Dilemas de la
psicopatología
Por Juan Bautista Ritvo
Imago agenda nº 181.
Junio de 2014. Consultado el 4/09/2014
Tiempo atrás, me empeñé en defender la psicopatología
analítica contra sus adversarios. Me parecía antes y me parece ahora, que el
rechazo aristocrático de sus categorías (por más defectuosas que sean) conduce
a entregarse no a la singularidad, por otra parte vuelta término fetiche, sino
a los discursos psicológicos dominantes que van desde un hedonismo cercano al
cinismo hasta el simple y eficaz recurso sacrificial al furor curandi.
Sin embargo, advierto que en lo esencial, los psicoanalistas
seguimos en el pantano y en su sordo confort.
Hay múltiples particularidades que no sabemos en qué
generalidad incluir, el campo de las psicosis queda reducido, salvo en
esfuerzos aislados que hay que destacar, a un reverso negativo de la neurosis,
la melancolía produce incidencias transversales que perturban las
clasificaciones rígidas, siempre se vacila en, pongo por caso, hacer de un
obsesivo la neurosis obsesiva misma o bien en un brusco movimiento inverso
expulsarlo bajo caución de singularidad de los esquemas generales los cuales,
han ignorado la dimensión dinámica que Freud elaboró tan compleja y
problemáticamente en Inhibición, síntoma, angustia.
Y ni qué hablar de la relación crítica que se impone entre
estructura e historia.
En este punto todos nos movemos a los manotazos…
Hace ya muchos años –siglos– Schelling había distinguido con
precisión en un proceso, la actividad de transformación que genera un producto,
de este último ya objetivado y congelado. La actividad –sea la que fuera,
aunque me finque por razones obvias en la subjetividad– se despliega en el seno
de resistencias sin las cuales no existiría como proceso en acto.
Ahora bien, la resistencia puede terminar ahogando cualquier
despliegue: de vía de posibilitación y a la vez de obstáculo –ambos a una– se
puede imponer el impedimento y la energía1 así se convierte en lo que el
psicoanálisis suele designar de manera no demasiado mala “viscosidad libinal”.
Se advierte: visto desde nuestro presente, el vocablo
freudiano “energía” designa en hueco el sitio del sujeto, no sólo porque Freud
trata a la noción como una intensidad no cuantificable, sino porque al
transformarse en angustia aflora como algo que está más allá de las
determinaciones sintomáticas; y de las cuales, conviene no olvidarlo, es causa.
Es que en la metapsicología de Freud la represión tiene una
peculiar dialéctica: produce ambiguamente un efecto de determinación psíquica
inconsciente que, al superar un cierto umbral de intensidad, genera una
inversión: el exceso de determinación localiza una determinación que
indetermina.
En este punto lo que desde nuestra actualidad teórica leemos
es el sitio de emergencia de un sujeto igualado provisoriamente a energía libre
de derivaciones cuya máxime pero no única vía de manifestación es la angustia
–más asimismo el impedimento, el embarazo, la emoción–.
Mas la metáfora de la energía es insuficiente, salvo que
unamos su aspecto etimológico que pone el acento sobre la acción, con la
reflexividad implícita en la demanda, en la que el sujeto se pregunta qué desea
el Otro al tiempo que interroga a éste sobre cuál es su deseo: “Me pregunto qué
deseas”, se invierte en “Te pregunto acerca de qué deseo yo”.2
Toda vez que el sujeto
interrumpe el flujo (pensado como metonimia en otros registros) para demandar,
se establece un intervalo de indeterminación en el cual asoma la peculiaridad
del sujeto.
Peculiaridad que si
bien se descuenta de las categorías nosográficas, lo hace tras pasar por ellas.
Quiero decir: hay modalidades generales de activar el mecanismo de la demanda y
que tienen que ver, fundamentalmente, con la posición del sujeto con respecto a
esa casi-nada que él es.
La histérica, sus actuaciones en particular, continuamente
señala –enseña– el vacío que la constituye como sujeto y que la separa de ese
abismo que para ella constituye el fantasma de la Otra incastrable. Y mientras
se separa encarnando para el hombre y más allá de él la posición viril,
permanece en una constante y dramática tensión tomada entre la sustancialidad
femenina y la vacuidad viril que el hombre deja caer.
Del otro y complementario lado, el neurótico obsesivo quiere
reducir el núcleo de indeterminación hasta clausurarlo. Y cuando no tiene más
remedio que admitir que el sujeto en tanto sujeto es una cuasi nada, se empeña
en reducir el punto ciego de la subjetividad a la dimensión de un objeto, ese
objeto que él (ya conocemos esta descripción tan bien articulada por Lacan
desde sus primeros textos) contempla impávido desde el palco escénico.
Estoy tratando de concluir de modo elemental y provisorio
sobre las consecuencias de cruzar los mecanismos y aspectos de la alienación,
tal como es elaborada en “Posición del inconsciente” y expuesta más
detalladamente en los Cuatro conceptos, con la tradición psicopatológica
freudiana.
Pero este ejercicio puede y debe ser profundizado en otras
direcciones. De hecho, es fácil
advertirlo, Lacan trasladó sus descubrimientos iniciales a la consideración
psicopatológica.
Pero esta operación de
traslado cesó pasado el tiempo de los primeros seminarios.
¿Alguien se preguntó, pongo por caso, cómo operan el “O yo no
pienso o yo no soy” en la neurosis obsesiva? O bien si el cuadro de los afectos
del seminario La angustia excede en sus determinaciones al ámbito de la
neurosis.
¿Cuáles son las
consecuencias psicopatológicas de la emergencia, en la última época de Lacan,
de la noción de lalangue?
_______________
1. En griego
enérgeia se opone a ergon, la primera designa lo que en el vocabulario latino
se denomina natura naturans (naturaleza naturante), el segundo natura naturata
(naturaleza naturada). Ambos afijos pospuestos oponen claramente actividad a
pasividad.
2. Estos esquemas
figuran textualmente en el seminario XVI de Lacan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario