hace del
advenimiento del análisis no, de ningún modo, un progreso, porque, como ya
aludí varias veces a eso en este discurso, lo que se gana por un lado, se
pierde por otro. Lo que hemos adquirido como resorte, como uso del saber, como
cuestionamiento del saber en sus relaciones con la verdad, es algo que seguramente
existe, que es verdaderamente el sello, la marca, el salto, lo destacado, el
blasón de esta era que vivimos. Pero tampoco sabemos, somos bien incapaces
de decir, por relación incluso a unos estadios, a unas épocas que nos son
próximas, cuál era en ese momento el saber que era precisamente lo que
producía el equilibrio, eso alrededor de lo cual, en fin, se apaciguaba esta
horrible impaciencia. Y es precisamente porque no lo sabemos que estamos
reducidos a nuestros propios medios.
traducción
y notas:
RICARDO
E. RODRÍGUEZ PONTE
para
circulación interna
de
la
ESCUELA
FREUDIANA DE BUENOS AIRES
[1] Este texto fue publicado
originalmente, con la autorización de Jacques-Alain Miller, pero evidentemente
no establecido por él, en el número 3 de la revista Quarto, suplemento belga a la Lettre mensuelle de l’Ecole de la Cause Freudienne ,
1981. Para su traducción, nos servimos como fuente de la versión del mismo
publicada en la edición anónima que agrupa varios inéditos de Lacan, titulada
Petits écrits et conférences. En
algunos puntos dudosos, así como para obtener algunos datos del contexto en
que fue pronunciada esta conferencia, hemos confrontado dicha versión transcripta
con los fragmentos de la misma filmados, reproducidos en un video realizado
por Françoise Wolf, video que incluye también una entrevista efectuada al
día siguiente, que no traducimos. Dadas ciertas características que ofrece
el texto fuente del que nos servimos —parece la transcripción directa de la
banda magnetofónica, sin mucha elaboración—, me he permitido modificar la
puntuación del mismo en aquellos lugares cuyo sentido no era dudoso, pero
que podía volverse así en la traducción. Los términos entre llaves, { }, son,
igualmente, de nuestra cosecha. ― Nota
de Marzo de 2002: he confrontado la anterior traducción con la versión
aparecida en la página web de la école lacanienne de psychanalyse (en
adelante: elp), http://www.ecole-lacanienne.net/,
bajo el título: La mort est du domaine de la foi. Conférence à Louvain (“La
muerte es del dominio de la fe. Conferencia en Lovaina”).
[2] La versión elp señala en este punto que Lacan dice
“la respuesta”, acentuando el “la”.
[3] La versión elp señala en este punto que Lacan dice
“la respuesta”, acentuando el “la”.
[4] {lorsque} ― alternativa ofrecida por elp: parce que {porque}.
[5] alternativa ofrecida por elp: “de a quién voy a hablar”.
[6] En este punto, la versión elp se pregunta si Lacan lo ha escrito
en el pizarrón (suponemos: el discurso), o resulta del transcriptor. De todos
modos, ninguna de las dos fuentes transcribe el discurso del amo.
[7] SAN AGUSTÍN, Del Maestro / De Magistro, en Obras de San Agustín en edición
bilingüe, III, Obras filosóficas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid,
1971.
[8] prédécédé ― La versión de los Petits
écrits et conférences destaca la palabra en cursiva, mientras que la
versión elp le adjunta la siguiente
nota al pie de página: “¿Falta de tipeo o neologismo?”. De tratarse de esto
último, implicaría la condensación entre “quienes nos han precedido” {qui nous ont précédé}, nuestros predecesores
{prédécesseur}, y quienes han muerto
{décédé} antes {pré} que nosotros.
[9] affectuation ― En nota a pie de página, elp se pregunta: “¿Falta de tipeo o neologismo?”. Este último
condensaría affect {afecto}, affectation {afectación} y effectuation {efectuación}.
[10] También en castellano, por
ejemplo.
[11] La locución prendre des vessies pour des lanternes
se emplea para indicar que se comete una grosera equivocación, o que se quiere
hacer creer algo absurdo. Un equivalente nuestro, aunque poco usual, sería
“confundir la gimnasia con la magnesia”.
[12] Nota de elp: “debe tratarse más bien de ese Otro”.
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