compañeros infaltables

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sábado, 30 de agosto de 2014

Sobre Dos notas sobre el niño. Por Luisa M. Matallana. (2007)


     Este texto trata de dos papeles rasgados con dos notas que Jacques Lacan entregó a Jenny Aubry en octubre de 1969, poco antes de dictar su seminario número 17, “El reverso del psicoanálisis” y cuya publicación implicó la hechura de un texto coherente dada una inversión en el orden por parte de Jacques-Alain Miller – a quien Jenny Aubry entregase esos papeles -; es decir, lo que figura de segundo es lo primero y viceversa o, como quien dice,  al parecer, en el orden de entrega, primero está el fracaso de las utopías comunitarias y luego ese otro fracaso, lo que dice de lo que no anda, el síntoma. Como sea, lo que sí parece ser tal,  es que Lacan seguía los trabajos del grupo de Jenny Aubry con niños, especialmente con niños abandonados que sufrían de fuertes problemas psíquicos.

GUÍA DE LECTURA UNIDAD 5.

GUÍA DE LECTURA UNIDAD 5.

 Peusner, Pablo. El sufrimiento de los niños. (primera parte)


           Capítulo 1.
1-     Utilización del genitivo. Ambigüedad en los significados.
2-     Diferencias entre niño  sujeto. Consecuencias.
3-     Relación entre cantidad y Otro de la acción específica.
4-     Series complementarias freudianas y retrabajo realizado por el autor.
5-     Cuando el niño es el que sufre.
6-     Cuando el Otro es el que sufre por los niños.
7-     Escila y Caribdis. Reseñe y articule con la argumentación del capítulo.
8-     Qué demandan los niños al analista?


Capítulo 2

1-Diferencia entre escenificación de la amenaza de castración y amenaza de castración como concepto articulable a una estructura .
2- Escena del nacimiento del hermanito. Momento desencadenante. Castración del Otro.


Capítulo 3.

1-     Relacione Organización genital infantil y sufrimiento de los niños.
2-     Pasaje de la amenaza al Complejo de castración.
3-     Elección forzada.
4-     Complejo de castración y complejo de Edipo femenino.
5-     La castración como premisa.

6-     Qué espera es el tiempo del sufrimiento de los niños? 

viernes, 15 de agosto de 2014

CONFERENCIA EN LOVAINA



       CONFERENCIA EN LOVAINA

        Jacques Lacan


            Jacques Lacan à Louvain. Conferencia pronunciada en la Universidad
           Católica de Lovaina, el 13 de Octubre de 1972.[1]



Fuente: http://es.scribd.com/doc/74694552/Jacques-Lacan-Confer-en-CIA-en-Lovaina#download



          Puesto que se ha tenido la bondad de presentarme, voy a entrar en la difícil ta­rea de hacerles escuchar esta noche, digamos, algo. Les agra­­­de­cería, a las personas que están en la periferia, que me señalen, de la ma­nera que les convenga, si se me es­cu­cha bien; como no me gusta mu­­cho este tipo de utensillo {Lacan se refiere al mi­cró­fono}, me lo co­loqué debajo de la corbata. Pero, si por azar, eso constituye un obs­tá­­culo, ten­gan la gentileza de decírmelo. ¿Se escucha? ¡No se escucha! {ri­sas del pú­­bli­co} Y así, ¿se me escucha? ¿Anda? Entonces, la cor­ba­ta, pues, era un obstáculo. Re­cién tuve el placer de tener frente a mí lo que yo había pe­dido, lo que yo había pedido a J. Schotte y a Vergote, a sa­ber, algunos de ustedes, que me han formulado pre­gun­tas que, como se los he dicho, me interesan, me interesan mucho, me interesan mu­cho en cuanto que to­da pregunta no se funda nunca sino en una respuesta. Es cierto. U­no no se formula preguntas sino siempre ahí donde uno ya tie­ne una respuesta,[2] lo que parece limitar bastante el alcance de las pre­guntas; sin embargo, eso era para mí u­na ocasión de medir lo que, pa­ra cada uno, era una res­pues­ta[3]. Evidentemente, para ca­da uno, las res­puestas difieren. Es incluso lo que hace obstáculo a lo que tan gen­til­­men­te se llama la comunicación {ri­sas del público}; en fin, veo que ten­go un auditorio. La comunicación, qué gente simpática, la co­mu­ni­ca­ción, eso hace reír; y bien, eso es pa­ra mí un muy vivo estímulo; si us­tedes ya han llegado a eso, vamos a poder avan­­zar un poco, un poco; no me pidan más.

          He tomado, así, algunas notas en un papelito, cuando[4] terminé con las 25 o 30 per­sonas que tuvieron la gentileza de responder a la in­vi­­ta­ción de mis huéspedes. Es­ta­ba tan contento, puesto que jamás me su­cede que me extracten 25 personas antes, pa­ra que yo tenga una idea de con quién voy a hablar[5]. Estaba tan contento, que me que­dé con ellos hasta las seis y media, cuando yo estaba ahí desde las cuatro, y, des­de luego, eso no permite la preparación de lo que se llama una con­fe­rencia. Jamás tu­­ve la menor intención de darles una conferencia, pero ten­go una en­se­ñan­za; he hecho e­so durante, sí, durante un muy largo tiem­po, en fin, lo hi­ce durante 17 años, y crean que yo lo preparo; pero pa­ra, en principio, ve­nir a hablar a personas que for­zo­sa­men­te no tie­nen de todo eso más que esta cosa curiosa, en fin, ¿no?, esta cosa que se pro­pa­ga por vías im­per­sonales, que se propaga por vías im­per­cep­ti­bles, y ciertamente des­co­no­cidas por mí, las que hacen que siempre he de­bido creer más bien en lo que se llama mi audiencia. Entonces, tras las preguntas que se me for­mu­la­ron hasta aquí, ver­daderamente, no po­día hacer otra cosa que decirme que improvisaría, como se di­ce, lo que no quiere decir nada. Yo no im­pro­viso, desde luego, no improviso, aun­que tenga a mi alrededor un nú­me­ro de cabezas mucho más con­si­de­ra­ble que lo que es­peraba; digo esto por­que sólo veo eso, cabezas. Son muy cautivantes, las cabezas. Es in­clu­so tan cautivante que eso a menu­do se las da vuelta. Y bien, créanme si quie­ren, los dejo libres, eso a mí no me la da vuelta; eso no me la da vuel­ta porque soy un a­nalista y, por este hecho, no pienso, de cada uno de ustedes, que todo pase por ahí, bien lejos de eso. Eso no impide, des­de luego, que a causa de al­gu­nos términos de los que me sirvo en algunos me­dios que son, como por azar, medios llamados ana­lí­ti­cos, se diga que yo hago un psicoanálisis in­telectualista, bajo el pretexto de que yo he par­­tido — el día en que, co­mo siempre, resultaba que me encontré así, fue­ra del cam­po de lo que se llama la sociedad psicoanalítica llamada in­ter­nacional. No es por­que yo me haya salido, eso hay que saberlo bien; ja­más me he sa­li­do del sitio donde yo te­nía personas que tenían conmigo una expe­rien­cia común; pero, en fin, resulta que en e­se momento, ése era el mo­men­to de la fundación de una de esas sociedades filiales que cons­ti­tu­yen la fuer­za de un cierto agrupamiento, resultó que alguien había pen­sa­­do así, por razones de política, que no estaba mal, a pesar de todo, ha­cer que en ese mo­mento se responda a una demanda que era evi­den­te­men­te la de la formación ana­lí­ti­ca. Saltó alguien para actuar como se ac­túa en to­das partes, en fin, es decir, que si u­no no está más de acuerdo, uno di­ce “Presento mi renuncia”; entonces esta persona, a la que quiero mu­­­cho, al fin de cuentas la quiero mucho, no estoy loco por eso, pe­ro, en fin, la quiero mucho, esta persona presentó su renuncia a la In­ter­na­cio­nal; no me lo habían dicho, eso se hizo la víspera del día que debían en­­con­trar­se conmigo para fun­dar un nuevo grupo. Si me lo hubieran di­cho, yo le habría dicho: “de todos modos con­sulte los estatutos”. ¿Qué con­­­se­cuen­cias tuvo eso, presentar su renuncia? Eso siem­pre tiene con­se­­cuencias, hay que saber cuáles. Entonces, resultó que, a continuación de eso, en un cierto congreso de Londres, como las personas se habían com­­por­tado legalmente —rindo justicia y homenaje a la persona de la que les ha­­bla­ba—, ya no se pudo tomar la palabra, lo que siempre es fas­tidioso cuan­do se trata de u­na cuestión en debate. Eso volvió difícil, des­de luego, la continuación de las rela­cio­nes, sobre todo cuando la mis­ma persona que había presentado su renuncia, ya no tu­vo más que una prisa, que era la de volver a entrar en el seno del Alma Mater In­ter­na­­cional. En fin, to­do eso son detalles.

          La cosa de la que quisiera esta noche que ustedes tengan un po­co el sen­ti­mien­to, porque supongo de todos modos que, aparte de las per­sonas que tienen ga­nas de acogerme aquí, en fin, no es el caso de to­do el mundo, es lo que es el psi­co­a­ná­lisis. En el punto al que he lle­ga­do, y en el que ustedes no están, desde luego, he lla­­mado a eso un dis­curso. Naturalmente, hay que saber lo que yo entiendo por eso, un dis­curso; lo que yo entiendo por eso, es lo siguiente: un discurso, es es­ta especie de lazo social, es lo que llamaremos, si estamos de acuerdo, si les parece bien, el ser ha­­blante, lo que es un pleonasmo, ¿no? Es co­mo, porque es hablante, que es ser, pues­to que no hay ser más que en el lenguaje. Entonces, el hablante —el hablante, to­dos ustedes lo son, en fin, al menos lo supongo—, el hablante que todos ustedes son, se cree ser en muchos casos, en todo caso en éste; es suficiente cre­erse pa­ra ser, de alguna manera, este ser hablante, generalmente clasificado co­mo animal, es com­pletamente, a justo título, este ser hablante cla­si­fi­ca­do como animal, es com­ple­ta­men­te sensible que tiene lazos sociales; en otros términos, no es su condición común la de vivir en solitario. No so­lamente eso no es su condición común sino que, al fin de cuen­tas, no lo es jamás. No obstante, pasa su tiempo soñando {con que} bien po­dría ser­lo. De ello resultan encantadoras novelas, como Robinson Cru­soe. Qué podría ocu­rrirle si estuviera solito, no se puede decir que no as­pire a ello. Pero, vean, si hay u­na cosa que está muy clara en ese tipo de mitos que siempre vuelven a brotar, es que hay algo, en todo caso, que no lo abandona, {y} es justamente eso, que él sea ha­blan­te: cuando es­tá absolutamente solo, continúa hablando; en otros términos, con­ti­núa, como se expresa nuestro querido amigo Heidegger, de quien ha­bla­mos recién, en la cena, continúa habitando el lenguaje. De ahí que, de todos modos, es preciso que yo sondee un poco las cosas. Hay que par­tir de ahí. Pero cuando está en una isla de­sierta, habita el lenguaje y, de alguna manera, hasta sus menores pensamientos le vie­nen de ahí; es­ta­ríamos muy equivocados de creer que, si no tuviera lenguaje, pen­sa­ría; no es que piense con, es el lenguaje el que piensa; y luego, él re­ci­be de eso tan­tas más cosas cuanto más tiempo haya estado ahí adentro, y no es una razón, porque ha­ya tenido un pequeño naufragio, para que eso cese.

          Hablábamos del animal, y recién, me formularon preguntas. De­bo decir que e­llas me interesaron tanto más cuanto que es sobre eso que iba a modelar lo que podía te­­ner para decirles. Se ha hablado de un cier­to Szondi, por quien tengo mucha es­ti­ma, aparte de esto, como lo he subrayado bien, eso no tiene estrictamente ninguna re­la­ción con el dis­curso analítico. El discurso analítico forma parte de esto que po­de­mos saber, en todo caso con una entera certeza, es lo mínimo que se pue­da decir, es­to es que todo lo que se edifica entre esos animales lla­ma­dos humanos, está cons­trui­do, fabricado, fundado sobre el lenguaje; eso no quiere decir que los otros animales so­ciales, en fin, ustedes se­gu­ramente han oído hablar de ellos, las hormigas, las abejas y algunos otros ejemplos distinguidos sobre los cuales nos hemos inclinado, co­mo se di­ce, sobre los cuales pasamos nuestro tiempo observándolos, no­sotros, seres len­gua­je­ros — tienen algo, no se sabe qué, por otra par­te, estamos reducidos a decir que es el instinto, algo que los mantiene jun­tos. Parece difícil no darse cuenta de que lo que ha­ce que los seres hu­manos se mantengan juntos, ellos también, eso tiene relación con el len­guaje. Yo llamo discurso a ese algo que, en el lenguaje, se fija, se cris­taliza, que usa de los recursos del lenguaje, que evidentemente son mu­cho más amplios, que tie­nen más recursos, que usa de eso para que el lazo social entre seres hablantes fun­cio­ne. Es a continuación de eso que, hablando de aquello de lo que nos ocupamos, he tra­tado de dar a es­ta idea una pequeña cristalización; eso me ha permitido distinguir pri­me­ro a aquel que sigue estando en la base —como todo el mundo, us­te­des co­no­cen un poco de eso—, es lo que se llama, en fin, lo que yo he lla­mado así, pero no he si­do el primero, los caminos ya estaban des­bro­za­dos por un cierto número de per­so­nas, el discurso del amo. Ustedes ven a dónde hemos llegado, llamamos a eso el dis­cur­so amo {maître: “amo”, “maestro”}. Maître, es decir el magistrado,[6] es de eso que ha he­redado la lengua francesa. Ahora bien, está claro que eso antes se lla­­maba el dis­cur­so de la dominación. Pero las cosas ya habían des­li­za­do, hay que creerlo, para que lla­memos a eso el discurso del amo; es de­cir, es lo que ya aparece en un título del lla­ma­do San Agustín, el ma­gis­trado, de magistro.[7] Magistrado, eso no es nada, eso es lo que se lla­maba, hasta un cierto momento, el pedante, es decir, aquél a quien el amo con­fiaba sus niños; pero ahora es el pedante quien tiene la ma­gis­tra­tura, hay que tener eso en cuenta y distinguir, a pesar de todo, por al­go, ese pequeño..., en mis esquemas eso da un cuarto de vuelta. (Lacan está hablando aquí por un cuarto de vuelta del discurso universitario, el pedante, el “que sabe” en el lugar del agente)

          Es cierto que todos, aquí, tantos como son, ustedes están in­clui­dos en este se­gun­do tipo de discurso. Ustedes esperan algo de un ac­ce­so a esta especie de poder que confiere lo que ha sido promovido, por el cuarto de vuelta en cuestión, a un cier­to lugar que llamamos el saber. Es­ta es una revolución histórica; de ningún modo se tra­ta, desde luego, que yo haga unas etapas, de todo eso. Efectivamente, en el po­qui­to que sa­bemos de historia, podemos, pero eso vacila, podemos concebir el mo­­men­to en que el saber se ha dado el poder; eso quiere decir que, si po­demos concebirlo, e­so quiere decir que eso no estaba antes, y en e­fec­to, el verdadero amo, el dominus, tie­ne necesidad de no saber nada. Lo único que es preciso, como me he expresado, así, es que eso mar­che. El que tiene que saber algo, es aquél que está encargado de que eso marche, es decir, lo que un tal Hegel llamó el esclavo. Por otra par­te, es siem­pre entre los esclavos que se eligieron a los pedantes, porque se sabía bien que los había que sabían algo. Y luego, eso se puso a gi­rar así, suavemente, y llegaron otras cosas, cuyo gráfico no les voy a ha­cer. Por qué brinco, por qué salto hemos lle­ga­do a un punto en el que hay al menos una persona, en fin, que, yo... yo entre otros, pe­ro en fin, de todos modos yo, quien, así, he hecho una pequeña operación de des­bro­­zamiento para tener la idea de que es en ese rango que hay que co­lo­­car el discurso a­nalítico. Qué quiere decir eso, el hecho de que ese pe­queño trajín, así, que hubo al­re­­dedor de Freud, haga ahora... que us­te­des estén ahí, tan numerosos, y que el psi­co­a­­nálisis les preocupe, les plantee problemas, eso incluso les deja la idea de que ahí su­ce­de algo im­portante, en fin, a lo que se podría recurrir cuando todo el sistema, en fin, ya no marchara muy bien; como yo decía recién, es cierto, en fin, que hay pe­que­ños anuncios así, de que eso ya no marcha muy bien. En­tonces, ¿qué idea pueden te­ner ustedes del discurso analítico? A pe­sar de todo, en seguida haré hablar de una ma­nera muy pertinente, en fin, de ese Szondi, como alguien que sin duda ya guiado, tra­bajado por el discurso analítico, había querido hacer una especie de puente entre lo que estaba fomentado en ese discurso y, bueno, la condición de todos mo­dos fun­da­men­talmente animal en la que está ese ser hablante que se cree ser.

          He sido así un poquito arrastrado a hacer observar que, sobre el asun­to de la bio­logía, ahí, el psicoanálisis, en fin, no ha aportado gran co­sa, y sin embargo sólo tie­ne eso en la boca: las pulsiones de vida, en fin, y “yo te cloqueo”, las pulsiones de muer­te. En fin, de eso les ha lle­ga­do algo, ¿sí o no?, porque sin eso, paso, sí o no, más bien sí o más bien no. ¡Ah! Hay que desconfiar de toda esa charlatanería {aplau­sos}. ¡Un poquito de seriedad!... La muerte es del dominio de la fé. Ustedes tie­nen mu­cha razón en creer que van a morir, desde luego; eso los sos­tie­ne. Si no creyeran en eso, ¿podrían soportar la vida que tienen? Si u­no no estuviera sólidamente apo­ya­do sobre esta certeza de que eso ter­mi­nará, ¿acaso podrían ustedes soportar esta his­to­ria? Sin embargo, no es más que un acto de fé. El colmo de los colmos, es que us­te­des no es­tán seguros de eso. ¿Por qué no habría uno o una que viviría hasta los 150 a­ños? Pero, en fin, a pesar de todo, es ahí que la fé vuelve a tomar su fuerza. En­ton­ces, en medio de eso, ustedes saben lo que les digo al res­pecto, yo, porque he visto eso, hay una de mis pacientes —hace mu­cho tiempo, de manera que ella ya no es­cu­cha­rá hablar de esto, sin lo cual yo no contaría su historia— ella un día soñó, así, que la existencia vol­vería a brotar siempre por sí misma, el sueño pascaliano, una in­fi­ni­dad de vidas sucediéndose a sí mismas sin fin posible; se despertó casi lo­ca. Ella me lo con­tó {risas en el auditorio}. Desde luego, yo no lo en­contraba divertido. Pero, vean, la vida, eso es algo sólido {Lacan gol­pea el escritorio}, sobre lo cual vivimos, jus­ta­men­te. En la vida, des­de que uno comienza a hablar de ella como tal, la vida, desde luego, no­sotros vivimos, eso no es dudoso, incluso nos damos cuenta de ello a ca­da ins­tan­te. A menudo, se trata de pensarla, tomar la vida como con­cep­to; entonces, ahí, nos ponemos al abrigo todos juntos, para re­ca­len­tar­se con un cierto número de bi­chos que nos calientan, naturalmente, tan­to mejor cuanto que para lo que es de nues­tra vida, la de nosotros, no tenemos ninguna idea de lo que es. Gracias a Dios, es el ca­so de­cir­lo, ¡El nos ha dejado solitos! Desde el comienzo, desde el Génesis, ha­bía in­numerables animales. Que sea eso lo que haga la vida, tiene la ma­yor verosimilitud, es lo que nos es común con los animalitos.

          Primera aproximación, es algo hermoso, la vida, como ustedes sa­ben, eso se mueve, es caluroso, en fin, es sensible, en fin, es con­mo­ve­dor. Entonces, uno comienza a pensar, uno piensa, Dios sabe por qué, que la vida se conserva; de todos modos eso es un signo, en fin, de que ahí pasa algo un poco más serio. Para que eso dure, es preciso que eso se con­serve, eso hace lo que es preciso para conservarse, lo que comienza a complicar un poquito más las cosas. Lo que es muy se­rio, en fin, se los digo porque quisiera de to­dos modos tratar de de­can­tar un poco lo que les llega del psicoanálisis, el cual, desde luego, no es­­tá tan pegado a esta tontería. Es suficiente, en fin, un poquito de co­co, ¿no?, para darse cuenta de que de ningún modo es eso, la vida de nin­gún modo es for­zosamente lo que se mueve, ni lo que hace cos­qui­llas, ni lo que hace lo que es pre­ci­so para conservarse. Hace un tiempo ex­cesivamente largo que nos hemos dado cuen­ta de que la vida, en fin, es precisamente de la vida que se trata en el vegetal. Si me atrevo a de­cir­lo —digo “si me atrevo” puesto que voy a retomarlo, voy a con­si­de­rar­lo otra vez—, muy tempranamente fue sentido nuestro parentesco de vi­vientes con el árbol; parece, por lo poco que sabemos de historia, que las innumerables me­ta­mor­fosis con las que el mito antiguo nos expre­sa­ba sus verdades nos testimonian de e­llo. De manera que, por asom­bro­so que eso pueda parecerles, resulta que no se tuvo ne­cesidad de los úl­ti­mos progresos de la biología, ¿no?, no se tuvo necesidad de mi que­ri­do amigo André Jacob, para poner el acento sobre esto, que es el único ras­go ca­rac­terístico de la vida: que eso se reproduce, porque para todo lo demás, hasta nueva or­den, ustedes siempre podrán buscar lo que es la vida.

          Pero no se ha esperado a André Jacob, yo lo he nombrado por­que es mi ami­go, de ningún modo se tuvo necesidad de esperar eso pa­ra que nos diéramos cuenta de que no era más que eso, a saber, que de­cir, como lo he dicho recién, que eso hace cos­quillas, eso quiere decir que eso goza o que eso sufre, es del mismo orden; eso tie­ne un cuerpo. ¿A­caso el árbol tiene un cuerpo? Los antiguos, como los llamamos, no du­daban de eso; como prueba, y sólamente como prueba, pero esto no es nada, co­­mo prueba {están} los mitos de metamorfosis. Cuando dije “muy tempranamente”, us­tedes ven en seguida la ambigüedad: ¿eso quie­re decir que ellos eran más astutos de lo que nos esperábamos, o quie­re decir que eran más sabios, quizá, que nosotros? E­sa es la cues­tión, la cuestión del saber. Nosotros sabemos no pocas cositas que nos pa­­recen, naturalmente, que forzosamente no tienen relación con lo que sa­bían los o­tros, los que nos han prédécédé[8]predecesado en este planeta, en fin, de los que tenemos huellas, al­gu­­nos documentos; pero no podemos tener, por definición, ningún tipo de idea de las co­­­sas que ellos sabían, y que qui­­zá nosotros ya no sabemos. Pero la cuestión del saber, y par­ti­cu­lar­men­te del saber del esclavo, del saber que ahora nos rige, sigue estando en­­te­ramente en suspenso. Lo que yo quisiera decirles es eso, es que hay algo que ya, cuan­do conservamos de eso, así, una pequeña má­qui­na flotante que se llama el Me­nón, de Platón, y que plantea la cuestión: la ciencia, definida como lo que se trans­mi­te como saber, está al mar­gen de la opinión verdadera, la que no se define sino por es­to: que ella no es la ciencia, es decir, que no hay modo de transmitirla, pero que no es por eso menos verdadera, y que estamos por eso reducidos a recurrir a ella, así, cuan­do la encontramos, es decir, a darnos cuenta de que, pa­ra dar el brinco que es­toy forzado a dar, a falta de poder eternizar este dis­curso, que hay una cierta manera de cerrar su frase alrededor, lo que ha­ce que eso tenga efectos, quiero decir, que algo cam­bia para quien es al­canzado por esta frase; no por eso la opinión verdadera está me­nos caí­da del asunto, pero eso tiene sus efectos sobre aquél que se en­gan­cha a esta fra­se. Yo pregunto, pregunto lo que podemos imaginar del psi­coanálisis si no vemos que ésa es la cuestión, a saber, por qué algo que tiene un cierto objetivo, por ser di­cho tiene algunos efectos. De to­dos modos, está claro que el psicoanálisis no opera por medio de nin­gún otro instrumento. El recurso que habitualmente se ha hecho al efec­to lla­ma­do de transferencia, a saber, {que} a fuerza de verse durante al­gunos días, uno ter­mi­na por ser completamente cautivado por un cier­to ser, y luego, después, ¿qué ima­gen ofrece ese ser que está ahí, en su si­llón, para escucharlos? ¿Qué ejemplo? ¿Qué enseñanza? Entiendo que el amor lleva lejos, pero de todos modos, raramente se ha visto en el amor un partenaire así {risas}. Además, tras haber recurrido a este jue­go de prestidigitación, esto es todavía demasiado, es un amor sin du­da transferido, ilu­so­rio, es mi mamá, es mi papá que yo amo en tí. Freud era, a pesar de todo, un poco más serio, a pesar de todo ha dicho que la transferencia es el amor, pura y sim­ple­men­te. ¿Por qué se ama a un ser así? Dejo por el momento la pregunta en suspenso. He dado de eso, en fin, una fórmula, y es a propósito de la transferencia que he ha­bla­­do en unos términos que están llenos de trampas, como de cos­tum­bre, como en to­do lo que digo, desde luego —por qué diría otra cosa que aquello de lo que se tra­ta, justamente, cuando se trata del in­cons­cien­te, a saber, que el lenguaje jamás tiene, ja­más da, no permite jamás for­mular sino unas cosas que tienen tres, cuatro, cinco, vein­ticinco sen­ti­­dos?—, el sujeto supuesto saber. Desde luego, es cierto que durante un cierto tiempo se ha podido creer que los psicoanalistas sabían algo, pe­ro eso ya no es­­tá muy extendido {risas}. El colmo de los colmos, es que ni ellos mismos lo creen ya {risas}, en lo cual están equivocados, pues, justamente, ellos saben una parte, pero, exac­tamente como para el inconsciente en lo que es su verdadera definición, ellos no sa­ben que lo saben. Entonces, eso tiene otro sentido, no es un señor o un colega o al­­guien que es supuesto así, saber. Recién, a la salida, alguien me dijo que mi discurso se apoyaba un poco demasiado sobre no sé qué saber ab­soluto; si hay alguien que pien­sa que el saber absoluto es pre­ci­sa­men­te la fisura, en fin, absolutamente irremediable en toda la fe­no­me­no­logía que se dice del espíritu, de Hegel, si hay alguien que lo sub­raya a lo largo, a lo ancho, de través, soy yo, precisamente. El pensamiento, ba­jo pre­texto de ese desarrollo fabuloso, justamente, del discurso del amo, no es por azar que Hegel haya dado su coronamiento: el pro­gre­si­vo ascenso del esclavo, quien en He­gel, muy pertinentemente, es su­pues­to, en efecto, ser el soporte del saber, se ele­va­rá hasta lo absoluto, la potencia del amo, y que eso será lo que conjugará el saber con lo ab­so­luto, es verdaderamente uno de los más... en fin, es la dialéctica, lo que es de­cir todo. Hay que guiarse por el faro de la dialéctica: no hay nada mejor para estar se­guro de dar vueltas en redondo.

          Entonces, retomemos nuestro hilo. Esta vida, esta vida en re­la­ción a la cual nos cuidamos de abrir la boca en cuanto a que es lo que más seguramente está con­sa­gra­do a la muerte, esta vida con la que nos lle­namos la boca, ¿en qué sentido vale ser­virse de ella? Lo que estoy tra­tando de enunciar en sus comienzos, en esta entrada en materia, es lo siguiente: el uso que hacemos de metáforas; es decir, que ahí donde so­­mos capaces de dar cuenta del menor comportamiento, en fin, de to­dos modos: está la cubierta, el paraguas de la vida es así porque es la vi­da. Está claro que, por poco que nos apoyemos en el uso de esta pa­la­bra, sólo puede llegar al final, en todas partes don­de se ha osado em­ple­arla de una manera que ha tenido consecuencias, y no de una ma­ne­ra fútil.

Ahí donde se ha hablado de “Yo soy el camino, la verdad y la vi­da”, la vida viene en último lugar, y aún, si ustedes hojean un poco en to­da esa literatura, la vita nuova, eso quiere decir que es preciso des­em­barazarse de no pocas cosas, que son generalmente consideradas co­mo de la vida, para que llegue la vida nueva. Ella es siem­pre el re­sul­ta­do de algo que ante todo es desbrozamiento de sentido, y como se di­ce, tra­tar de darnos un sentido a la vida. Entonces, la mejor manera de co­men­zar a dar­le un sentido, es no creer que ella misma es el sentido. Su­ce­de que ella sea el re­sul­tado del sentido. Si hay una cosa ab­so­lu­ta­men­te cierta, es que de ningún modo es en dar un sentido a la vida que des­em­boca el discurso psicoanalítico. El da un sentido a montones de co­sas, a montones de comportamientos, pero le da, no el sentido de la vi­da, tampoco por otra parte nada que comience a razonar sobre la vida. Cuan­do el bió­logo, el behaviorista, comienza a considerar cómo se com­­porta eso, puede en e­fec­to hablar de lo que recién llamaba con­ser­var­se, y si empuja un poco más las co­sas, ha­blará de supervivencia. ¿So­brevivir a qué? Esa es la cuestión. Para lo que es del ser ha­blante, hay algo que se llama el acto, y eso constituye ahí, sin la menor duda, el sen­tido; la característica del acto en tanto que tal, es exponer su vida, a­rries­garla; es es­trictamente su límite. No me voy a poner a exponer la a­pues­ta de Pascal, para decir que la vida, para quien piensa y siente un po­co, no tiene estrictamente más que un sen­tido, poder jugarla. ¿A cam­­bio de qué? De innumerables otras vidas, sin duda. No de­ja de ser cier­to que aquello de lo que se trata es de jugarla, es la apuesta. Hasta el pun­to al que hemos llegado, es que el discurso, el discurso del amo par­­ti­cu­lar­men­te, y eso Hegel lo ha visto muy bien, es que fuera del ries­go de la vida, no hay nada que dé un sentido a dicha vida.

          Otra forma de desciframiento es lo que yo pongo en juego aquí; otra forma de des­ciframiento nos es propuesta, pero lo extraño es que eso no parta más que de otro dis­curso. Hay huellas, en el comienzo del dis­curso de Freud, de referencias a la vida. Se trata de un discurso, de un discurso del que él enseña, el de la histérica, y este dis­cur­so, ¿qué es lo que descubre? Muy precisamente, un sentido. Y este sentido, por re­­la­ción a todo lo que hasta entonces se ha evaluado, es otro. Es, voy a de­cir, la o el, di­gamos para desbrozar la cosa, es el goce {la jouis­san­ce}; pero si ustedes ponen la co­sa en dos palabras, con un guioncito, es el go-sentido o sentido-gozado {le joui-sens}. No hay una sóla de las pa­­labras de esas bienvenidas, esas bienamadas —llamé Ai­mée {Ama­da} a la enferma de mi tesis, de la que hablaba hace un momento, no era una his­té­ri­ca—, no hay una sóla de las palabras de esas histéricas de las que no podamos de­nun­ciar qué hilo, hilo de oro del goce, las guía; y es también muy precisamente por eso que este discurso enuncia el deseo, y constituye este deseo para dejarlo insatisfecho. Freud nos guía y nos ha dado, es cierto, un nuevo discurso que hace, ustedes ni si­quie­­ra se percatan de eso, que todas las maneras que tenemos de abor­dar el sen­ti­mien­to, el incidente, la afectuación[9] de algo en un cierto cam­­po, todos ustedes, no hay ne­cesidad para eso que estén en análisis, ni que sean analistas, ustedes saben interrogarlo de una ma­nera de la que no hay nada en toda la literatura pasada, incluso si tal como está he­­cha testimonia de dar vueltas alrededor de eso. Recién hablaba de un no­velista, Georges Me­redith, quien escribía completamente al co­mien­zo de este siglo o incluso un po­qui­to antes, cuando lo leemos, en fin, si po­demos sentir, en fin, qué quemante justeza, qué divinidad cómica lo gui­aba, es en términos que eran estrictamente impensables en la era vic­­toriana en la que esta novela apareció.

          Quién, pues, antes de Freud, era capaz, a propósito de un duelo —a pesar de to­do es algo que volvemos a encontrar cada tanto, no a me­nudo—, a propósito de un due­lo guiado, no por cualquier hilo, por­que Freud desde luego escribió sobre el due­lo, pero quién puede tra­du­cir eso en términos sensibles. Cuando en Duelo y me­lan­co­lía, li­te­ral­men­te yo no he tenido, para decirles todo, más que dejarme guiar; en fin, si un día inventé lo que era el objeto a minúscula, es que eso estaba es­crito en Trauer und Melancholie. La pérdida del objeto, ¿qué es este ob­jeto, este objeto que él no ha sa­bido nombrar, este objeto pri­vi­le­gia­do, este objeto que no encontramos en todo el mun­do, que sucede que un ser encarna para nosotros? Es precisamente en ese caso que es pre­ci­so un cierto tiempo para digerir su duelo, hasta que este objeto, uno se lo ha­ya resorbido. Esto está claramente dicho, escrito en Freud. Pero en nuestros días hay un montón de personas que, sin haber leído jamás este texto de Freud, pero sim­ple­mente a causa de lo que circula, de to­do lo que pasa así, en la conciencia común, co­mo se dice, son capaces de decirse “eso no es un verdadero duelo”, y discutir la cues­tión. Es un jue­guito masoquista, por ejemplo. En nuestros días, hace quince años que sabemos ser­vir­nos del término “maso”: “él es maso”, “tú eres ma­so”, “yo soy maso”, “él es maso”, eso se con­ju­ga. Y todo el mundo sa­be que “maso”, es de relumbrón. “No es un verdadero due­lo”, está al al­cance de todo el mundo, eso. En fin, ¿acaso se imaginan a esta cues­tión, dis­cutida antes de Freud? Yo he escuchado eso con mis orejas, y es lo que prueba que, a pesar de todo, ha ocurrido algo. Sí. Esta di­men­sión del sentido, al estar iden­ti­fi­cada al goce, con esto de más, ¿eh? —es para eso que servía mi pequeña historia de ha­ce un momento—, es que esto no es simplemente lo que ya estaba al alcance de to­do el mun­do, sino que nadie jamás había expresado antes, la conciencia, el pen­sa­­mien­to, el dominio, en fin, un muy gran número de categorías que tam­bién tenían su va­lor, pero que a pesar de todo estaban un poco pul­ve­rizadas. Hemos explicado mu­chas cosas, pero a pesar de todo no to­das, de las que a pesar de todo hemos he­re­da­do, heredado en el uso, ¿no?, que hacemos de ellas. No necesito evocarles que incluso ha­bía fi­ló­sofos, escuelas así, un poco particulares, que habían encontrado que el goce me­recía una mención, ¿eh?, porque no se engañen, Epicuro, en fin, eso de ningún mo­do es el goce, es el placer, y el placer consiste en que, como se dice, la tensión sea lo más baja posible. Menos hagan con eso ante todo, vale más, pero menos sienten e­so también, más agra­da­ble es. No hay la sombra de búsquedas de goce, y entre no­so­tros, ¿quién lo busca? Respuesta: los perversos; eso es la enseñanza de Freud. Los hay que están mordidos por el goce, y por eso están listos pa­ra todo. Eso los lleva le­jos, sin duda, pero no los lleva en cierta vía con la cual a pesar de todo podríamos ima­ginar algunas relaciones, esto es, el goce sexual. Es cierto que hay en Freud esto, an­te todo, que con­sis­te en mostrar que el goce sexual es el punto ideal por relación al cual se localizan los diversos goces perversos, esto por una parte, y por otra par­te, que todo tipo de comportamientos que juegan con el deseo, jue­gan con él de tal ma­ne­ra que, de lo que se trata, es que en ningún caso se desemboca en el goce, y esto se lla­ma la neurosis.

          Los dos descubrimientos, las dos brechas que abrió Freud, es eso; los Tres en­­sayos sobre la sexualidad, es eso lo que quieren decir. En El malestar en la cul­tu­ra, ahí, esa especie de grito que zanja tanto más cuanto que, por relación al conjunto de su discurso, en fin, eso des­­entona, que el goce sexual es sin ninguna duda, en fin, el momento del goce. De todos modos, hay algo que queda al margen, esto es que to­­do lo que él demuestra en el comportamiento humano, es que si hay al­go para lo cual está hecho el comportamiento, es para defenderse del go­ce. Freud, pues, ha apor­tado eso; todo lo que él ha aportado como teorización que podemos llamar ener­gé­tica no es más que la tentativa de fundar algo que se parezca a la física moderna, con esta estofa, diría yo, este fluido, este algo hipotético que es el goce como so­por­te. ¿Qué quie­re decir “principio de placer”, sino la transposición lúcida? Es tan­to más no­table cuanto que él no se engañó un sólo instante respecto del sen­tido de una cierta mo­ral de la que hablé recién, bajo el nombre de mo­ral epicúrea. No había que entrar en ese juego del goce, eso es lo que era el placer. Freud transforma eso en términos de niveles, del mis­mo modo que podríamos decir que la física, la mecánica, la dinámica mo­­derna, está fundada sobre el principio del menor trabajo. Quiero de­cir que, para que algo pase de un nivel a otro, pasará allí por el camino más corto, que todo el ra­zo­namiento respecto de ese algo, en fin, mí­ti­co, espero que ustedes se den cuenta de e­llo, que se llama la energía, ¿de qué se trata? Energía eléctrica, térmica, ¿la energía qué? ¿qué quie­re decir eso? Eso quiere decir simplemente que, cuando ustedes hacen la cuenta al final, ustedes deben encontrar la misma cifra que al co­mien­zo, y como las ci­fras ustedes las fijan de manera completamente pre­cisa sobre cada “desplazamiento” del conjunto, ustedes las eligen de manera que al final eso dé el mismo total; no es otra cosa, la ener­gía. Freud no pudo haberse dado cuenta completamente de eso, por­que, co­mo muchas personas, en fin, de su época, él creía que la energía era otra cosa que un cálculo. Y entonces, ¿qué inscribe él? Inscribe lo si­guien­te, que el principio del placer, del mismo modo que la caída de los cuer­pos en la ley del menor trabajo, el prin­cipio del placer es la pen­dien­te del menor goce. Y luego se da cuenta, en un se­gun­do tiempo, que eso no basta, y produce el más allá del principio del placer, ¿y qué ne­­cesita él de ese más allá?, lo que él llama automatismo de repetición.

          Es preciso dejarse guiar un poco así, sobre todo cuando no te­ne­mos un tiem­po infinito para hablar, es preciso dejarse guiar un poco por la lengua; no es sólo en fran­cés[10] que repetición quiere decir lo que quie­­re decir, es decir, dos veces o tres ve­ces o una infinidad de veces, la pe­tición, es decir, la demanda. Y la repetición quiere de­cir que la de­man­da no se detiene, y que nada la detiene. Y ahí, él está forzado a e­lu­cu­brar toda una mecánica del retorno que, desde luego, es mucho más que le­gi­ble, que es incluso traducible, del retorno de la vida a la muer­te; y en efecto, por qué no; a­parte de esto, como acabo de hacérselos no­tar, que eso deja completamente intacta la cuestión de lo que es la vi­da. Yo partí de ahí, eso me fue inspirado por las pre­gun­tas recientes al­re­dedor de Szondi, pero, en fin, es completamente claro que ahí, la me­cá­­nica llamada del placer encuentra su límite. No sólamente encuentra su límite, sino que lo encuentra de tal modo que todavía hay muchos ana­listas para encontrar que la ta­sa de Trieb, para no traducirla por ins­tin­to, la deriva de la muerte, eso no pega, e­llos no andan en este asunto. To­do eso reposando, desde luego, sobre el mal­en­ten­di­do fundamental de que el placer es el goce. En resumen, lo que quiero hacer observar, es que hay un cierto segundo discurso de Freud, que es la tentativa de u­na economía, de un balance de las cuentas, de una energética, para de­­cir la palabra, que está ins­pi­ra­da por el discurso científico, y que ade­más no está de ningún modo forzosamente al mar­gen, pero que no tie­ne estrictamente los medios para impulsar su articulación has­ta unas con­secuencias seguras que muestren ellas mismas su falla, que pongan por de­lante el más allá del principio del placer en claro, como lo que es, a saber, que lo que está más allá del principio del placer, es muy pre­cisamente todo lo que falla, to­do aquello de lo cual se ocupa el ana­lis­ta, es decir, esa repetición de una demanda, que de todos modos está ahí para algo, para algo distinto que desembocar en el ano­na­da­mien­to. Ahí hay algo que insiste, y lo que insiste, es justamente lo que tiene más sen­ti­do, y este sentido es del orden del goce. Freud, sin ninguna du­da, se alcanza a sí mis­mo a través de ese rodeo que se le impuso por el enigma de los hechos con los cua­les aprende a afrontarse, más allá del discurso de la histérica. Esto no impide que, si hay un enigma, un enig­ma que él deja abierto, y que es aquello por lo cual, en fin, se inicia aque­llo sobre lo cual, al final de todo, cae su pluma, a saber la di­vi­sión, el clivaje de lo que él llama el Ich, a saber el sujeto, pues en el mo­men­to en que él se desconcierta, por el hecho de que el Ich esté dividido de él mismo, a saber, que per­­sigue concurrentemente el deseo con­tra­dic­to­rio, ahí, en ese punto extremo de en­cuen­tro con esto, digamos para ir rá­pido, que es el punto donde yo retomo la cosa. De todos modos, él ha­bía planteado la cuestión llamada del narcisismo desde mucho an­tes, a saber... Por el contrario, de donde yo he partido, como quizá una par­te de us­tedes, es, a saber, bajo la especie de lo que he intitulado el es­ta­dio del espejo. Hay un modo de goce imaginario que es éste, que el hom­bre se satisface de su imagen, esa som­bra, ese recorte, ese perfil, esa cosa de la que nos servimos en las experiencias de e­tología, darle mie­do a una gallina con un recorte de águila o de halcón. Freud señala e­so inmediatamente después de la guerra del 14. ¿Por qué un objeto, en apa­riencia tan alejado de la función del goce, como ese trampantojo, es el caso decirlo, que es ese doble, la imagen especular, cómo es que eso pue­de constituir un punto de fijación?, es de ahí que Freud insiste, se­ña­la en toda su segunda tópica, que es el ver­da­de­ro fundamento de lo que preside al yo {moi}. Si al final él concluye en algo que se for­mula {como} la división del Ich, Spaltung, el rompimiento del yo, es pre­ci­sa­mente por­que en ese momento algo, en fin, una nueva vez, lo sor­pren­de. ¿Lo sorprende en qué? Pero, en ninguna otra cosa que en la co­he­rencia, en la coherencia de lo que el su­­jeto manifiesta. ¿En qué? En el inconsciente. ¿En el inconsciente en tanto que qué? En tan­to que el in­consciente, eso se lee. Es porque Freud lee, traduce, interpreta, in­ter­pre­ta dos sín­to­mas, de los que uno quiere decir lo contrario del otro, a sa­ber, que en un caso quie­re tener a toda costa un falo, y en el otro ca­so no lo quiere tener a ningún precio, que él habla, que él avanza en sus úl­timos escritos sobre los cuales se termina su mensaje, de la Ich-Spal­tung, de la división del sujeto.

          Si en un tiempo he hablado de retorno a Freud, era para recordar a nivel de la experiencia, a nivel de una práctica, de una práctica que só­lo opera en el campo len­gua­jero, donde casi todo el tiempo es uno só­lo el que habla... A causa de eso, un día lo llamé así, porque yo tenía mi claque para escuchar hablar del analizado, lo llamé el a­na­lizante; por­que es cierto, es él quien hace todo el asunto. Debo decir que eso tu­vo éxi­to, jamás había visto eso; incluso, a la semana, en el Instituto Psi­coanalítico de Pa­rís, que, como ustedes saben, no está com­ple­ta­men­te de mi parte, todo el mundo no tenía en la boca más que al ana­li­zan­te. No está mal, prueba que eso era tocar jus­to; y luego, después de to­do, ellos quizá no sabían que eso venía de mí; eso se dice a­sí, de bo­ca en boca, pero, al fin de cuentas, quiero decir que es muy posible, de to­dos mo­dos hay cosas convincentes. Lamento no haber tenido siempre tan­to éxito.

          He recordado lo siguiente: que a nivel de una práctica, no hay ne­cesidad de más allá. Recién se me planteó la cuestión de saber si yo no hipostasiaba alguna cosa ba­jo lo simbólico, bajo lo imaginario, y aun dos cosas diferentes; pero desde luego, com­pletamente de acuerdo, pe­ro, hipóstasis, son necesarias algunas reservas. Es muy po­sible que yo hipostasíe algo, ¡pero no me miren sólo a mí! No estoy seguro, pero, ¿qué hipostasía él, así, un poquito, así, sin quererlo? Es justamente así que uno queda mal parado, hipostasiamos dale que dale, todo el día. De todos modos, yo jamás he di­cho que, en fin, el logos, fuese algo, in­clu­so en un punto ideal, algo que sea si­tua­ble. Jamás lo he dicho por­que, verdaderamente, no lo pienso; esto no tiene ninguna es­pecie de im­portancia. Yo no pienso, yo digo: “el inconsciente está estructurado co­­mo un lenguaje”, porque desde la emergencia de esta noción apor­ta­da por Freud está cla­ro que no se trata sino de eso. Si el sueño significa al­go, es porque uno lo cuenta, y porque a partir del momento en que es­tá contado, uno ya no se plantea ninguna es­pe­cie de pregunta respecto del hecho de que es o no precisamente eso, ver­da­de­ra­men­te, lo que uno ha soñado. Lo importante no es lo que ha soñado, es lo que sale o lo que no sale. La prueba, es que cuando vuelve después y dice “Ah, pero ha­bía olvi­da­do eso”, todo está ahí. Es que él ha puesto esta nota agre­ga­da en un segundo tiem­po, y es lo único que nos importa, lo ha dicho en un segundo tiempo, entonces, ¿tra­ta­ba de engañarnos, de engañarse? En todo caso hay algo cierto, él no lo contó en se­gui­da; en otros tér­mi­nos, todo lo que está declarando será retenido en su contra. Y es­to es lo ú­nico que importa, es lo que vamos a poder leer a través de eso. Para eso, to­dos los modos de traducción son buenos, todos los golpes son bue­nos, salvo, desde luego, que no es el analista quien los produce. Es por­que es inherente al sig­ni­fi­can­te el ser equívoco, que todos los golpes son buenos. Es porque es ya de lo que ha­ce equívoco que el analizante, el sujeto que cuenta, se sustenta, y a partir del mo­men­to en que se dió cuen­ta de eso, que lo primero, eso para lo cual sirve una lengua, lo que la distingue de la vecina, son los juegos de palabras que se pueden ha­cer en esa len­gua, y no en esa otra. Cuando Freud tiene la suerte de te­ner un sujeto que posee dos lenguas, no se priva un instante del asunto pa­ra equivocar también de una lengua a la otra. Lo repito, a ese nivel, to­dos los golpes son buenos. Y lo que acabo de decir so­bre el sueño es igual­mente cierto, y todavía más sorprendente, para el lapsus, los que son... justamente lo primero que ustedes encontrarán en la vida co­ti­dia­na, el tipo que saca las llaves de su bolsillo en el momento en que llega a lo de su analista, por ejemplo; todo el mundo comprende eso, y por eso me sirvo de esto. Abran en cual­­quier página de la Psicopatología de la vida cotidiana, es en la manera con la que el tipo cuenta su pi­fia­da, su acto fallido, como se dice, es en la manera con la que el tipo dice que se equivocó, es decir, que uno le demuestra que él mismo acaba de de­­­cirlo: “creía que entraba en mi casa”. Y bien, vea, mi viejo, pero sí, es eso, usted en­tró en mi casa y creía que entraba en la suya. Y bien, él a­caba de decirlo, yo no te lo hago decir, como se dice. Les hago ob­ser­var que ahí yo he pasado al plano de la gra­mática, porque no es sólo en fran­cés que “yo no te lo hago decir” quiere decir eso: “tú lo has dicho”. Pe­ro eso también puede querer decir: “yo te lo he hecho decir por na­die” {je te l’ai fait dire par personne}. Si ustedes creen que Freud, to­do el tiempo, no usa más que del equívoco sig­nificante, no tienen más que remitirse al texto para percatarse de que él se sirve to­da­vía más de la gramática, y que toda su especulación, ahí, al comienzo del Pre­si­den­­te Schreber, sobre el... “yo lo amo”, “no es él a quien amo”, “no soy yo quien lo ama”, “es él quien me ama”, y así sucesivamente, ¿no?, eso consiste en hacer ma­la­ba­ris­mos con lo que no está inscripto, al fin de cuentas, sino en la gramática, porque, a­par­te de la gramática, yo les pre­gunto qué relación hay entre el voyeurismo y el exhi­bi­­cionismo. Eso no se sostiene, en Freud, sino en un juego de gramática, pero eso no im­­pide prestarle fe.

          Entonces, ahí de todos modos quisiera hacer observar lo si­guien­te: yo he di­cho que, así, en su momento, “el inconsciente está es­truc­tu­ra­do como un lenguaje”; des­pués de eso me ví forzado a apoyar, a de­cir que ahí, eso quería decir que el len­gua­je está antes —¿pero acaso era eso lo mismo de lo que hablaba cuando dije que el in­consciente es­tá estructurado como un lenguaje, con la manera resumida con la que a­ca­bo de tratar de hacérselos vivir?—, y luego, que después he dicho que el lenguaje e­ra la condición del inconsciente. Lo que es divertido, es que jamás se presta atención a lo que yo digo, absolutamente jamás, por­que el lenguaje, eso no tiene nada que ver con un lenguaje. Nadie vió jamás al lenguaje fuera de un lenguaje, pero eso no impide que el len­guaje, a pesar de todo, quiera decir algo. Eso quiere decir algo de tal mo­do que hay personas que, por creer en ello, las llamamos lingüistas. Ellos tratan de vol­ver a encontrar en cada lengua algo que sería el len­gua­je. Quizá llegarán a ello, in­clu­so podemos decir que están en el ca­mi­no, pero son pareceres. En cuanto a mí, los lingüistas son per­so­nas que me gustan mucho, y todo el mundo, en fin, casi todo el mundo, está irri­­ta­do por el caso que yo hago así, un poco a tuertas y derechas, de la lin­güística; en to­do caso, los lingüistas están exasperados. Sí, ellos no sa­ben lo que me deben; a pesar de todo, ellos me deben muchos alum­nos; es algo loco lo que se ha vertido de mi se­mi­nario hacia la lin­güís­ti­ca, ¿no?, para no hablar de algo de lo que puedo testimoniar por medio de algunos nombres. Hace un momento, en fin, alguien me decía así, que yo era, por jue­go, universitario. Dios sabe sin embargo que ése no es mi tipo, y si ustedes me es­cu­chan durante tanto tiempo, es porque yo los distraigo del discurso universitario. Yo he ha­bla­do de la metáfora y de la metonimia, así, en lugar de lo que Freud había visto así, mu­cho an­tes que los lingüistas, para hacer comprender bien las relaciones que tra­to de mostrar, en fin, del discurso psicoanalítico y esta verdad afín de que el incons­cien­te, es la estructura de un lenguaje. Sí, a pesar de to­do es sorprendente hasta qué pun­to Freud, al aportar la condensación, de la que creo demostrar muy simplemente que es la materialidad mis­ma de la metáfora, en fin, es una metáfora oscura, en fin, pero no hay otro modo de dar cuenta de lo que él llama condensación sino el hecho de que un significante se sustituye a otro creando, por esta sustitución mis­ma, algo que tenga o­tra dimensión de sentido que el des­pla­za­mien­to, lo que quiere decir que se hace expre­samente, en fin, tomar una ve­ji­ga por una linterna, ¿no?, que es exactamente lo mis­mo que en esta fra­se: “tomar vejigas por linternas”,[11] es exactamente lo mismo, y en­ton­­ces... {risas}.

{entra un joven en la escena, se acerca a la mesa donde habla Lacan, se sirve un vaso de agua, y lue­go lo derrama sobre los papeles que es­tán en la mesa, al par que los revuelve}

X ― ¿Van a brutalizarme? Pero yo me expreso a mi manera, como ese señor. ¿Usted me comprende?

LACAN Sí, lo comprendo.

X ― ¿Quiere usted jugar conmigo?

LACAN Sí, en seguida, ¿usted quiere?

X ― Pero usted no tiene todavía bastante con ese monólogo, ¿no?

LACAN ¡Sí, es cierto!

X ― ¿Usted no se da cuenta de que el público al que se dirige es por definición el más mediocre y el más despreciable al que uno pue­de dirigirse, el público estudiantil?

LACAN ¿Usted cree?

X ― Sí. Usted todavía no ha entendido que, históricamente, ahora es tiempo de juntarse para otra co­sa que para escuchar a alguien que habla de algo que le interesa. En el fondo, yo vengo a hablar aho­­ra de algo que me interesa, es decir, los pasteles.

PÚBLICO Déjalo hablar.

X ― Perdón, ¿quién me invita? En el fondo, yo me invito. El pe­que­ño antojo de este señor es in­te­rro­gar­se sobre el lenguaje, y el mío es construir castillitos con la pastelería {risas}. Entonces, to­da­vía qui­siera añadir que intervengo en el momento en que tengo ga­nas de intervenir, y que, digamos que el conjunto, lo que hasta ha­ce aproximadamente cincuenta años podía llamarse cultura, es de­cir, expre­sión de gentes que, en un canal parcelario, expresaban lo que podían sentir, ya no es posible, y a­hora es una mentira, y só­­lo puede llamarse espectáculo, y en el fondo es el telón de fondo que ab­un­da, en el fondo, y que sirve de enlace entre todas las ac­ti­vi­da­des personales alienadas. En el fondo, si a­hora las personas que es­tán aquí se juntan a partir de sí mismas, y auténticamente quie­ren co­mu­ni­car, eso será una base muy diferente y con una pers­pec­tiva muy diferente; es evidente que esto no es u­na cosa que ha­ya que esperar de los estudiantes, quienes por definición son aqué­llos que por un la­do se aprestan a convertirse en los cuadros del sis­tema con todas sus justificaciones, y que son pre­ci­sa­mente el pú­­blico que, con su mala conciencia, va a alimentarse pre­ci­sa­men­te con los residuos de las vanguardias y con el espectáculo en des­com­posición. Es por eso que yo elegí precisamente este mo­mento pa­ra divertirme, ¿y?, porque si yo veo, por ejemplo, tipos que se ex­presan auténticamente en alguna parte, {no} voy a ir pre­ci­sa­men­te a fastidiarlos, pero elegí precisamente este momento, ¿y qué?

LACAN Sí, ¿usted no quiere que yo trate de explicar la con­ti­nua­ción?

X ― ¿Qué continuación? ¿En relación a lo que acabo de decir? Me gus­taría mucho que usted me res­pon­da.

LACAN Pero sí, querido, pero voy a responderle. Póngase ahí, voy a res­ponderle. Qué­dese tranquilo ahí donde está. Puede ser que yo tenga al­go para contarle, ¿por qué no?

X ― ¿Usted quiere que me siente?

LACAN Sí, eso es, es una muy buena idea... Bien, entonces, ha­bía­mos llegado al len­gua­je. Si usted se ha expresado así, ante este público, que en efecto está bien pre­pa­ra­do para escuchar declaraciones in­su­rrec­cio­nales, ¿pero qué quiere hacer?

X ― ¿A dónde quiero llegar?

LACAN Sí, eso.

X ― Es la pregunta, en el fondo, que los padres, los curas, los ideó­logos, los burócratas y los canas, for­mulan generalmente a las per­sonas como yo, que se multiplican, ¡y qué!, puedo responderle, pue­­do hacer una cosa, la revolución.

LACAN Sí.

X ― Ve usted, y, bueno, está claro, al momento al que hemos lle­ga­­do por el momento, uno de nues­tros blancos preferidos son es­tos momentos precisos, donde personas como usted, que están en el tran­ce de venir, en el fondo, a aportar a todas esas personas que es­tán ahí la justificación de la mi­se­ria cotidiana, ¡en el fondo, es eso lo que usted hace!

LACAN ¡Oh, de ningún modo! {risas}

X ― Sí.

LACAN Ante todo es preciso mostrárselas, su miseria cotidiana.

X ― Pero eso es justamente lo que quisiera agregar, que hemos lle­ga­do justamente al momento en que ya no tenemos necesidad de es­pecialistas que deban mostrarla. Está claro que hay suficientes per­­so­nas, y eso se manifiesta por el momento, la descomposición se manifiesta a escala planetaria con su­ficiente fuerza como para que veamos que por el momento reina un malestar, quiero con­ce­der­le es­te paréntesis...

LACAN Un malestar...

X ― El público estudiantil está probablemente retrasado, aunque sea probablemente por ese lado que ha­ya más trastornos es­pec­ta­cu­lares y superficiales. Bueno, pero está claro que el malestar y la con­­cien­cia de su alienación y de su rechazo, la familiaridad de su alie­nación crece cada vez más. Ahora que­da por dar el paso de­ci­si­vo, ver la alternativa posible. Ciertamente, usted no está ahí para eso, aun­que yo no desprecio absolutamente lo que usted acaba de ha­cer, pero, eh... {risas y aplausos}. Bue­no, pero ahora, en el fondo, no tengo gran cosa para decir: si todas estas personas que están aquí se dan cuenta de que, en el fondo, la vida que estamos lle­van­do en general, debe ser cambiada, en el fon­do, si estas personas se or­ganizan entre sí, todavía quisiera decir algo, porque después, me voy rá­pidamente, porque...

LACAN No, no, de ningún modo, hay que quedarse.

X ― Pero si estas personas se organizan, porque en el fondo lo úni­co que en la hora actual es ne­ce­sa­rio es que haya una or­ga­ni­za­ción, harán otra cosa que venir a escuchar a alguien que habla, e in­­clu­so que pueda hablar de política, o de cualquier cosa, y eh...

LACAN Y ve usted, ¡usted está en la organización!

X Sí, sí.

LACAN Porque lo propio de una organización es tener miembros, y los miembros, pa­ra que se mantengan juntos, ¿qué es preciso?

X ― La cohesión.

LACAN ¡Yo no se lo hago decir! {risas} Es ahí que yo había lle­ga­do, porque, figúrese que lo que usted está contando, eso tiene, así, un ai­recillo de lógica. Usted es un ló­gi­co.

X ― Ahí usted da un grave salto, en fin, porque no es porque uno tie­ne lógica que se la hace, es un dis­curso de especialista.

LACAN De ningún modo, su organización, ¿qué es? Usted acaba de de­cirlo, es la co­he­sión, es la lógica.

X ― No, eso no es la cohesión, eso no es la lógica, me importa un ca­rajo de ese nivel. Aparte de la vo­luntad subjetiva de cada uno, mía como la de otros, y como estoy seguro de ello, plenamente en es­­ta sala, probablemente, a pesar de que ellos estén aquí, y que ha­yan llegado, eh, a escucharlo, pero es­toy seguro de que es la vo­lun­tad subjetiva de cada uno la que tiene ganas.

LACAN ¿Por qué habla usted de subjetiva?

X ― De subjetiva, eso es, en el fondo, una cosa que todo el mun­do comprende.

LACAN ¡Ah, yo no se lo hago decir, todo el mundo comprende! {ri­sas}

X ― Bueno, pero espere, esta subjetiva que, es eso el sentido, en el fon­do, de la historia, ahora, quien quie­re ligarse con los otros, para eh..., esto no es otra cosa, ahí, que la alternativa social, en el fon­do, en la intersubjetividad, y ahí está, en el fondo, la cohesión de, in­cluso no hay necesidad de ser un ló­gi­co, como usted dice.

LACAN Usted no ha observado que las revoluciones tienen por prin­ci­pio, como el nom­bre lo indica, volver al punto de partida, es decir, res­taurar justamente lo que co­jea­ba.

X ― Sí, pero eso es un mito periodístico-sociológico {risas}, que en el fondo, no hay que llegar es­pe­cial­mente, tras horas de cursos, pa­ra llegar a escucharlo decir, sino que estoy seguro de que todos los pro­fesores deben decirlo, y en el fondo, todos los periódicos... Le digo que eso es un error, y que pro­ba­­blemente, en los años por ve­nir, verá el error a sus expensas, probablemente, como a expen­sas de todos los especialistas, que por el momento están como us­ted, aquí, lamiendo las últimas migajas del espectáculo, y se lo rue­go, ¡que le aproveche! {risas}

LACAN Me asombraría, me asombraría que sea como dice usted, el fin del es­pec­tá­cu­lo.

X ― Pero escuche, en ese plano no discuto con usted, veremos ¡eh!, ¡usted verá!

LACAN ¡Sí, veremos, pero no está concurrido, usted sabe!             

X ― En fin, sí, en la base, ésta es una sucia discusión, porque, en la base, usted no tiene los mismos in­tereses que yo.

LACAN Usted no sabe. ¿Confesaría sus verdaderos intereses?

X ― ¿Cómo?

LACAN ¿Cuáles son sus verdaderos intereses?

X ― No, pero eso, en el fondo, he dicho lo que tenía que decir, por otra parte, lo he dicho...

LACAN ¡Ve usted cómo le gusta decir algo!

X ― Es lo primero que he dicho, en el fondo.

LACAN Sí, es también lo último, porque usted no puede ir más lejos, us­­ted no puede ir más lejos que esa idea de voluntad subjetiva, que es u­na idea, justamente, que re­sul­taba... acabo de hacer observar, jus­ta­men­te, que el sujeto jamás está plenamente de acuerdo consigo mismo, in­cluso usted, quien... la prueba, es que en seguida co­men­zó a hablar de organización, en el momento en que...

X ― Al respecto, ¿puedo decir algo, que quizá usted no ve muy cla­ro?

LACAN Justo después del momento en que usted hizo el des­ba­ra­jus­te, quiere la or­ga­ni­zación, ¡confiéselo, a pesar de todo!

X ― Bueno, pero señor, ¿podría responderle algo?

LACAN ¡Sólo espero eso!

X ― Es fácil ver que en cierta situación dada, es preciso, en un mo­mento dado, digamos, captar, o más bien romper lo que está exis­tiendo para que, en un momento dado, en el fondo es eso, la dia­léctica, en el fondo.

LACAN ¿Pues usted está todavía con eso, todavía está en la dia­léc­ti­ca?

X ― Pero cuando usted habla de, cuando usted habla de un sem­blan­te de contradicciones entre la vo­lun­tad subjetiva y la or­ga­ni­za­ción, esto no es una contradicción; la organización, en un mo­men­to da­do, es una concesión subjetiva a la historia.

LACAN Ve usted que ya ha llegado a las concesiones, mi Dios.

X ― Se trata, señor, la supervivencia en la cual vivimos por el mo­men­to, no ha hecho más que vivir so­bre las concesiones infligidas a los individuos. Se trata por el momento de encontrar una or­ga­ni­za­­ción social que supere el punto donde estamos por el momento, y que satisfaga, en el fondo, sa­tis­fa­ga mejor...

LACAN Ve usted, ahora, ha llegado a lo mejor. ¿Qué es ese mejor, un superlativo o un comparativo?

X ― Es una superación, ¿comprende? No se trata de Jesús o de Dios o bien de una situación, no se tra­ta de absoluto o de... no, es una superación, es eso, la historia.

LACAN ¿Qué le hace falta cuando acaba de decir lo mejor? Parece que es un su­per­la­ti­vo.

X ― Lo más mejor, en fin {risas}.

LACAN ¡Ah! Vea, escuche, usted es exactamente, mi viejo, usted es un apoyo pre­cio­so para mi discurso, es justamente ahí a donde quería llegar, a lo más mejor.

X ― Pero, yo ya lo escuchaba desde hacía cinco minutos, pero no me parecía que usted charlaba de e­so.

LACAN Pero sí, yo hablo de eso, es de lo más mejor que se trata.

X ― Aquí hay trecientas personas, en principio usted está de a­cuer­­do conmigo, usted está de acuerdo con que, en el fondo, la u­ni­versidad, en sí, no está ahí, como todo lo demás por otra parte, co­mo el ci­ga­rri­llo Gauloise, como el pan de campaña o como usted mis­mo, en tanto que objeto, ¿eh? {risas}; us­ted no está ahí, en el fon­do, usted no puede justificarse sino por el hecho mismo de que us­ted está a­hí; en el fondo no hay más, ya no podemos, en un mo­men­to dado, encontrar justificación, por e­jem­plo ¿en la uni­ver­si­dad? ¿Acaso cuando usted vino a charlar aquí, dijo que hay que des­­truir la uni­ver­si­dad, suprimirla de arriba abajo?

LACAN No he dicho eso.

X ― Aquí estamos quinientas personas que, cada una, por el he­cho de que estamos en unas si­tua­cio­nes precisas, que cada una tie­ne unos talentos diversos, unas situaciones privilegiadas, sería po­si­ble, es­tando dado que partiéramos del postulado de que se ten­drían ganas de cambiar algo, sería posible en­contrar juntos una for­ma de organización que pueda ser una forma eficaz. ¿Acaso cuan­­do usted vie­ne a charlar habla de eso, o bien habla de otra co­sa, que en ese momento no hace más que...? Us­ted habla tres ho­ras, luego uno entra después, entonces después, bueno, ¿eh...?

PÚBLICO Cállate, ahora.

LACAN ¡Bueno, entonces continuamos, a pesar de todo!                                                                                                                                                                                                         

PÚBLICO Sí.

LACAN Sí, ¡ah! {suspiro} Estaba en ese punto, ¿no?, que el len­gua­je determina, y es sus­tancialmente eso en lo cual, justamente, reposa la rea­lidad de este término de es­truc­tura. Es muy precisamente porque cier­to discurso resulta muy insoportablemente pró­xi­mo de lo real, de lo real que no es lo que se llama, en fin, como acaba de de­mos­trar­lo con mu­­cho talento mi interlocutor, lo real que no es algo que tenga que ver con lo que comúnmente se llama la realidad, a saber, en efecto, como aca­bo de hacérselos ob­servar, el hecho de que ustedes estén todos ahí y que tengan una gran paciencia pa­ra conmigo, lo que es, en efecto, al­go que tiene sus límites. Ese algo, es cierto, en fin, que les interesa por el hecho de que ustedes están ahí, está en efecto ligado a ca­da uno, ade­más, de manera que le es enteramente personal, subjetiva, como él lo dijo re­cién, subjetiva, y por lo cual ustedes están, en fin, entre Ca­rib­dis y Escila, entre na­dar y guardar la ropa, entre esto y aquello, pero se­guramente no unificada por otra co­sa, como acaban de escuchar un dis­curso que, a pesar completamente incluso del con­texto, toma el as­pec­to de una exposición, de una exposición de algo de lo que us­te­des es­peran, después de todo, algo que pueda destacarse, ordenarse en al­gu­na par­te, como siendo una cierta concepción del mundo. No hay na­da más diferente de esta es­pecie de desbrozamiento que está muy po­si­ti­vamente fundado sobre una cierta expe­­riencia, sobre la experiencia que consiste en la existencia de lo que llamamos neu­ro­sis, y para in­di­car­les simplemente dos grandes vertientes de una neurosis cuya esen­cia es situar al sujeto en relación a un deseo que él quiere conservar in­sa­tis­fecho, y de o­tra que, en fin, la segunda, de la que todavía no les he di­cho el nombre antes, pues en la primera ustedes ciertamente han re­co­nocido a los histéricos, en la segunda la con­frontación a un deseo es­tric­tamente definido, situado, constituido como un deseo im­posible; que algo se manifieste en este contexto, ¿no?, que es la puesta en pri­mer pla­no, la interrogación como tal de la neurosis, y la tentación de elu­cidar tanto co­mo sea posible un sentido, si se produce algo así, y si se produce también algo, des­pués de todo, mi Dios, que bien podemos de­cir que hasta un cierto punto es nuevo, a sa­ber, este llamado loco a un cambio, no se sabe cuál, pero que, como ya lo he dicho mu­chas ve­ces en presencia de interrupciones como esta, es algo que no des­em­bo­ca, al fin de cuentas, más que en el anhelo de que estemos todos juntos, ¿y para qué?, pa­ra, únicamente, ese objetivo, ese fin, esa instancia apre­miante y de alguna manera exi­gi­da a todo precio, ¿no?, que es que eso cambie; ¿que eso cambie en qué?

{inte­rrup­ción: se llevan al joven de la sala, quien se va gritando algo inaudible}

Que eso cambie por una nueva organización. Esta organización, no está del todo exclui­do que la veamos nacer, la vemos nacer bajo la forma de un régimen que se in­ti­tu­la, se intitula incluso, mi Dios, para lo que es su inspiración en efecto suprema, ¿no?, es la totalidad, en fin, es como él se los decía hace un instante, en fin, ¿no?, que allí es­temos todos, que es­temos todavía un poquito más codo a codo para ser aquéllos que quie­ren ¿qué? Organización, ¿qué quiere decir eso, si no es un nuevo or­den? Un nue­vo orden, es el retorno a algo que, si ustedes siguieron bien lo que les he dicho y de dónde he partido, es algo que es del orden ¿de qué? Pero, del discurso del amo, muy simplemente. Es la única pa­la­bra que no haya sido pronunciada en todo eso, pe­ro que el término mis­mo de organización implica. Hasta un cierto punto, es com­ple­ta­­men­te conveniente que haya mucho progreso en ese sentido, si a eso lo po­demos lla­mar progreso; quiero decir que lo que nos revela el enfoque de lo que sucede, en fin, de lo que sucede a pesar de todo en un cierto nú­mero de sujetos, es decir, algo emi­nentemente precioso que él ha e­vo­cado recién bajo el término de voluntad sub­je­ti­va, esta voluntad sub­je­tiva, si la vemos de una manera verdaderamente permanente co­mo no pu­diendo manifestarse sino por su propia división, esto está hecho se­gu­­ra­men­te para sugerirnos algo, a saber, que a pesar de todo no es la ima­gen de la ar­mo­nía total, en fin, realizada, es un llamado lo que us­te­des han escuchado, que yo co­noz­co bien, y que es conmovedor, en fin, eso desemboca en algunos inconvenientes a­sí, sobre mi corbata {Lacan a­lu­de al momento en que el joven le tiró encima el vaso de agua}. Es el amor, es el amor que él les predica; si fuéramos todos así, todos jun­tos para a­mar­nos, es la Jerusalén celeste, ¿no?, lo que él viene a anun­ciar­les así. Eso se ha visto al­­gunas veces en el curso de la historia, y ja­más en momentos indiferentes. Es muy jus­tamente porque algo se ma­ni­­fiesta, que de todos modos está estrictamente inserto, en fin, en el or­den del discurso, es porque hubo un discurso que está proliferando, en fin, que en­gen­dra innumerables cachorros que se les vuelven, a todos y ca­da uno, a mí también, en fin, terriblemente incómodos, a saber, el dis­curso científico que cada vez más está a­hí, en fin, inminente, ame­na­zan­te por su presencia, ¿no?, por la idea de que todo eso va a arre­glar­se finalmente en términos mecánicos, de balística, de equilibrio, de co­rrien­­tes, y luego, cuanto más se sepa de eso, tanto más valioso será, y pro­nto final­men­te sabremos cómo producir, en fin, tal o cual tipo de in­di­viduo que sabrá marchar con todos, ¿no? Lo que la experiencia nos mues­tra es evidentemente muy otra cosa; lo que la experiencia nos mues­tra, es que es un lenguaje del que he hablado y que es e­so en lo cual todos ustedes han creído y crecido, que no es algo que se les ha trans­­mi­tido sin vehiculizarles al mismo tiempo toda una realidad es­tre­me­cedora y vacilante que les está hecha por el deseo de sus padres. Es por eso que, en la formación de ca­da uno, esta incidencia por la madre, en fin, por la lengua materna, ¿no?, algo que es­tá a la vez al principio, que es hacia ahí que se vuelve el amor, que es hacia ese es­tre­me­cedor lla­mado a la unión ¿en qué? En algo muy evidentemente, como él lo ha di­­cho, alienante. Lo que hay de absolutamente increíble, es que él ima­gi­na que es gol­pe­ando con sus puños la bóveda del cielo que esta alie­na­ción, que es justamente esto que hace que, después de todo, lo que él les decía, es algo que además era un lla­ma­do. ¿Un llamado hacia qué? Ha­cia más verdad. Su palabra le parecía verdaderamente i­déntica, en fin, a esta verdad cuyo instrumento se consideraba él en este caso, en fin, su mensajero, el ángel encargado de sacarlos ¿de qué? — de vues­tro sueño, al fin de cuen­tas, de vuestros fantasmas, de vuestra par­ti­cu­la­ri­dad. Desgraciadamente, está com­­pletamente claro que, no sólamente es­ta particularidad resiste, sino que ella es ahí eso de lo cual tenemos que ocuparnos.

          Y para llegar al último término, puesto que en esa pequeña en­tre­vis­ta que tu­ve con un grupo limitado, al final se llegó a demandarme ra­zón de algo que es el extre­mo sobre el cual, en fin, llega a un cierto re­co­do, si no a un cierto término, ¿no?, lo que está en juego de la pa­labra co­mo creadora del sentido, como la palabra que al fin de cuentas se re­ve­la como no siendo más que el soporte del goce. ¿De qué go­ce? Sino, de éste, que nos es mostrado en el horizonte, a saber, algo que gira al­re­­de­dor de ese punto, ese punto ideal, que es al fin de cuentas aquello de lo que se tra­ta, a saber, la relación de ensayo, de esto, ¿no?, y este ser que somos todos, que yo soy con ustedes, ¿es qué? Es esta extra­or­di­naria, en fin, manifiesta impotencia, que es ver­daderamente la de to­dos; no voy a decir en frente de todas, porque la mujer, aquí lo indico, lo he indicado, lo leerán en lo que va a salir en mi último escrito, la mu­jer no puede, como el hombre, ser destacada por una relación unívoca con algo que re­sul­ta haber sido revelado por el discurso analítico; a sa­ber, que en lo que es de la apro­ximación de los sexos, siempre hay un ter­cero, que a ese tercero ustedes lo fijan en el Otro {Autre}, el Autre con una A mayúscula, ese otro[12] que es el lugar en el cual us­tedes tes­ti­mo­nian o articulan lo que tienen para decir, ustedes se manifiestan, en fin, cada uno, como el testigo de lo que han podido recoger de verdad, o, si hay otra co­sa todavía que el análisis ha puntualizado de manera mu­cho más próxima, ¿no?, a saber, la fun­ción enigmática, jamás ver­da­de­ramente transfijada, jamás verdaderamente bien ce­ñi­da, puesta a pun­­to, y aquella que se expresa por el término de omnipotencia del pen­­­­samiento, es decir, una notación verdaderamente etnográfica que ver­­daderamente no tiene alcance pero que se coagula en esta función, que está marcada por lo que dis­tingue los sexos por una relación di­fe­ren­te con el falo; ese tercero, esta función ter­cera, no es llevada por el análisis, en su relación con la función fálica como siendo lo que se vuel­ve a encontrar de alguna manera necesariamente, lo que hace tro­pe­zar, ¿no?, lo que constituye también todo un drama, el que gira al­re­de­dor de la castración, lo que no quiere decir nada más que el re­co­no­ci­miento de un cierto límite. Este límite es muy precisamente esto, que es lo mismo, no digo que uno es primero y el otro se­gun­do, ¿no?, ni in­ver­samente, ¿no?, que es esto, que esta cosa que parece ver­da­de­ra­men­te ligada a la reproducción, a esta reproducción pasajera que es el e­nig­ma de la vi­da, ¿no?, esta cosa que consiste en la diferenciación, en todo ser vivo, de dos fun­cio­nes que son denominadas los sexos, es muy pre­ci­samente lo que es, por el hecho mis­mo de la función y de la exis­ten­cia del lenguaje, imposible de formular de otro mo­do que, como lo he di­cho recién, por metáfora. Toda esta historia que hace que yo pue­da de­cir, supongo, en fin, imagino, me atrevo a imaginar que no hay uno de los que están aquí, que no hay uno de ustedes que no esté sin haber expe­rimentado, y de la manera más directa, la dificultad del encuentro, ¿no?, el milagro del encuentro, lo que en todo el tiempo ha constituido el sueño del amor, que es a la vez, en efecto, el pi­­­vote, el punto de giro de todo lo que se ha proferido hasta ahora como discurso, y que sin em­bargo está, si se puede decir, verdaderamente destinado a lo que Freud expresa ba­jo el término de pifiada, de lo que siempre es fallido.

          Es eso, éste es el horizonte, ¿no es cierto?, que nos ha revelado Freud, esto es que si el sexo es, de alguna manera, el punto ideal al­re­de­dor del cual todo discurso ad­quiere su sentido, no sigue siendo me­nos verdadero que ese punto ideal es un punto que, de alguna manera, es­tá fuera del mapa, y que la estructura, es eso, lo mismo que en ma­te­má­ticas, no sólamente es pensable, sino más que pensable, corriente, re­ferirse a ese punto insituable, a ese punto cuyo soporte está en rea­li­dad mucho más presente de lo que sospechamos, ¿no es cierto?, con­for­me a algo que se construye, y alrededor de lo cual se construye la idea, en la topología, del plano proyectivo, es muy exac­ta­men­te hacia ese punto de hiancia que sin duda todo el discurso humano converge, y por otra parte, ahí, el discurso científico nos da de eso tantas pruebas co­mo los otros; y es la revelación de esta estructura que es aquello so­bre lo cual se funda, y sobre lo cual, en unos casos privilegiados que son precisamente aquellos que he definido re­cién por la neurosis, que gi­ra y se edifica el discurso analítico. Para esto, es evidente que es pre­ci­so acentuar, precisar cuáles son los miembros, los miembros que son si­­tua­bles lenguajeramente, ¿no?, en el nivel más elemental de la función del lenguaje. Es eso lo que el análisis nos enseña a localizar, es eso lo que nos sitúa, lo que define al analista.

          Si he hablado recién — no podría, pues es preciso que este dis­cur­so termine, más que aludir a lo que he llamado el objeto a mi­nús­cu­la, alrededor del cual da vuel­tas todo el proceso de un análisis. Es en el he­cho de que algo se ha inaugurado, que se define por la función del ana­lista, quien es aquél que puede permitirse, que osa per­mitirse po­ner­se en posición —por relación al sujeto, al sujeto, en efecto, más o me­nos enloquecido por esta extraordinaria condición humana de habitar el len­guaje— que es la de ser aquél que se pone en posición de causa del deseo. Es cierto que la trans­ferencia no es nada, pero si no existiera la pa­labra, la palabra del sujeto hablante, del analizante mismo, quien de al­­guna manera traza sus caminos, la interpretación del a­nalista, en su­ma, jamás podría producir ese corte, ese algo gracias a lo cual cambia u­na estructura. Es precisamente por eso que el análisis, lo he hecho ob­ser­var recién, se ha hecho notar por algo que es, en las condiciones de la historia donde estamos, un nuevo discurso, un nuevo modo de lazo so­cial. Esa cosa que se establece entre el a­nalizante y el analista, es ahí la célula inicial de algo que debe ir mucho más — que i­rá o no irá, pe­ro, si va, tendrá un lugar ¿no? esta posición del analista, tendrá un lu­gar esen­cial en algo que nos dará reposo, que compensará, que estancará el mo­do de ma­lestar, en efecto, malestar en la cultura —Freud ya lo había pro­movido, por cierto que lo había promovido, sabiendo lo que decía, por­que él sentía llegar los síntomas de esto—, pero este malestar se acentuará, ciertamente, no puede más que acen­tuar­se, en razón de lo que aporta de completamente nuevo, en el lazo social mismo, ese dis­cur­so científico.

          Es en eso que la época en la que vivimos hace del advenimiento del análisis no, de ningún modo, un progreso, porque, como ya aludí va­rias veces a eso en este dis­curso, lo que se gana por un lado, se pier­de por otro. Lo que hemos adquirido co­mo resorte, como uso del saber, co­mo cuestionamiento del saber en sus relaciones con la verdad, es al­go que seguramente existe, que es verdaderamente el sello, la mar­ca, el sal­to, lo destacado, el blasón de esta era que vivimos. Pero tampoco sa­be­­mos, somos bien incapaces de decir, por relación incluso a unos es­ta­dios, a unas é­po­cas que nos son próximas, cuál era en ese momento el sa­ber que era precisamente lo que producía el equilibrio, eso alrededor de lo cual, en fin, se apaciguaba esta horrible im­paciencia. Y es pre­ci­sa­mente porque no lo sabemos que estamos reducidos a nues­tros pro­pios medios.








traducción y notas:
RICARDO E. RODRÍGUEZ PONTE

para circulación interna
de la
ESCUELA FREUDIANA DE BUENOS AIRES




[1] Este texto fue publicado originalmente, con la autorización de Jacques-Alain Mi­ller, pe­ro evi­den­te­­mente no establecido por él, en el número 3 de la revista Quarto, su­ple­men­to belga a la Lettre men­­suelle de l’Ecole de la Cause Freudienne, 1981. Pa­­ra su tra­ducción, nos servimos como fuente de la versión del mismo publicada en la edi­ción anó­nima que agrupa varios inéditos de Lacan, ti­tu­la­da Petits écrits et con­­fé­ren­ces. En al­gunos puntos dudosos, así como para obtener algunos datos del con­­tex­to en que fue pronunciada esta conferencia, hemos confrontado dicha ver­sión trans­crip­ta con los fragmentos de la misma filmados, reproducidos en un video rea­lizado por Fran­çoi­se Wolf, vi­deo que incluye también una entrevista efectuada al día si­guien­te, que no traducimos. Dadas cier­tas características que ofrece el tex­to fuente del que nos ser­vimos —parece la transcripción directa de la banda mag­ne­tofónica, sin mu­cha ela­bo­ra­ción—, me he permitido modificar la puntuación del mis­­mo en aquellos lu­gares cuyo sen­tido no era dudoso, pero que podía volverse así en la traducción. Los tér­minos en­tre llaves, { }, son, igualmente, de nuestra co­se­cha. ― Nota de Mar­zo de 2002: he con­frontado la anterior traducción con la ver­sión apareci­da en la pá­gi­na web de la éco­le lacanienne de psychanalyse (en ade­lan­te: elp), http://www.ecole-lacanienne.net/, ba­jo el título: La mort est du domaine de la foi. Conférence à Lou­vain (“La muerte es del dominio de la fe. Conferencia en Lovaina”).

[2] La versión elp señala en este punto que Lacan dice “la respuesta”, acentuando el “la”.

[3] La versión elp señala en este punto que Lacan dice “la respuesta”, acentuando el “la”.

[4] {lorsque} ― alternativa ofrecida por elp: parce que {porque}.

[5] alternativa ofrecida por elp: “de a quién voy a hablar”.

[6] En este punto, la versión elp se pregunta si Lacan lo ha escrito en el pizarrón (su­po­nemos: el discurso), o resulta del transcriptor. De todos modos, ninguna de las dos fuentes transcribe el discurso del amo.

[7] SAN AGUSTÍN, Del Maestro / De Magistro, en Obras de San Agustín en edi­ción bilingüe, III, O­bras filosóficas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1971.

[8] prédécédé ― La versión de los Petits écrits et conférences destaca la palabra en cur­siva, mientras que la versión elp le adjunta la siguiente nota al pie de página: “¿Falta de tipeo o neologismo?”. De tratarse de esto último, implicaría la con­den­sa­ción entre “quienes nos han precedido” {qui nous ont précédé}, nuestros pre­de­ce­sores {prédécesseur}, y quienes han muerto {décédé} antes {pré} que nosotros.

[9] affectuation ― En nota a pie de página, elp se pregunta: “¿Falta de tipeo o neo­lo­gismo?”. Este último condensaría affect {afecto}, affectation {afectación} y effec­tuation {efectuación}.

[10] También en castellano, por ejemplo.

[11] La locución prendre des vessies pour des lanternes se emplea para indicar que se co­mete una grosera equivocación, o que se quiere hacer creer algo absurdo. Un equi­valente nuestro, aunque poco usual, sería “confundir la gimnasia con la mag­ne­sia”.

[12] Nota de elp: “debe tratarse más bien de ese Otro”.