Sobre el gesto
espontáneo
Por Daniel Ripesi
Fuente: http://www.espaciopotencial.com.ar/elestudio/quinto_anio/sobreelgesto.html
Los diversos analistas que dejaron su marca en la teoría
psicoanalítica comenzaron por forjar algo así como un mito de los orígenes.
Cada uno de ellos construyó la conjetura que juzgó más convincente para
caracterizar el fundamento y el origen de toda subjetividad. Así, con Freud se
podrá decir que “en el principio fue la pérdida de los objetos primordiales”;
exilio y nostalgia, desarraigo y desamparo son –para él- el punto de partida de cada ser humano. Con
Lacan -en una versión más cercana a la sentencia bíblica que a la tragedia
griega-, se puede enunciar que “en el principio era el verbo”; es decir el
Logos que anticipa y determina a cada individuo, en fin, la conocida
anterioridad del orden simbólico. En Melanie Klein hay una invocación al
dominio inquietante de las tinieblas, el imperio tenebroso de un caos mortífero
que todo lo invade y todo lo impregna, con ella podríamos decir que “en el
principio era el sadismo(1)”. En Winnicott, lisa y llanamente, “en el principio
el infans no existe “(2) ; lo reemplaza también un caos, pero en su caso, un
caos regulado por un impulso de vida, por cierta anarquía vital de movimientos
motores y sensoriales puros a los que una madre sostiene y da forma(3). Esos
movimientos no-integrados del bebé son lo que Winnicott llama “gesto
espontáneo”, de modo que corrigiendo un poco las cosas, con él será más preciso
decir que: “...en el principio era el gesto espontáneo (y una madre dispuesta a
recibirlo)”.
La raíz más arcaica de la subjetividad –en el pensamiento
winnicottiano- la constituye un gesto que “encuentra” al mundo. Para ser más
exactos deberíamos decir que el gesto “se prolonga en el mundo”. Porque el
mundo y el gesto no se recortan en principio como momentos o sustancias
distintas y separadas, el mundo no se da como “efecto” del gesto, ni éste como
“causa” de aquel, hay entre ellos consustancialidad, continuidad sin rupturas,
no se confirma entre ellos –en un mítico primer contacto- un antes y un
después. El mundo es la consumación del
gesto, su “realización” si se quiere, pero no su resultado o consecuencia. Y el
gesto es espontáneo porque no conlleva intención: no “busca” al mundo, “choca”
–dice Winnicott- con él. Es un gesto inocente, como lo sería el primer llanto
de un bebé al que sólo moviliza un malestar orgánico, una elevación
insoportable de la tensión interna que aún no ha sido ligada por el aparato psíquico,
sin duda un “segundo” llanto ya no será enteramente ingenuo, ya busca algo, ya
intenta eludir algo.
Pero mantengámonos en el primero de los gestos humanos, en
ese gesto espontáneo que parece ser –en un mismo movimiento- el primer acto de
una aceptación y de un rechazo absolutos del mundo. Aceptación “pura” porque
recibe al mundo sin tapujos ni premeditación. El gesto no toma prevenciones,
pero por efecto de esa desprevención asimila al mundo a una masa
indiferenciada, sin jerarquías ni relieves. Nada se evita ni se anhela
especialmente. El mundo es una masa indiferenciada, y –para empezar-
indiferenciada del propio gesto. Hay una capilaridad fluida gesto-mundo que no
ofrece resistencias: ¿dónde termina el gesto y dónde empieza el mundo? La
pregunta no se formula. Pero, por otro lado –y al mismo tiempo-, el gesto
supone un rechazo absoluto del mundo puesto que el mundo es demasiado
heterogéneo a la sensibilidad del gesto; desborda su capacidad receptiva,
resulta inasimilable. Es la madre quien pone máximo esfuerzo en armonizar el
contacto gesto-mundo, poniendo cuidado en restringir excesos y estimular exploraciones.
La madre –dice Winnicott- presenta el mundo al bebé “en pequeñas dosis”.
Para simplificar Winnicott sitúa las circunstancias que
inauguran la experiencia subjetiva de empezar a ser y habitar un lugar en el
mundo en lo que llama una “primer mamada hipotética”. En esa simplificación el
primer fragmento del mundo que la madre presenta al infans es su propio pecho.
Nos comenta entonces que dado el mítico primer gesto espontáneo del infans, la
madre “pone el pecho en el momento y lugar en que el bebé puede crearlo”. La
madre –completa Winnicott- permite así que el bebé viva una breve experiencia
de omnipotencia: “crear lo dado”. Crear lo dado supone una paradoja(4), es la
paradoja que da fundamento al funcionamiento psíquico.
“Crear lo dado” es un acto –entonces- que oscila entre la
máxima aceptación y el más radical de los rechazos; el objeto que presenta la
madre se asimila al gesto espontáneo que también lo resiste. Entre lo propio
indiferenciado y lo ajeno y extraño, el pecho empieza a inscribir ínfimas pero
insidiosas dudas: ¿es mío o ajeno? ¿Es producto de mi creación o me fue dado
por otro? ¿Es un hecho objetivo o subjetivo? De todos modos la madre se esmera
en que el pecho esté en continuidad existencial con el gesto del bebé,
promoviendo esa capilaridad gesto-mundo de la que un poco más arriba
hablábamos. Para un “observador externo” –de la experiencia de amamantamiento-
dos cosas coinciden (la teta con la intención del niño), pero desde la
perspectiva del niño nada hay “fuera de su gesto” como realidad existente
(aunque es cierto que la experiencia del encuentro con “algo” confirmará la
realidad del gesto y del mundo a un mismo tiempo). Lo que simplemente sucede es
que se establece un contacto entre dos cosas. La experiencia para el infans es
más la de un “contacto” que la de una “coincidencia”. “No hay material mnémico” –comenta Winnicott-
que oriente la búsqueda del infans ni con la cual comparar lo encontrado…
Sin embargo, el gesto que en un principio irrumpe espontáneo,
y cuyo paradigma sería el primer grito del bebé en desamparo, grito que
desgarra al silencio (un silencio que en rigor se descubre sin que el grito
pudiera anticiparlo y que asimila para fecundar sus inflexiones y sonoridades
varias) ese gesto en principio espontáneo, construye un sentido que lo atrapa y
normativiza. La madre responde, sale a su encuentro y también se “deja atrapar”
por el gesto-grito del niño. La madre se hace prolongación de un grito y a la
larga lo modela y organiza con él una experiencia, la experiencia de un primer
y elemental diálogo. El gesto se sitúa así “entre” dos y pierde su inocencia
inicial, se hace acto y asume una suerte de potencia segunda: invoca y abre una
distancia con los demás. En el grito “segundo” el bebé ya empieza a reconocer
la madre de quien depende y la madre reconoce la necesidad imperiosa de un
“alguien” que se afirma tras el llanto. Ese grito ordena la escena y asegura
lugares subjetivos a ocupar.
El grito segundo, ese acto movilizado por cierta consciencia
que el bebé adquiere de su propio desamparo, es ya un gesto organizado,
integrado en una experiencia significante: un poco busca y un poco (en lo que
le queda de “espontáneo”) explora. Pero los gestos del bebé se van empeñando
cada vez más en “encontrar” que en “descubrir”, en estabilizar las alternativas
de su experiencia con el otro, va coagulando un determinado punto de vista
respecto de la madre, consolida una perspectiva que figura en ella un
territorio (geográfico y anímico) familiar y previsible. El bebé forja así un
punto de acción subjetiva desde donde poder controlar sus movimientos. Se
afirma para él la permanencia de un mundo y la estabilidad de un yo. Ambas
certidumbres tienden a encerrar en un juego esquemático el jugar abierto del
gesto. El margen de azar que animó al gesto espontáneo deviene “regla” y afirma
procedimientos que se enderezan a objetivos.
En el gesto espontáneo el azar sostiene al movimiento (del
jugar), en el acto consumado que ya ha organizado más o menos sus intenciones,
el azar debe ser controlado (el juego)(5). Para Deleuze, por ejemplo, los que
saben jugar(6) pueden afirmar y ramificar al azar, en lugar de dividirlo para
dominarlo, para apostar, para ganar. Este juego que solo está en el
pensamiento, y que no tiene otro resultado que la obra de arte, es también lo
que hace que el pensamiento y el arte sean reales y transformen la realidad, la
moralidad y la economía del mundo.
En el contacto con el mundo, “abrir el juego” con nuevos
gestos espontáneos es perderse a uno mismo como unidad en el jugar y admitir
una pérdida de todo intento de control y dominio sobre el mundo. Entonces el
juego se abre un poco permitiendo confrontar una verdad desconocida en uno
mismo y en el mundo y vuelve a cerrarse poco a poco. El gesto, que acontece
como singularidad se hace pronto procedimiento ordinario. Planteamos aquí la
singularidad tal como lo propone Deleuze, como puntos de fusión, de
condensación, de ebullición, etc.;
puntos de lágrimas y de alegría, de enfermedad y de salud, de esperanza y de
nostalgia, puntos llamados sensibles. Tales singularidades no se confunden con
la personalidad de quien se expresa en un discurso, ni con la individualidad de
un estado de cosas designado por una proposición, ni con la generalidad o
universalidad de un concepto… (…) …la singularidad es esencialmente pre
individual, no personal, a-conceptual (…) El punto singular se opone a lo
ordinario.
El gesto espontáneo es el margen de subjetividad que
Winnicott reserva al movimiento no significante de un individuo. Algo que no se
deja atrapar aún enteramente por la estructura organizada de un sentido, ya
esté éste marcado por un anhelo, un temor, alguna nostalgia. El gesto
espontáneo conmueve el juego significante establecido: con él el sujeto no
medita al mundo, no afina una posición ni define mejor a los objetos, con el
gesto espontáneo el sujeto “desaprende”, pone en cuestión al esquema de
representaciones mentales y a la lógica que las asocia para “pensar y ordenar”
al mundo.
Recordemos que Winnicott confronta con el pensamiento kleiniano
según el cual el bebé hace pensable al mundo (sin pérdida alguna de
significación) a partir de representaciones psíquicas que operan siempre en
términos binarios: “bueno”-“malo”; “adentro”-“afuera”; terrorífico”-“ideal”, y
–en el extremo, cuando la actividad psíquica se complejiza en la posición
depresiva- según el par “realidad”-“fantasía. En cambio, para Winnicott, la
realidad solo adquiere sentido para el bebé en el marco de una paradoja y la
paradoja supone un movimiento psíquico que no opera con una lógica binaria.
Frente al par de oposición “interno”-“externo” en los que M. Klein sitúa los
lugares en que se desarrollan las diversas experiencias de un sujeto, Winnicott
dice: “Yo afirmo que así como hace falta esta doble exposición, también es necesaria
una triple, la tercera parte de la vida de un ser humano, una parte de la cual
no podemos hacer caso omiso, es una tercera zona del experienciar a la cual
contribuyen la realidad interior y la vida exterior…”
Lo psíquico en Melanie Klein trabaja desde el mismo
nacimiento del bebé por inscripción de dos significantes: “bueno-malo”. Estos
dos objetos se alternan en el espacio psíquico, siempre saturándolo con sus
presencias que apaciguan o inquietan al bebé según sus experiencias de
gratificación o frustración oral.
La oscilación presencia-ausencia del objeto, entonces, da
valoración a los objetos en tanto gratifiquen o frustren. Pero -en el
pensamiento de M. Klein- la sola ausencia (frustración) del objeto lo instituye
como “malo”, independientemente de que después se presente como objeto
gratificante (el objeto gratificante no es la presencia de un objeto que antes
estuvo ausente –frustrando-, y que “tardó demasiado en llegar”… En el esquema
kleiniano, el objeto “bueno” y el “malo” son dos objetos diferentes y que
llevan vidas paralelas e independientes. El objeto bueno es distinto del objeto
malo) De modo que el eventual movimiento
presencia-ausencia de un solo objeto se cristaliza en dos presencias que se alternan
en el aparato psíquico.
En la “posición esquizo-paranoide” la no-presencia del pecho
se positiviza en la prevalencia insoportable para el bebé de un “no-pecho”
presente y hostil. Este no-pecho es “leído” e inscripto psíquicamente como
“pecho-malo”, es decir que el no-pecho
termina siendo un hecho positivo, un pecho
frustranteºmaloºpersecutorioºvengativo, etc. Metonimia significante que empieza
a abarcar diversos objetos de carácter persecutorio, poniendo en marcha un
primer patrón de simbolización del mundo. Cuanto más se distribuye la ansiedad
persecutoria, más amplio el mundo y menos arrasador es para el sujeto el
desarrollo de angustia.
Por carácter metonímico, todo aquello que sea sentido como
gratificante es puesto en equivalencia y se hace idéntico en su calidad de
“bueno”, lo mismo con todo aquello que se torna frustrante, generando, en este
caso, un universo de lo “malo”. Dentro del universo de lo malo no hay
diferencias significativas que especifiquen cierto grado de maldad, tampoco un
objeto podría tornarse bueno en forma diferente de otro, que también resulte
bueno. La diferencia que divide los dos grupos homogeiniza las diferencias
particulares de los objetos en beneficio de dos amplias abstracciones.
El “apres coup” kleiniano, cuando la disociación del objeto
en bueno y malo disminuye -dando lugar a la relación con un objeto “total” (en
la segunda posición que ella describe como “depresiva”)-, es descubrir
retroactivamente que se ha odiado y atacado al objeto que también era, “en
otros momentos” –descubrimiento tardío y penoso para el infans- “bueno”. Pero
he aquí que, aún con la complejidad metabólica que inaugura la posición
depresiva desde el punto de vista de la capacidad simbólica del aparato
psíquico del bebé (al poder asumir la ambivalencia), se instaura una nueva dualidad
de representaciones psíquicas para poder pensar la realidad (que ahora está
poblada de objetos “totales”): el doble polo conflictivo pasa a ser ahora
“fantasía”-“realidad”.
Esta nueva dualidad permite al bebé ir corrigiendo sus
temores -por el daño fantaseado a la madre a partir del propio sadismo que
escarbó sus experiencias de frustración-. Se contrasta la fantasía de una madre
dañada con el comportamiento de la madre real (a la que –a pesar de los ataques
fantaseados- se ve retornar una y otra vez a pesar de los impulsos sádicos que
despierta la inevitable frustración al que ella lo somete en cada
alimentación.)
En otro lugar expresaba que:
Es posible que el pensamiento winnicottiano, basado en la
articulación de diversas paradojas, sea un intento de romper con una
comprensión de los hechos basado en la hipótesis ingenua de “representación”.
Los pilares epistemológicos del edificio teórico del psicoanálisis se basan,
efectivamente, en las nociones de “representación” y “afecto”, pero en
Winnicott la subjetividad se funda en la posibilidad de vivir la experiencia de
una paradoja esencial: “crear lo dado” (que es una experiencia de continuidad
que no supone la concordancia -aún con eventuales desfasajes- de una
representación con una cosa)(7).
Pero, como de todos modos la paradoja es frágil y esas “dos
cosas que se ponen en contacto” nunca lo hacen del todo, la representación se
constituye como una hipótesis subjetiva destinada a medir lo imposible: la
falla de esa experiencia (y hacen de el no-contacto una no-coincidencia). La
representación no es el correlato de nada positivamente dado, es una
construcción subjetiva “a posteriori” que necesita una ilusión previa que la
habilite: la ilusión de “que dos cosas coinciden”. Se trata de un mítico gesto
espontáneo del infans en continuidad -sin interrupción en tiempo y espacio- de
la presencia de la madre recibiendo ese gesto.
La falla de la experiencia es una discontinuidad en los
cuidados maternos que se inscribe en el aparato psíquico del bebé como
“diferencia”(8), aunque –en rigor- es la evidencia de una no-unión. La
dialéctica unido-separado (si las experiencias de maternaje han sido
medianamente buenas) se reemplaza por un intento –por parte del bebé- de hacer
pensable las diferencias generadas entre su gesto espontáneo y el mundo que
este gesto encuentra y crea al mismo tiempo (¿es el objeto subjetivo-objetivo?
¿propio-ajeno? ¿familiar-extraño?).
El objeto transicional permite una experiencia con el mundo
que atenúa la necesidad de pensar con representaciones (que establecen un modo
de vincularse a los objetos según una lógica comparativa basada en los dualismos mencionados).
Ahora agrego que:
Los de M. Klein y el de Winnicott, serían dos modos de
entender cómo lo psíquico inscribe lo “diferente”. Con Klein, el mundo se
ordena según un patrón básico que hace de toda diferencia una oposición. El
supuesto bagaje innato “pulsión de vida”-“pulsión de muerte” se proyecta provocando
una lectura bipolar de la realidad. En Winnicott la experiencia de una
diferencia en el contacto con el mundo es un dato segundo, la diferencia se
inscribe –para empezar- en una paradoja, es decir, la diferencia es y nutre un
“modo de ver al mundo” (que, de todos modos, se comparte con otros). Este “modo
de ver” establece una perspectiva que no se suma a otras (para aportar un
consenso objetivo de la realidad) no pueden sumarse las diversas perspectivas
porque cada perspectiva es –también- la creación de un mundo único y
absolutamente personal.
Para decirlo de otro modo, el mundo no es la sumatoria de
diversas perspectivas posibles que buscan dar con un mundo objetivo sino un
entrecruzamiento de diferentes perspectivas, entrecruzamiento que necesariamente
supone un “mundo común” en donde apoyar esas miradas. Aunque nadie dudaría
respecto de que un mundo pre-existe al gesto para el bebé es su gesto el que
inventa al mundo. Cada gesto, de cada individuo, crea al mundo: lo que hace
vacilar la propia mirada es esa diversidad de miradas no la presunción de una
“única” mirada que podría discriminar lo “objetivo” de lo “subjetivo”. La
cultura es –para Winnicott- la superposición de las diversas ilusiones y no el
sometimiento a una realidad absoluta (que a menudo es el intento de someter a
los demás a la ilusión de uno solo).
Agreguemos para concluir que el margen habitual de
no-contacto que hay en cada encuentro con los otros, con el mundo, con uno
mismo, afirma un estado esencial de soledad en todo ser humano. Si la madre ha
permitido una experiencia aceptable de encuentro con el pecho, si perdura una
breve experiencia de omnipotencia de continuidad existencial con los objetos,
esa soledad es tolerada y permite la construcción de diversos objetos
transicionales. Finalmente, el universo de representaciones que afirman para el
sujeto una estructura de significación para dialogar con el mundo tiende a
negar o bien, en el mejor de los casos, a trabajar aceptando el estado de
soledad que hay en la base existencial de cada ser humano.
(1) Se ha observado también que su mito concidía con la
convicción cristiana del pecado original.
(2)Frase que Winnicott –para gran escándalo de éstos- le
espetó al grupo de analistas kleinianos en 1941.
(3) Sólo a partir de ese sostén materno algo podrá llamarse
“infans”
(4)Es una paradoja porque si algo está dado no es necesario
crearlo y si es necesario crearlo es porque no está dado, lo que Winnicott
plantea que la realidad está dada y necesita además –al mismo tiempo- que un
sujeto pueda crearla, por lo menos para que tenga algún sentido para ese mismo
sujeto.
(5) Winnicott distingue el juego como producto de una
experiencia y el jugar como el movimiento mismo de la experiencia, el “durante”
y no el producto final de un encuentro.
(6)Winnicott diría los que “pueden” jugar, ya que no es una
capacidad que dependa de atributos intelectuales.
(7) Aún cuando confunda bastante expresiones winnicottianas
como “objeto subjetivo” y “objeto objetivamente percibido”.
(8)Freud lo trabaja como diferencia entre el placer buscado y
el efectivamente obtenido.
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