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domingo, 28 de septiembre de 2014

UN SABER HACER CON EL LIMITE, por Marité Colovini



Panel: Arte , representación y violencia.

Organizado por el Grupo de Investigación Arte y Trauma.

7 de noviembre del 2008. Facultad de Humanidades y Artes. UNR.






Un saber hacer con el límite.

                                                                       Marité Colovini


“Explicar el arte por el inconsciente me parece de lo más sospechoso, y es lo que hacen sin embargo los analistas. Explicar el arte por el síntoma me parece más serio.”
JACQUES LACAN, Yale University, 24 de noviembre de 1975





1- De cómo el arte explica el síntoma.

En 1913 Freud afirma lo siguiente: «las fuerzas pulsionales del arte son los mismos conflictos que empujan a la neurosis a otros individuos»[1]

Cuando analizó los delirios y los sueños de W.Jensen en La Gradiva, Freud había planteado esta disyunción: el protagonista de la novela presentaba una disposición psíquica que lo destinaba a ser neurótico o poeta.

Es de éste modo, como Freud nos brinda una pista para pensar el modo en que alguien queda a las puertas de la Poiesis. [2]Si el fin de lo poético es producir purificación, catarsis de los afectos del alma en los hombres, como se supone desde Aristóteles -escribe Freud-, «ese mismo propósito puede describirse con algo más de detalle diciendo que se trata de abrir fuentes de placer o de goce en nuestra vida anímica»

Padecimiento neurótico o liberación por el acto poético, se explican como alternativa freudiana, a partir de que  las mociones pulsionales que figuran las fantasías y el delirio del sujeto, serían a su vez el estado de cierta predisposición natural del poeta, que por medio de su arte transfiguraría sus fantasías de deseo en creación artística. Nueva fuente de satisfacción en el objeto poético, o bien fuente de satisfacción sustitutiva en la formación de síntoma.

¿De dónde procede el proceso que le permite al artista tramitar y transfigurar sus fantasías de deseo? En el mismo trabajo de 1913, Freud acota los límites de la indagación analítica: «No es asunto de la psicología averiguar de dónde le viene al artista la capacidad para crear».

Sin desoír éste principio freudiano, voy a exponerles una hipótesis, acerca del modo en que la operación del arte permite un “hacer” con aquello que es por definición del orden de lo irrepresentable e indecible: el grano de arena en la perla del síntoma, el ombligo del sueño.  Esta hipótesis, y su comprobación en los casos reseñados, iluminan un problema de la práctica analítica: aquel conformado por lo incurable del síntoma.

En la economía psíquica, el trauma  aparece como un blanco, una “laguna dentro de lo psíquico”, como dice Freud. No hay representación del trauma en el psiquismo. Y es sobre este blanco, esta laguna, que se erige la representación frontera, haciendo borde al agujero, permitiendo así la defensa fantasmática, defensa que Freud reconoce, en principio, en los  sueños diurnos como consecuencia de la actividad fantaseadora y que al acercar dicha producción de fantasías a la formación de sueños, muestra la importancia de la realización de deseos en juego. Es en este sentido que la producción de fantasías constituye una formación psíquica ligada al cumplimiento de deseos.
La representación frontera, no alcanza el estatuto de una representación palabra. Es una especie de marca que se erige como límite a lo que hace agujero por traumático. Marca de un irrepresentable, memoria del encuentro con lo real. Encuentro que al decir de Freud sólo puede producir “espanto”. Horror sin nombre, que deja sólo marca. Marca que divide un terreno, litoral entre la vivencia y el trabajo defensivo del aparato. Sin esa marca, sólo habrá “avasallamiento”, devastación, puro abismo. La escritura de esa marca es lo que permite la trama de procesamiento psíquico del traumatismo[3].

Por lo tanto, mi hipótesis, es que hay, en la misteriosa capacidad del artista, un “saber hacer” con ésta representación frontera, que no sólo le permite edificar a partir de ella sus fantasías, sino darle una forma tal que, en su belleza, abren la posibilidad para el artista y el público de una nueva forma de goce.

Dice Freud: «Lo que el artista busca en primer lugar es autoliberación, y la aporta a otros que padecen de los mismos deseos retenidos al comunicarles su obra. Es verdad que figura como cumplidas sus más personales fantasías de deseo, pero ellas se convierten en obra de arte sólo mediante una refundición que mitigue lo chocante de esos deseos, oculte su origen personal y observe unas reglas de belleza que soborne a los demás con unos incentivos de placer (...) el nexo entre las impresiones de la infancia y peripecias de la vida del artista, por un lado; y por el otro sus obras como reacciones frente a esas incitaciones, constituye uno de los más atractivos objetos del abordaje analítico»[4]

Entonces, al darle forma bella a aquello que es del orden de lo irrepresentable, y afirmándose en la representación fronteriza, el artista logra hacer de un trauma, de una marca de goce: una obra; mientras que el neurótico sólo fabrica a partir de ella un síntoma[5]. Freud se autoriza en la comprobación de que en la figuración de la obra poética, deseos reprimidos del autor se despliegan de tal forma que, ajustado a las reglas del arte, logran una satisfacción otra. Pero además, la obra poética misma significa un valioso recurso en la economía psíquica de los hombres, puesto que, por su intermedio se «purgan» afectos retenidos en la persona a quien está dirigida, operación que no es posible con el síntoma del neurótico, que sólo sirve para la economía psíquica de su portador, quien sólo puede, a través del psicoanálisis, lograr un saber hacer con su síntoma.

Así es que, y retomando mi hipótesis, habría en el artista un saber hacer con el límite de la representación, con lo que excede al registro significante, que no sólo opera para el artista mismo, sino que permite al público una “otra” satisfacción. Ese es el misterio de la creación, misterio que no incumbe al psicoanálisis explorar. Pero misterio que permite una enseñanza al mismo psicoanálisis, ya que le indica que a través de lograr un “saber hacer”, el neurótico puede hacer otra cosa que sufrir con lo incurable de su síntoma.


Ilustraré con algunos ejemplos mi afirmación:

2- Dibujar es un acto de fe:

Gerad Pommier en su libro Nacimiento y Renacimiento  de la escritura[6], ubica el garabato del niño como una respuesta a la pérdida del  goce del cuerpo, goce del Otro materno, equivalente al traumatismo originario.  Esta pérdida, necesaria para la constitución de un sujeto deseante en el sustrato del cachorro humano, deja al niño privado de imagen y es a través del garabato, que el infans produce un cierto recupero de esa imagen perdida. Es por ello, que Pommier plantea que dibujar es un acto de fe. “Ejecutar un garabato, por modesto que sea, no es proponerse primero la comunicación de un mensaje, sino que solamente expresa la esperanza de que el cuerpo exista a despecho de la represión. Los primeros dibujos llevan la marca de una represión proporcional a la prohibición que pesa sobre el goce. “[7]
Podemos entender  así que el garabato infantil, antes de que el niño se convierta en un ser hablante, da muestras del modo en que es posible operar con aquello que no alcanza el estatuto de la representación por situarse como pura pérdida, y bordear con el trazo del dibujo, un vacío que pasa de ese modo de abismo succionante y arrasador, a agujero. Es por ello que, en esta primera cita con un amor que es muerte, se vuelve para el infans necesario, un hacer con el límite.






3- La solución escultórica:

 Louise Bourgeois[8] nació en París en 1911, en el seno de una familia que restauraba y vendía tapices. Actualmente vive en Nueva York. Trabajó con Fernand Léger antes de instalarse en Nueva York. Allí se casó con el historiador de arte estadounidense Robert Goldwater en 1938. Es una de las artistas más conocidas en el mundo.
Los acontecimientos traumáticos de la vida de Bourgeois se reflejan en sus obras de arte, especialmente en sus esculturas. Como afirma la propia artista, ella se sirve de la escultura para dar a sus problemas un carácter tangible. Además, a través de las cell o instalaciones, que constituyen espacios de meditación, construye espacios reales destinados al psicoanálisis.
"Mis obras son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido". Toda su producción gira en torno a las emociones provocadas por los recuerdos de su infancia, por ello se ubica en espacios domésticos llenos de objetos que son al mismo tiempo realidad y metáfora de aquello que no se puede decir.
Beatriz Colomina nos proporciona el relato de la construcción de la primera escultura de Louise Bourgeois: "Me sentí atraída del arte porque me aislaba de las difíciles conversaciones en las que mi padre se jactaba de lo bueno y maravilloso que era... Cogí un pedazo de pan blanco, lo mezclé con saliva y moldeé una figura de mi padre. Cuando estaba hecha la figura empecé a amputarle los miembros con un cuchillo. Considero esto como mi primera solución escultórica. Fue apropiada para el momento y me ayudó. Fue una importante experiencia y determinó ciertamente mi dirección futura."[9]
Sin embargo sus obras no se limitan a una evocación ni a la representación de un sentimiento determinado, sino que se sostienen sobre un concepto y una forma de expresión, novedosos y muy personales. Su formación en matemáticas, geometría, filosofía e historia del arte explica que conciba la memoria como una forma de arquitectura; como resultado suele reducir sus emociones internas y las producidas por su relación con los demás a formas estructurales e imágenes arquitectónicas.
Desde 1994 a 1997 aparecen las Spiders. Son obras arquitectónicas, pero son esculturas en sí mismas que simbolizan el recuerdo de su madre, en el sentido de aportarle protección y por su laboriosidad continua, a pesar de su fragilidad. De nuevo aparece la arquitectura como recuperación del recuerdo: "La arquitectura tiene que ser un objeto de nuestra memoria. Cuando evocamos, cuando conjuramos la memoria para hacerla más clara, apilamos asociaciones de la misma manera que apilamos ladrillos para construir un edificio. La memoria es una forma de arquitectura".
Louise Bourgeois necesita destruir y fragmentar para después realizar una reconstrucción mediante la unión de todos los elementos. La culminación de esta metodología la lleva a cabo con la obra The destruction of the father, del año 1974. Sumergió piezas de carne, miembros de animales en escayola blanda, luego dio la vuelta al molde, lo vació y lo moldeó de nuevo en látex. Se trataba de la deconstrucción del padre y su reconstrucción encarnando la mesa del comedor, el lugar cotidiano donde se formaron los traumas de la artista, y otra vez la presencia de cuerpos fragmentados en relación con el matadero y la escultura como invocación de la memoria para poder aceptarla. “El objetivo de La destrucción del padre era exorcizar el miedo”, decía L. B. en los ‘80. “Después de que se expuso, me sentí una persona distinta. La razón que me llevó a hacer esta obra fue la catarsis o purificación. De niña, me daba mucho miedo cuando en la mesa del comedor mi padre no dejaba de alardear, se jactaba una y otra vez de sus logros. Y cuanto más grande pretendía volver su figura, más insignificantes nos sentíamos sus hijos. Mi fantasía era: lo agarrábamos con mis hermanos, lo poníamos sobre la mesa, lo troceábamos y lo devorábamos... En la escultura hay una cama y una mesa. Ambos muebles forman parte de nuestra vida erótica. En su esencia, ambos son el mismo objeto.”[10]

4-La estilización de la violencia:

 Juan Manuel Echavarría[11] es un artista colombiano que utiliza la fotografía como medio fundamental de expresión. Alterna su residencia entre Nueva York y Bogotá. Su obra ha sido exhibida en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires  y en numerosos Museos y muestras del mundo.
Sus tres series fotográficas exploran la "estetización de la violencia" como un medio a través del cual señala el mecanismo de una violencia institucionalizada. En un país en el cual la violencia ha permeado todas las dimensiones de la vida cotidiana, ésta ha encontrado un nicho incluso en el dominio de lo estético. Las obras Corte de Florero (1991), Bocas de ceniza (2000-2004)[12] y La Bandeja de Bolívar: (1999), pueden ser descritas, cada una a su manera, como increíblemente bellas, sin embargo, su efectividad radica precisamente en la espantosa constatación de ver reflejada en ellas una realidad repulsiva. Poder mirar sin repulsión esas fotografías, por su belleza, es el modo en que Echavarría nos permite acercarnos, sin retroceder, a esa terrible realidad. Quizás así, el espectador puede, pensar lo impensable.[13]
Del título de la serie Corte de Florero[14], se deduce con claridad que las fotografías son una referencia irónica a una re-articulación macabra del cuerpo. Los huesos están dispuestos para que semejen flores y la composición general de la obra hace referencia a las ilustraciones científicas de la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada, liderada por José Celestino Mutis en el siglo XVIII. La obra se compone de una serie de fotografías de huesos humanos que, re-configurados en las formas de la flora colombiana, evocan de una manera hermosamente irónica el horripilante acto de desmembramiento.
“Bocas de Ceniza” nos confronta con un grupo de personas desplazadas por el conflicto armado que cantan, cada una a su manera y a capella, su propia historia. Relatos que cumplen con una función fundamental, no solo de orden catártico para el que lo interpreta y para el que lo escucha, sino también de escritura de la historia.[15]
En la tercera serie de fotografías titulada La Bandeja de Bolívar: 1999, exhibida originalmente como un video-instalación, el artista utiliza una réplica de una bandeja que fue dada a Simón Bolívar durante la consagración de la recién fundada República de Colombia. En medio de un jardín paradisíaco de exuberantes flores, se lee en la bandeja la inscripción "República de Colombia para siempre".
Gradualmente, la bandeja va siendo despedazada, al tiempo que un incesante martilleo repercute en el espacio. De este proceso de pulverización el resultado final es la imagen de un inesperado montículo de polvillo blanco, presumiblemente cocaína.



5- "No tenemos más que un recurso frente a
la muerte: hacer arte antes de que llegue". (René Char)

Como un combate entre Eros y Tánatos, el libro  (¿póstumo? ¿último? verdadero rito de tinta negra ), C'Est Tout de Marguerite Duras[16], conjuga, a modo testamentario, esta lucha anunciada por Freud en los últimos párrafos del Malestar en la cultura.
 Ya desde su título anuncia una conclusión, "esto es todo".La muerte es también una cesación, un corte, un final. 
Pero en lo que se escribe en la dedicatoria, también está dicho que no-todo termina cuando se acepta la fatalidad del destino del ser-para-la muerte; sino que esa pequeña libertad de encontrarse con la posibilidad de la muerte es lo que abre a todas las posibilidades.

"Para Yann.
Nunca se sabe, con antelación,
lo que se escribe.
No tardes mucho en pensar en mí.

Para Yann mi amante de la noche.

Firmado: Marguerite,
la amante de este amante adorado,
20 de noviembre de 1994, París, calle Saint-Benoît."

Dedicatoria escrita al comenzar a escribirlo, y no como generalmente se hace, cuando el libro ya está terminado. Porque Marguerite sabía que al terminarlo era a Yann a quién le quedaba hacer de esos manuscritos un libro. Sabía que desde esa dedicatoria se abría entre ellos la hiancia del que muere y del que sobrevive. Y digo Marguerite, la que firma, la amante del amante adorado; y no Duras, la escritora. Porque es Marguerite la que ama, la que muere, la que escribe sin saber con antelación lo que escribe. Y es Duras, la autora, la que sobrevive en su escritura. 
Cita del amor con la muerte, Marguerite nos enseña sobre un amor Otro[17]. No ha sido por casualidad que su escritura ha sido llevada a ofrecer aquello que especifica a lo femenino como lógica estructural, en contra de los intentos feministas de encontrar el significante de La mujer.

6- Un estilo femenino, pero de cada una:[18]

Así como el estilo  es pensado en la escritura como una operación de sublimación[19], el estilo femenino puede considerarse como el resultado de operaciones sobre las marcas dejadas por la relación niña-madre. El estilo de una mujer se caracterizará, en definitiva, por lo que ella pueda hacer con esas marcas, tanto en  su tránsito por el Edipo y en su amor al padre, como en la posición que adopte en relación con el descubrimiento de las diferencias sexuales anatómicas, es decir, frente a su propia castración. Dicho de otro modo, el estilo de una mujer se definirá por lo que ésta pueda hacer con las marcas dejadas por su encuentro con el deseo materno. “El estilo marra el vacío, siempre esclavo de la forma que proviene y sobre la cual se apoya de continuo: así debe lanzar su golpe otra vez, renovar su forma”.  Así, cada mujer podrá encontrarse con su estilo, femenino y singular. Estilo que deberá encontrarse, ya que no es del orden de lo espontáneo. Estilo que podrá forjarse si encuentra un saber hacer con el estrago. Estilo hecho de amor y odio y  amasado con privación.
El acceso a la escritura, y por ello a la escritura de la Ley, dependerá de la posibilidad de inscripción de la marca –operación de lectura mediante– y su metaforización consiguiente como Nombre. Hay una identidad de operación que da cuenta de la especificidad del nombre propio en psicoanálisis, de lo que está en juego en el origen de la escritura, y esclarece la estructura del inconsciente. 
El estilo femenino, su singular estilo, dará cuenta de la relación de una mujer con el nombre propio, con la instancia de la letra, con el inconsciente, y tendrá el sello de este período preedípico de la relación con su madre.[20]


7- Dejarse enseñar por el artista:

Freud y Lacan invitan a los psicoanalistas a dejarnos enseñar por la obra de arte. Es por ello que voy a insistir en que no se trata de “psicoanalizar” al arte, sino recoger lo que los artistas “saben” sin saberlo, para interrogar a través de ese mismo saber nuestra praxis analítica. 

Pido disculpas por lo apretado de mi intervención, ya que entiendo que cada punto de la misma podría resultar en un desarrollo mucho más vasto.

Además, agradezco calurosamente la invitación a éste panel, ya que me obligó a disfrutar de ese poder aquietador que brinda el arte a los “Seres arrojados al mundo”, que, en términos heiddeggerianos, han de vaciarse para llegar a transformarse en su posibilidad.

Para finalizar, me permito enunciar un anhelo: Ojalá la práctica de bordear el vacío fuera tan sencilla como tocar el instrumento de los pastores italianos que se llama scaccia pensiero, “ahuyenta pensamientos”. Ese instrumento se toca pulsando una cuerda metálica ante los labios y ahuecando a su vez la boca para conseguir la máxima resonancia. Esto les sirve a los pastores para comunicarse de valle a valle, de vacío en vacío.
Mis ancestros italianos lo usaron y quizás la transmisión intergeneracional me llevó a encontrarme con la pasión de una praxis que se realiza entre vacío y vacío.

                                                                                               Noviembre de 2008.




[1] S. Freud; El interés por el psicoanálisis; Ob. comp.; Amorrortu Ed, 1980.
[2] Aristóteles nombra así al saber responsable de la creación en la obra poética.
[3] De éste modo, podemos decir, que lo actual que hay en un síntoma, es justamente lo traumático y que es sobre esa marca actual, sobre lo que deja la vivencia, que se edifica, vía las fantasías, el síntoma. En términos de Lacan: se trata de la relación entre el fantasma y el síntoma.
[4] S. Freud; Personajes psicopáticos en el escenario; Ob. comp.; Amorrortu Ed. 1990.
[5] Lo que permite acercar el síntoma a la obra. ¿Y no es lo que Lacan ubica cuando cambia la grafía de síntoma y lo escribe sinthome?
[6] Pommier, G. Nacimiento y Renacimiento de la escritura. Nueva Visión. Buenos Aires. 1996.
[7] Ibid.
[8] Louise Bourgeois ha sido una de las primeras artistas en afirmar la importancia de la autobiografía y la identidad como temas artísticos. A lo largo de una trayectoria que rehúsa ser narrada linealmente, se ha revelado como una escultora de una inesperada originalidad y de una habilidad única para trabajar con diferentes materiales: desde el mármol y el bronce hasta el látex y el tejido. Del mismo modo, Bourgeois ha sido una pionera en el uso de la instalación como medio de implicar al público en la experiencia del arte. Su trabajo ha ejercido una de las mayores influencias en el arte contemporáneo desde finales de los setenta y su actividad sin freno sigue inspirando y motivando a las nuevas generaciones de artistas.

[9] Louise Bourgeois. Memoria y Arquitectura. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Catálogo de la exposición del mismo nombre del 16 de noviembre de 1999 al 14 de febrero del 2000.
[10] Burgeois, L. Destruccion del padre-Reconstruccion del padre: escritos y entrevistas 1923-1997Editorial sintesis, s.a. Madrid, 2002
[11] Juan Manuel Echavarria nació en Medellín en 1947. Vive y trabaja entre Bogotá y Nueva York.
La fotografía y el video son los medios que utiliza para transmitir su reflexión acerca de la violencia en Colombia.

[12] “Bocas de Ceniza”, 2002-2004.Video, 18 minutos. En esta serie de siete videos del artista colombiano Juan Manuel Echavarría pone en evidencia, una vez más, con una austeridad ejemplar, los estragos que causa en la población civil un conflicto político y social como el que vive Colombia.

[13] En otro estilo, el arte de Romain Slocombe es una suerte de manifestación fotográfica de las "imágenes del cuerpo fragmentado" de las que nos habla el psicoanálisis lacaniano a la hora de agrupar una serie de violentas transgresiones corporales vinculadas a la castración, la mutilación, el desmembramiento, la herida. Arte médico que cartografía los signos del accidente en cuerpos femeninos marcados por todo tipo de prótesis, collarines, yesos y vendajes.
[14] El título de la obra remite al modo en que los colonizadores de la Real Expedición nombraban la manera de dar muerte a los indígenas. Cada nombre simbolizaba un tipo de corte mortal.
[15] Hay aquí una “escena sobre la escena” que recuerda el modo en que Lacan en el Sem. X alude como el lugar del fantasma.
[16] Esta obra de Marguerite Duras, es un libro póstumo (por su edición luego de la muerte de Duras) que fue dictado por la autora a su joven amante durante su agonía.
[17] Colovini, M. “Es no-Todo”. Lo femenino en la clínica. Laborde Editor. Rosario. 2008.
[18] Colovini, M. “De una relación  prehistórica al propio estilo” Lo femenino en la clínica. Ob. Cit.
[19] En Nacimiento y renacimiento de la escritura,  Gerard Pommier realiza una interesante comparación al poner en correspondencia el origen de la escritura con la instancia del Nombre del padre: “La historia de la escritura y la invención del alfabeto están marcadas por un acontecimiento diacrónico del mismo valor que el que introduce la represión al final del Complejo de Edipo, es decir, el asesinato del Padre”.  La escritura debe rendir homenaje a un Dios que la autoriza, y este Dios, Tótem o Padre, requiere para su eficacia de condiciones específicas.
En los mitos de las Grandes Diosas, la Gran Diosa de muchas formas –Isis, Deméter, Afrodita, Atenea, Pachamama, Bachué– es la expresión más acabada de la madre generosa y nutriente, y a la vez, como Kali o Lilith, la terrible imagen de la muerte. Freud se refiere al período de las grandes diosas como prehistórico y anterior a la horda. Dice: “Cronológicamente la serie de los dioses es, pues, como sigue: Diosa Madre-Héroe-Dios Padre”.  Plantea un renacimiento del culto luego del asesinato del padre, y los rituales sacrificiales: la castración de los sacerdotes, como autosacrificio de los hijos, por la culpa del parricidio.
Los mitos de las diosas se refieren a su poder de dar vida y muerte, generando nueva vida en un ciclo eterno. El culto de la Gran Diosa está acompañado de rituales sacrificiales propiciatorios de la caza o la germinación, específicos y repetidos cíclicamente. Representan el ritmo de la naturaleza: creación, vida, muerte y renacimiento. Es el ritual sacrificial del hijo-esposo-amante de la Diosa. En esta etapa anterior al amor genital, el papel del varón es sólo fecundante y a la vez emanado y perteneciente a la Diosa, evolución de la primera concepción de la diosa partenogenética.
Con el arribo del patriarcado –adoradores de deidades masculinas–, las sacerdotizas de la Diosa son reemplazadas, con o sin violencia, por sacerdotes; los templos de la Diosa son arrasados o abandonados, y las diosas son sustituidas por dioses masculinos y finalmente por el dios del monoteísmo.  Se produce un trasvasamiento mítico, de modo que debajo de la figura del dios subyacen las antiguas diosas. Corresponde a la estructuración psíquica centrada en el complejo de Edipo, que siguió al asesinato del padre de la horda y a la erección del tótem patrilineal, descriptos en Tótem y Tabú.
En el texto freudiano “¡Grande es Diana Efesia!”, luego del relato de los modos en los que se intentó destronar a la “Diosa Madre” a favor del Dios Padre del monoteísmo, Freud concluye diciendo: “pero ella no cesará jamás en sus reclamos”. Parece que la demanda materna no cesa de escribirse y subsiste eternamente.
[20] Freud afirma: “Advertiremos así que la exclusiva vinculación materna, que cabe calificar de preedípica, es mucho más importante en la mujer de lo que podría ser en el hombre. Múltiples manifestaciones de la vida sexual femenina que hasta ahora resultaba difícil comprender pueden ser plenamente explicadas por su reducción a dicha fase.”  Aquí se destaca que, para la niña, el Complejo de Edipo es “un descanso”,  que la sujeto tarda en abandonar. Es interesante esta manera de concebir el Edipo femenino, ya que parece que la turbulencia, el esfuerzo, la intensidad de la relación niña-madre, encuentra en el Edipo una estación de relax, una especie de “solución preliminar” aunque no definitiva. Es así como el amor al padre produce un descanso de la vinculación preedípica, si bien se presenta como la sustitución del amor a la madre”.
Creo importante resaltar que el amor al padre incluye la legalidad en su seno, es decir, es un amor que pacifica en tanto se establece en el marco de la legalidad edípica. Hay mediación en este amor, a diferencia del lazo erótico- amoroso con la madre que al ser preedípico aún no cuenta con las mediaciones simbólicas. La relación madre-hija comienza con un cuerpo a cuerpo sin intermediarios y deja su impronta como un fondo pasional que perdura en el amor de una mujer.

lunes, 22 de septiembre de 2014

TEORIA DEL JUEGO, por Donald Winnicott.

Teoría del juego.

Es posible describir una secuencia de relaciones vinculadas con el proceso de desarrollo y buscar donde empieza el jugar.
A. El niño y el objeto se encuentran fusionados. La visión que el primero tiene del objeto es subjetiva, y la madre se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar.
B. El objeto es repudiado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Este complejo proceso depende en gran medida de que exista una madre o figura materna dispuesta a participar y a devolver lo que se ofrece.
Ello significa que la madre (o parte de ella) se encuentra en un "ir y venir" que oscila entre ser lo que el niño tiene la capacidad de encontrar y (alternativamente) ser ella misma, a la espera que la encuentren.
Si puede representar ese papel durante un tiempo, sin admitir impedimentos (por decirlo así), entonces el niño vive cierta experiencia de control mágico, es decir, la experiencia de lo que se denomina "omnipotencia" en la descripción de los procesos intrapsíquicos (cf. Winnicott, 1962). En el estado de confianza que se forma cuando la madre puede hacer bien esta cosa que es tan difícil (pero no si es incapaz de hacerla), el niño empieza a gozar de experiencias basadas en un "matrimonio" de la omnipotencia de los procesos intrapsíquicos con su dominio de lo real. La confianza en la madre constituye entonces un campo de juegos intermedio, en el que se origina la idea de lo mágico, pues el niño experimenta en cierta medida la omnipotencia. Todo esto tiene estrecha relación con el trabajo de Erikson sobre la formación de la identidad (Erikson, 1956). Yo lo denomino campo de juego
porque el juego empieza en él. Es un espacio potencial que existe entre la madre y el hijo, o que los une. El juego es muy estimulante. ¡Entiéndase que no lo es principalmente porque los instintos estén involucrados en él!.
Lo que siempre importa es lo precario de la acción recíproca entre la realidad psíquica personal y la experiencia del dominio de objetos reales. Se trata de la precariedad de la magia misma, que surge en la intimidad, en una relación que se percibe como digna de confianza. Para ser tal, es forzoso que la relación tenga por motivo el amor de la madre, o su amor-odio. o su relación objetal, y no formaciones de reacción. Cuando un paciente no puede jugar, el terapeuta debe esperar este importante síntoma antes de interpretar fragmentos de conducta.
C. La etapa siguiente consiste en encontrarse solo en presencia de alguien. El niño juega entonces sobre la base del supuesto de que la persona a quien ama y que por lo tanto es digna de confianza se encuentra cerca, y que sigue estándolo cuando se la recuerda, después de haberla olvidado. Se siente que dicha persona refleja lo que ocurre en el juego27D. El niño se prepara ahora para la etapa que sigue, consistente en permitir una superposición de dos zonas de juego y disfrutar de ella. Primero, por supuesto, es la madre quien juega con el bebé, pero cuida de encajar en sus actividades de juego. Tarde o temprano introduce su propio modo de jugar, y descubre que los bebés varían según su capacidad para aceptar o rechazar la introducción de ideas que les pertenecen.
Así queda allanado el camino para un jugar juntos en una relación.
Cuando examino los trabajos que señalan el desarrollo de mi propio pensamiento y comprensión, advierto que mi interés actual por el juego en la relación de confianza que puede desarrollarse entre el bebé y la madre fue siempre un rasgo característico de mi técnica de consulta, como lo muestra el siguiente ejemplo de mi primer libro (Winnicott, 1931).

jueves, 18 de septiembre de 2014

El gesto espontáneo.

Sobre el gesto espontáneo
Por Daniel Ripesi        

Fuente: http://www.espaciopotencial.com.ar/elestudio/quinto_anio/sobreelgesto.html

Los diversos analistas que dejaron su marca en la teoría psicoanalítica comenzaron por forjar algo así como un mito de los orígenes. Cada uno de ellos construyó la conjetura que juzgó más convincente para caracterizar el fundamento y el origen de toda subjetividad. Así, con Freud se podrá decir que “en el principio fue la pérdida de los objetos primordiales”; exilio y nostalgia, desarraigo y desamparo son –para él-  el punto de partida de cada ser humano. Con Lacan -en una versión más cercana a la sentencia bíblica que a la tragedia griega-, se puede enunciar que “en el principio era el verbo”; es decir el Logos que anticipa y determina a cada individuo, en fin, la conocida anterioridad del orden simbólico. En Melanie Klein hay una invocación al dominio inquietante de las tinieblas, el imperio tenebroso de un caos mortífero que todo lo invade y todo lo impregna, con ella podríamos decir que “en el principio era el sadismo(1)”. En Winnicott, lisa y llanamente, “en el principio el infans no existe “(2) ; lo reemplaza también un caos, pero en su caso, un caos regulado por un impulso de vida, por cierta anarquía vital de movimientos motores y sensoriales puros a los que una madre sostiene y da forma(3). Esos movimientos no-integrados del bebé son lo que Winnicott llama “gesto espontáneo”, de modo que corrigiendo un poco las cosas, con él será más preciso decir que: “...en el principio era el gesto espontáneo (y una madre dispuesta a recibirlo)”.

La raíz más arcaica de la subjetividad –en el pensamiento winnicottiano- la constituye un gesto que “encuentra” al mundo. Para ser más exactos deberíamos decir que el gesto “se prolonga en el mundo”. Porque el mundo y el gesto no se recortan en principio como momentos o sustancias distintas y separadas, el mundo no se da como “efecto” del gesto, ni éste como “causa” de aquel, hay entre ellos consustancialidad, continuidad sin rupturas, no se confirma entre ellos –en un mítico primer contacto- un antes y un después.  El mundo es la consumación del gesto, su “realización” si se quiere, pero no su resultado o consecuencia. Y el gesto es espontáneo porque no conlleva intención: no “busca” al mundo, “choca” –dice Winnicott- con él. Es un gesto inocente, como lo sería el primer llanto de un bebé al que sólo moviliza un malestar orgánico, una elevación insoportable de la tensión interna que aún no ha sido ligada por el aparato psíquico, sin duda un “segundo” llanto ya no será enteramente ingenuo, ya busca algo, ya intenta eludir algo.

Pero mantengámonos en el primero de los gestos humanos, en ese gesto espontáneo que parece ser –en un mismo movimiento- el primer acto de una aceptación y de un rechazo absolutos del mundo. Aceptación “pura” porque recibe al mundo sin tapujos ni premeditación. El gesto no toma prevenciones, pero por efecto de esa desprevención asimila al mundo a una masa indiferenciada, sin jerarquías ni relieves. Nada se evita ni se anhela especialmente. El mundo es una masa indiferenciada, y –para empezar- indiferenciada del propio gesto. Hay una capilaridad fluida gesto-mundo que no ofrece resistencias: ¿dónde termina el gesto y dónde empieza el mundo? La pregunta no se formula. Pero, por otro lado –y al mismo tiempo-, el gesto supone un rechazo absoluto del mundo puesto que el mundo es demasiado heterogéneo a la sensibilidad del gesto; desborda su capacidad receptiva, resulta inasimilable. Es la madre quien pone máximo esfuerzo en armonizar el contacto gesto-mundo, poniendo cuidado en restringir excesos y estimular exploraciones. La madre –dice Winnicott- presenta el mundo al bebé “en pequeñas dosis”.

Para simplificar Winnicott sitúa las circunstancias que inauguran la experiencia subjetiva de empezar a ser y habitar un lugar en el mundo en lo que llama una “primer mamada hipotética”. En esa simplificación el primer fragmento del mundo que la madre presenta al infans es su propio pecho. Nos comenta entonces que dado el mítico primer gesto espontáneo del infans, la madre “pone el pecho en el momento y lugar en que el bebé puede crearlo”. La madre –completa Winnicott- permite así que el bebé viva una breve experiencia de omnipotencia: “crear lo dado”. Crear lo dado supone una paradoja(4), es la paradoja que da fundamento al funcionamiento psíquico.

“Crear lo dado” es un acto –entonces- que oscila entre la máxima aceptación y el más radical de los rechazos; el objeto que presenta la madre se asimila al gesto espontáneo que también lo resiste. Entre lo propio indiferenciado y lo ajeno y extraño, el pecho empieza a inscribir ínfimas pero insidiosas dudas: ¿es mío o ajeno? ¿Es producto de mi creación o me fue dado por otro? ¿Es un hecho objetivo o subjetivo? De todos modos la madre se esmera en que el pecho esté en continuidad existencial con el gesto del bebé, promoviendo esa capilaridad gesto-mundo de la que un poco más arriba hablábamos. Para un “observador externo” –de la experiencia de amamantamiento- dos cosas coinciden (la teta con la intención del niño), pero desde la perspectiva del niño nada hay “fuera de su gesto” como realidad existente (aunque es cierto que la experiencia del encuentro con “algo” confirmará la realidad del gesto y del mundo a un mismo tiempo). Lo que simplemente sucede es que se establece un contacto entre dos cosas. La experiencia para el infans es más la de un “contacto” que la de una “coincidencia”.  “No hay material mnémico” –comenta Winnicott- que oriente la búsqueda del infans ni con la cual comparar lo encontrado…

Sin embargo, el gesto que en un principio irrumpe espontáneo, y cuyo paradigma sería el primer grito del bebé en desamparo, grito que desgarra al silencio (un silencio que en rigor se descubre sin que el grito pudiera anticiparlo y que asimila para fecundar sus inflexiones y sonoridades varias) ese gesto en principio espontáneo, construye un sentido que lo atrapa y normativiza. La madre responde, sale a su encuentro y también se “deja atrapar” por el gesto-grito del niño. La madre se hace prolongación de un grito y a la larga lo modela y organiza con él una experiencia, la experiencia de un primer y elemental diálogo. El gesto se sitúa así “entre” dos y pierde su inocencia inicial, se hace acto y asume una suerte de potencia segunda: invoca y abre una distancia con los demás. En el grito “segundo” el bebé ya empieza a reconocer la madre de quien depende y la madre reconoce la necesidad imperiosa de un “alguien” que se afirma tras el llanto. Ese grito ordena la escena y asegura lugares subjetivos a ocupar.

El grito segundo, ese acto movilizado por cierta consciencia que el bebé adquiere de su propio desamparo, es ya un gesto organizado, integrado en una experiencia significante: un poco busca y un poco (en lo que le queda de “espontáneo”) explora. Pero los gestos del bebé se van empeñando cada vez más en “encontrar” que en “descubrir”, en estabilizar las alternativas de su experiencia con el otro, va coagulando un determinado punto de vista respecto de la madre, consolida una perspectiva que figura en ella un territorio (geográfico y anímico) familiar y previsible. El bebé forja así un punto de acción subjetiva desde donde poder controlar sus movimientos. Se afirma para él la permanencia de un mundo y la estabilidad de un yo. Ambas certidumbres tienden a encerrar en un juego esquemático el jugar abierto del gesto. El margen de azar que animó al gesto espontáneo deviene “regla” y afirma procedimientos que se enderezan a objetivos.

En el gesto espontáneo el azar sostiene al movimiento (del jugar), en el acto consumado que ya ha organizado más o menos sus intenciones, el azar debe ser controlado (el juego)(5). Para Deleuze, por ejemplo, los que saben jugar(6) pueden afirmar y ramificar al azar, en lugar de dividirlo para dominarlo, para apostar, para ganar. Este juego que solo está en el pensamiento, y que no tiene otro resultado que la obra de arte, es también lo que hace que el pensamiento y el arte sean reales y transformen la realidad, la moralidad y la economía del mundo.

En el contacto con el mundo, “abrir el juego” con nuevos gestos espontáneos es perderse a uno mismo como unidad en el jugar y admitir una pérdida de todo intento de control y dominio sobre el mundo. Entonces el juego se abre un poco permitiendo confrontar una verdad desconocida en uno mismo y en el mundo y vuelve a cerrarse poco a poco. El gesto, que acontece como singularidad se hace pronto procedimiento ordinario. Planteamos aquí la singularidad tal como lo propone Deleuze, como puntos de fusión, de condensación,  de ebullición, etc.; puntos de lágrimas y de alegría, de enfermedad y de salud, de esperanza y de nostalgia, puntos llamados sensibles. Tales singularidades no se confunden con la personalidad de quien se expresa en un discurso, ni con la individualidad de un estado de cosas designado por una proposición, ni con la generalidad o universalidad de un concepto… (…) …la singularidad es esencialmente pre individual, no personal, a-conceptual (…) El punto singular se opone a lo ordinario.

El gesto espontáneo es el margen de subjetividad que Winnicott reserva al movimiento no significante de un individuo. Algo que no se deja atrapar aún enteramente por la estructura organizada de un sentido, ya esté éste marcado por un anhelo, un temor, alguna nostalgia. El gesto espontáneo conmueve el juego significante establecido: con él el sujeto no medita al mundo, no afina una posición ni define mejor a los objetos, con el gesto espontáneo el sujeto “desaprende”, pone en cuestión al esquema de representaciones mentales y a la lógica que las asocia para “pensar y ordenar” al mundo.

Recordemos que Winnicott confronta con el pensamiento kleiniano según el cual el bebé hace pensable al mundo (sin pérdida alguna de significación) a partir de representaciones psíquicas que operan siempre en términos binarios: “bueno”-“malo”; “adentro”-“afuera”; terrorífico”-“ideal”, y –en el extremo, cuando la actividad psíquica se complejiza en la posición depresiva- según el par “realidad”-“fantasía. En cambio, para Winnicott, la realidad solo adquiere sentido para el bebé en el marco de una paradoja y la paradoja supone un movimiento psíquico que no opera con una lógica binaria. Frente al par de oposición “interno”-“externo” en los que M. Klein sitúa los lugares en que se desarrollan las diversas experiencias de un sujeto, Winnicott dice: “Yo afirmo que así como hace falta esta doble exposición, también es necesaria una triple, la tercera parte de la vida de un ser humano, una parte de la cual no podemos hacer caso omiso, es una tercera zona del experienciar a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior…”

Lo psíquico en Melanie Klein trabaja desde el mismo nacimiento del bebé por inscripción de dos significantes: “bueno-malo”. Estos dos objetos se alternan en el espacio psíquico, siempre saturándolo con sus presencias que apaciguan o inquietan al bebé según sus experiencias de gratificación o frustración oral.

La oscilación presencia-ausencia del objeto, entonces, da valoración a los objetos en tanto gratifiquen o frustren. Pero -en el pensamiento de M. Klein- la sola ausencia (frustración) del objeto lo instituye como “malo”, independientemente de que después se presente como objeto gratificante (el objeto gratificante no es la presencia de un objeto que antes estuvo ausente –frustrando-, y que “tardó demasiado en llegar”… En el esquema kleiniano, el objeto “bueno” y el “malo” son dos objetos diferentes y que llevan vidas paralelas e independientes. El objeto bueno es distinto del objeto malo)  De modo que el eventual movimiento presencia-ausencia de un solo objeto se cristaliza en dos presencias que se alternan en el aparato psíquico.

En la “posición esquizo-paranoide” la no-presencia del pecho se positiviza en la prevalencia insoportable para el bebé de un “no-pecho” presente y hostil. Este no-pecho es “leído” e inscripto psíquicamente como “pecho-malo”, es decir que  el no-pecho termina siendo un hecho positivo, un pecho frustranteºmaloºpersecutorioºvengativo, etc. Metonimia significante que empieza a abarcar diversos objetos de carácter persecutorio, poniendo en marcha un primer patrón de simbolización del mundo. Cuanto más se distribuye la ansiedad persecutoria, más amplio el mundo y menos arrasador es para el sujeto el desarrollo de angustia.

Por carácter metonímico, todo aquello que sea sentido como gratificante es puesto en equivalencia y se hace idéntico en su calidad de “bueno”, lo mismo con todo aquello que se torna frustrante, generando, en este caso, un universo de lo “malo”. Dentro del universo de lo malo no hay diferencias significativas que especifiquen cierto grado de maldad, tampoco un objeto podría tornarse bueno en forma diferente de otro, que también resulte bueno. La diferencia que divide los dos grupos homogeiniza las diferencias particulares de los objetos en beneficio de dos amplias abstracciones.

El “apres coup” kleiniano, cuando la disociación del objeto en bueno y malo disminuye -dando lugar a la relación con un objeto “total” (en la segunda posición que ella describe como “depresiva”)-, es descubrir retroactivamente que se ha odiado y atacado al objeto que también era, “en otros momentos” –descubrimiento tardío y penoso para el infans- “bueno”. Pero he aquí que, aún con la complejidad metabólica que inaugura la posición depresiva desde el punto de vista de la capacidad simbólica del aparato psíquico del bebé (al poder asumir la ambivalencia), se instaura una nueva dualidad de representaciones psíquicas para poder pensar la realidad (que ahora está poblada de objetos “totales”): el doble polo conflictivo pasa a ser ahora “fantasía”-“realidad”.

Esta nueva dualidad permite al bebé ir corrigiendo sus temores -por el daño fantaseado a la madre a partir del propio sadismo que escarbó sus experiencias de frustración-. Se contrasta la fantasía de una madre dañada con el comportamiento de la madre real (a la que –a pesar de los ataques fantaseados- se ve retornar una y otra vez a pesar de los impulsos sádicos que despierta la inevitable frustración al que ella lo somete en cada alimentación.)

En otro lugar expresaba que:

Es posible que el pensamiento winnicottiano, basado en la articulación de diversas paradojas, sea un intento de romper con una comprensión de los hechos basado en la hipótesis ingenua de “representación”. Los pilares epistemológicos del edificio teórico del psicoanálisis se basan, efectivamente, en las nociones de “representación” y “afecto”, pero en Winnicott la subjetividad se funda en la posibilidad de vivir la experiencia de una paradoja esencial: “crear lo dado” (que es una experiencia de continuidad que no supone la concordancia -aún con eventuales desfasajes- de una representación con una cosa)(7).

Pero, como de todos modos la paradoja es frágil y esas “dos cosas que se ponen en contacto” nunca lo hacen del todo, la representación se constituye como una hipótesis subjetiva destinada a medir lo imposible: la falla de esa experiencia (y hacen de el no-contacto una no-coincidencia). La representación no es el correlato de nada positivamente dado, es una construcción subjetiva “a posteriori” que necesita una ilusión previa que la habilite: la ilusión de “que dos cosas coinciden”. Se trata de un mítico gesto espontáneo del infans en continuidad -sin interrupción en tiempo y espacio- de la presencia de la madre recibiendo ese gesto.

La falla de la experiencia es una discontinuidad en los cuidados maternos que se inscribe en el aparato psíquico del bebé como “diferencia”(8), aunque –en rigor- es la evidencia de una no-unión. La dialéctica unido-separado (si las experiencias de maternaje han sido medianamente buenas) se reemplaza por un intento –por parte del bebé- de hacer pensable las diferencias generadas entre su gesto espontáneo y el mundo que este gesto encuentra y crea al mismo tiempo (¿es el objeto subjetivo-objetivo? ¿propio-ajeno? ¿familiar-extraño?). 
El objeto transicional permite una experiencia con el mundo que atenúa la necesidad de pensar con representaciones (que establecen un modo de vincularse a los objetos según una lógica comparativa  basada en los dualismos mencionados).

Ahora agrego que:

Los de M. Klein y el de Winnicott, serían dos modos de entender cómo lo psíquico inscribe lo “diferente”. Con Klein, el mundo se ordena según un patrón básico que hace de toda diferencia una oposición. El supuesto bagaje innato “pulsión de vida”-“pulsión de muerte” se proyecta provocando una lectura bipolar de la realidad. En Winnicott la experiencia de una diferencia en el contacto con el mundo es un dato segundo, la diferencia se inscribe –para empezar- en una paradoja, es decir, la diferencia es y nutre un “modo de ver al mundo” (que, de todos modos, se comparte con otros). Este “modo de ver” establece una perspectiva que no se suma a otras (para aportar un consenso objetivo de la realidad) no pueden sumarse las diversas perspectivas porque cada perspectiva es –también- la creación de un mundo único y absolutamente personal.

Para decirlo de otro modo, el mundo no es la sumatoria de diversas perspectivas posibles que buscan dar con un mundo objetivo sino un entrecruzamiento de diferentes perspectivas, entrecruzamiento que necesariamente supone un “mundo común” en donde apoyar esas miradas. Aunque nadie dudaría respecto de que un mundo pre-existe al gesto para el bebé es su gesto el que inventa al mundo. Cada gesto, de cada individuo, crea al mundo: lo que hace vacilar la propia mirada es esa diversidad de miradas no la presunción de una “única” mirada que podría discriminar lo “objetivo” de lo “subjetivo”. La cultura es –para Winnicott- la superposición de las diversas ilusiones y no el sometimiento a una realidad absoluta (que a menudo es el intento de someter a los demás a la ilusión de uno solo).

Agreguemos para concluir que el margen habitual de no-contacto que hay en cada encuentro con los otros, con el mundo, con uno mismo, afirma un estado esencial de soledad en todo ser humano. Si la madre ha permitido una experiencia aceptable de encuentro con el pecho, si perdura una breve experiencia de omnipotencia de continuidad existencial con los objetos, esa soledad es tolerada y permite la construcción de diversos objetos transicionales. Finalmente, el universo de representaciones que afirman para el sujeto una estructura de significación para dialogar con el mundo tiende a negar o bien, en el mejor de los casos, a trabajar aceptando el estado de soledad que hay en la base existencial de cada ser humano.  

(1) Se ha observado también que su mito concidía con la convicción cristiana del pecado original.

(2)Frase que Winnicott –para gran escándalo de éstos- le espetó al grupo de analistas kleinianos en 1941.

(3) Sólo a partir de ese sostén materno algo podrá llamarse “infans”

(4)Es una paradoja porque si algo está dado no es necesario crearlo y si es necesario crearlo es porque no está dado, lo que Winnicott plantea que la realidad está dada y necesita además –al mismo tiempo- que un sujeto pueda crearla, por lo menos para que tenga algún sentido para ese mismo sujeto.

(5) Winnicott distingue el juego como producto de una experiencia y el jugar como el movimiento mismo de la experiencia, el “durante” y no el producto final de un encuentro.

(6)Winnicott diría los que “pueden” jugar, ya que no es una capacidad que dependa de atributos intelectuales.

(7) Aún cuando confunda bastante expresiones winnicottianas como “objeto subjetivo” y “objeto objetivamente percibido”.


(8)Freud lo trabaja como diferencia entre el placer buscado y el efectivamente obtenido.

martes, 9 de septiembre de 2014

UNIDAD V: PSICOANÁLISIS CON NIÑOS.

UNIDAD TEMÁTICA V: Psicoanálisis con Niños

CONTENIDOS: Orígenes y debates del psicoanálisis con niños. Especificidad de la práctica psicoanalítica con niños: el juego y el dibujo. Los padres del niño en análisis. El niño y la escuela. ¿Finales de análisis con niños?

 BIBLIOGRAFÍA OBLIGATORIA DE LA UNIDAD TEMÁTICA 
 Winnicott, D. Realidad y Juego. Cáp.: Objetos transicionales y fenómenos transicionales. Cáp.: Conceptos contemporáneos sobre el desarrollo adolescente y las inferencias que de ellos se desprenden en lo que respecta a la educación superior.
 Fendrick, S Psicoanalistas de niños. La verdadera historia.1. Melanie Klein y Anna Freud. Psicoanalistas de niños. La verdadera historia 2. Winicott y la Sociedad Británica. Psicoanalistas de niños. La verdadera historia 3. Armina Aberasturi y Telma Reca. Psicoanalistas de niños. La verdadera historia. 4. Francoise Dolto y Maud Mannoni.
Winnicott, D. The Piggle. Psicoanálisis de una niña pequeña.
 Peusner, P. Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana en el psicoanálisis con niños. Cap V y VI. Peusner, P El dispositivo de presencia de padres y parientes.
Peusner, P.  El sufrimiento de los niños (primera parte)
 Lacan, J. Dos notas sobre el niño. En Intervenciones y textos 2.
 Rodulfo, R. La importancia del jugar. I y II parte. http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/electivas/102_infanto_juvenil/material/la_importancia_del%20jugar_parte_1.pdf

 BIBLIOGRAFÍA AMPLIATORIA DE LA UNIDAD TEMÁTICA 
Dolto, F. La causa de los niños.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Dilemas de la psicopatología Por Juan Bautista Ritvo

Dilemas de la psicopatología
          Por Juan Bautista Ritvo
 Imago agenda nº 181. Junio de 2014. Consultado el 4/09/2014  


Tiempo atrás, me empeñé en defender la psicopatología analítica contra sus adversarios. Me parecía antes y me parece ahora, que el rechazo aristocrático de sus categorías (por más defectuosas que sean) conduce a entregarse no a la singularidad, por otra parte vuelta término fetiche, sino a los discursos psicológicos dominantes que van desde un hedonismo cercano al cinismo hasta el simple y eficaz recurso sacrificial al furor curandi.
Sin embargo, advierto que en lo esencial, los psicoanalistas seguimos en el pantano y en su sordo confort.

Hay múltiples particularidades que no sabemos en qué generalidad incluir, el campo de las psicosis queda reducido, salvo en esfuerzos aislados que hay que destacar, a un reverso negativo de la neurosis, la melancolía produce incidencias transversales que perturban las clasificaciones rígidas, siempre se vacila en, pongo por caso, hacer de un obsesivo la neurosis obsesiva misma o bien en un brusco movimiento inverso expulsarlo bajo caución de singularidad de los esquemas generales los cuales, han ignorado la dimensión dinámica que Freud elaboró tan compleja y problemáticamente en Inhibición, síntoma, angustia.
Y ni qué hablar de la relación crítica que se impone entre estructura e historia.
En este punto todos nos movemos a los manotazos…

Hace ya muchos años –siglos– Schelling había distinguido con precisión en un proceso, la actividad de transformación que genera un producto, de este último ya objetivado y congelado. La actividad –sea la que fuera, aunque me finque por razones obvias en la subjetividad– se despliega en el seno de resistencias sin las cuales no existiría como proceso en acto.
Ahora bien, la resistencia puede terminar ahogando cualquier despliegue: de vía de posibilitación y a la vez de obstáculo –ambos a una– se puede imponer el impedimento y la energía1 así se convierte en lo que el psicoanálisis suele designar de manera no demasiado mala “viscosidad libinal”.

Se advierte: visto desde nuestro presente, el vocablo freudiano “energía” designa en hueco el sitio del sujeto, no sólo porque Freud trata a la noción como una intensidad no cuantificable, sino porque al transformarse en angustia aflora como algo que está más allá de las determinaciones sintomáticas; y de las cuales, conviene no olvidarlo, es causa.
Es que en la metapsicología de Freud la represión tiene una peculiar dialéctica: produce ambiguamente un efecto de determinación psíquica inconsciente que, al superar un cierto umbral de intensidad, genera una inversión: el exceso de determinación localiza una determinación que indetermina.
En este punto lo que desde nuestra actualidad teórica leemos es el sitio de emergencia de un sujeto igualado provisoriamente a energía libre de derivaciones cuya máxime pero no única vía de manifestación es la angustia –más asimismo el impedimento, el embarazo, la emoción–.

Mas la metáfora de la energía es insuficiente, salvo que unamos su aspecto etimológico que pone el acento sobre la acción, con la reflexividad implícita en la demanda, en la que el sujeto se pregunta qué desea el Otro al tiempo que interroga a éste sobre cuál es su deseo: “Me pregunto qué deseas”, se invierte en “Te pregunto acerca de qué deseo yo”.2
Toda vez que el sujeto interrumpe el flujo (pensado como metonimia en otros registros) para demandar, se establece un intervalo de indeterminación en el cual asoma la peculiaridad del sujeto.
Peculiaridad que si bien se descuenta de las categorías nosográficas, lo hace tras pasar por ellas. Quiero decir: hay modalidades generales de activar el mecanismo de la demanda y que tienen que ver, fundamentalmente, con la posición del sujeto con respecto a esa casi-nada que él es.

La histérica, sus actuaciones en particular, continuamente señala –enseña– el vacío que la constituye como sujeto y que la separa de ese abismo que para ella constituye el fantasma de la Otra incastrable. Y mientras se separa encarnando para el hombre y más allá de él la posición viril, permanece en una constante y dramática tensión tomada entre la sustancialidad femenina y la vacuidad viril que el hombre deja caer.
Del otro y complementario lado, el neurótico obsesivo quiere reducir el núcleo de indeterminación hasta clausurarlo. Y cuando no tiene más remedio que admitir que el sujeto en tanto sujeto es una cuasi nada, se empeña en reducir el punto ciego de la subjetividad a la dimensión de un objeto, ese objeto que él (ya conocemos esta descripción tan bien articulada por Lacan desde sus primeros textos) contempla impávido desde el palco escénico.
Estoy tratando de concluir de modo elemental y provisorio sobre las consecuencias de cruzar los mecanismos y aspectos de la alienación, tal como es elaborada en “Posición del inconsciente” y expuesta más detalladamente en los Cuatro conceptos, con la tradición psicopatológica freudiana.

Pero este ejercicio puede y debe ser profundizado en otras direcciones. De hecho, es fácil advertirlo, Lacan trasladó sus descubrimientos iniciales a la consideración psicopatológica.
Pero esta operación de traslado cesó pasado el tiempo de los primeros seminarios.
¿Alguien se preguntó, pongo por caso, cómo operan el “O yo no pienso o yo no soy” en la neurosis obsesiva? O bien si el cuadro de los afectos del seminario La angustia excede en sus determinaciones al ámbito de la neurosis.
¿Cuáles son las consecuencias psicopatológicas de la emergencia, en la última época de Lacan, de la noción de lalangue?
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1.      En griego enérgeia se opone a ergon, la primera designa lo que en el vocabulario latino se denomina natura naturans (naturaleza naturante), el segundo natura naturata (naturaleza naturada). Ambos afijos pospuestos oponen claramente actividad a pasividad.

2.      Estos esquemas figuran textualmente en el seminario XVI de Lacan.