“Para
saber lo que sucede con la transferencia, hay que saber lo que ocurre en el
análisis. Para saber lo que ocurre en el análisis, hay que saber de dónde viene la palabra. Para saber lo que es la
resistencia, hay que saber lo que sirve
de pantalla al advenimiento de la palabra: y no es tal disposición
individual, sino una interposición
imaginaria que rebasa la individualidad del sujeto, en cuanto que
estructura su individualización especificada en la relación dual” Situación del
psicoanálisis en 1956
La
comprensión, esa “categoría nauseabunda”, es la que abre la puerta a la
transferencia como sentimiento, a la resistencia como oposición y al imperio de
la relación dual; dirigiendo así el análisis a la identificación con el guía
analista, en el marco del aquí-ahora-conmigo. Y con todo ello, la misma comprensión, cierra la puerta a la “escucha de los sonidos o fonemas, de las
palabras, locuciones, sentencias (…) pausas, escansiones, cortes, períodos y
paralelismo, pues es allí donde se prepara la versión palabra por palabra, a
falta de la cual la intuición analítica queda sin soporte y sin objeto”.
Situación del psicoanálisis en 1956
Lacan
(1967) señala que: " si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de
una situación convenida entre dos partenaires que se asumen en ella como el
psicoanalizante y el psicoanalista, solo podrá desarrollarse a costa del constituyente ternario[1] que es el significante introducido en el discurso
que se instaura, el cual tiene nombre: el
sujeto supuesto al saber, formación, no
de artificio sino de vena, desprendida del psicoanalizante" (pag. 13).
En
Función y campo de la palabra y el
lenguaje en psicoanálisis, Lacan escribe:
“...esa
ilusión que nos empuja a buscar la realidad del sujeto más allá del muro
del lenguaje es la misma por la cual el
sujeto cree que su verdad está en nosotros ya dada, que nosotros la
conocemos por adelantado, y es igualmente por eso por lo que está abierto a nuestra intervención
objetivante.
Sin
duda no tiene que responder, por su parte, de ese error subjetivo que, confesado o no en su discurso, es inmanente al hecho de que entró en el
análisis, y de que ha cerrado su pacto inicial. Y no puede descuidarse la subjetividad de este momento, tanto
menos cuanto que encontramos en él la
razón de lo que podríamos llamar los efectos constituyentes de la transferencia
en cuanto que se distinguen por un índice de realidad de los efectos
constituidos que les siguen.”
Pero inmediatamente a este párrafo que hemos citado, y en nota al pie agregada para la edición, en 1966, de sus Éscritos, Lacan no deja de indicar lo siguiente:
“Aquí se encuentra pues definido lo que hemos designado más tarde como el soporte de la transferencia: a saber: el sujeto-supuesto-saber.”
Como lo dice Lacan en el seminario 11: “… el deseo es el eje, el pivote, el mango, el martillo, gracias al cual se aplica el elemento-fuerza, la inercia, que hay detrás de lo que primero se formula, en el discurso del paciente, en demanda, a saber la transferencia”.
[1] Este elemento ternario,
común al pensamiento lacaniano, es en este caso un significante aportado por el
analizante en función de su suposición de saber sobre el analista, significante
que al mismo tiempo debe ser sancionado tácitamente como “de la transferencia”
por el analista y que genera la apertura del campo de lo que en el algoritmo de
la trasferencia se encuentra entre paréntesis, el saber inconsciente.
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