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viernes, 5 de septiembre de 2014

Dilemas de la psicopatología Por Juan Bautista Ritvo

Dilemas de la psicopatología
          Por Juan Bautista Ritvo
 Imago agenda nº 181. Junio de 2014. Consultado el 4/09/2014  


Tiempo atrás, me empeñé en defender la psicopatología analítica contra sus adversarios. Me parecía antes y me parece ahora, que el rechazo aristocrático de sus categorías (por más defectuosas que sean) conduce a entregarse no a la singularidad, por otra parte vuelta término fetiche, sino a los discursos psicológicos dominantes que van desde un hedonismo cercano al cinismo hasta el simple y eficaz recurso sacrificial al furor curandi.
Sin embargo, advierto que en lo esencial, los psicoanalistas seguimos en el pantano y en su sordo confort.

Hay múltiples particularidades que no sabemos en qué generalidad incluir, el campo de las psicosis queda reducido, salvo en esfuerzos aislados que hay que destacar, a un reverso negativo de la neurosis, la melancolía produce incidencias transversales que perturban las clasificaciones rígidas, siempre se vacila en, pongo por caso, hacer de un obsesivo la neurosis obsesiva misma o bien en un brusco movimiento inverso expulsarlo bajo caución de singularidad de los esquemas generales los cuales, han ignorado la dimensión dinámica que Freud elaboró tan compleja y problemáticamente en Inhibición, síntoma, angustia.
Y ni qué hablar de la relación crítica que se impone entre estructura e historia.
En este punto todos nos movemos a los manotazos…

Hace ya muchos años –siglos– Schelling había distinguido con precisión en un proceso, la actividad de transformación que genera un producto, de este último ya objetivado y congelado. La actividad –sea la que fuera, aunque me finque por razones obvias en la subjetividad– se despliega en el seno de resistencias sin las cuales no existiría como proceso en acto.
Ahora bien, la resistencia puede terminar ahogando cualquier despliegue: de vía de posibilitación y a la vez de obstáculo –ambos a una– se puede imponer el impedimento y la energía1 así se convierte en lo que el psicoanálisis suele designar de manera no demasiado mala “viscosidad libinal”.

Se advierte: visto desde nuestro presente, el vocablo freudiano “energía” designa en hueco el sitio del sujeto, no sólo porque Freud trata a la noción como una intensidad no cuantificable, sino porque al transformarse en angustia aflora como algo que está más allá de las determinaciones sintomáticas; y de las cuales, conviene no olvidarlo, es causa.
Es que en la metapsicología de Freud la represión tiene una peculiar dialéctica: produce ambiguamente un efecto de determinación psíquica inconsciente que, al superar un cierto umbral de intensidad, genera una inversión: el exceso de determinación localiza una determinación que indetermina.
En este punto lo que desde nuestra actualidad teórica leemos es el sitio de emergencia de un sujeto igualado provisoriamente a energía libre de derivaciones cuya máxime pero no única vía de manifestación es la angustia –más asimismo el impedimento, el embarazo, la emoción–.

Mas la metáfora de la energía es insuficiente, salvo que unamos su aspecto etimológico que pone el acento sobre la acción, con la reflexividad implícita en la demanda, en la que el sujeto se pregunta qué desea el Otro al tiempo que interroga a éste sobre cuál es su deseo: “Me pregunto qué deseas”, se invierte en “Te pregunto acerca de qué deseo yo”.2
Toda vez que el sujeto interrumpe el flujo (pensado como metonimia en otros registros) para demandar, se establece un intervalo de indeterminación en el cual asoma la peculiaridad del sujeto.
Peculiaridad que si bien se descuenta de las categorías nosográficas, lo hace tras pasar por ellas. Quiero decir: hay modalidades generales de activar el mecanismo de la demanda y que tienen que ver, fundamentalmente, con la posición del sujeto con respecto a esa casi-nada que él es.

La histérica, sus actuaciones en particular, continuamente señala –enseña– el vacío que la constituye como sujeto y que la separa de ese abismo que para ella constituye el fantasma de la Otra incastrable. Y mientras se separa encarnando para el hombre y más allá de él la posición viril, permanece en una constante y dramática tensión tomada entre la sustancialidad femenina y la vacuidad viril que el hombre deja caer.
Del otro y complementario lado, el neurótico obsesivo quiere reducir el núcleo de indeterminación hasta clausurarlo. Y cuando no tiene más remedio que admitir que el sujeto en tanto sujeto es una cuasi nada, se empeña en reducir el punto ciego de la subjetividad a la dimensión de un objeto, ese objeto que él (ya conocemos esta descripción tan bien articulada por Lacan desde sus primeros textos) contempla impávido desde el palco escénico.
Estoy tratando de concluir de modo elemental y provisorio sobre las consecuencias de cruzar los mecanismos y aspectos de la alienación, tal como es elaborada en “Posición del inconsciente” y expuesta más detalladamente en los Cuatro conceptos, con la tradición psicopatológica freudiana.

Pero este ejercicio puede y debe ser profundizado en otras direcciones. De hecho, es fácil advertirlo, Lacan trasladó sus descubrimientos iniciales a la consideración psicopatológica.
Pero esta operación de traslado cesó pasado el tiempo de los primeros seminarios.
¿Alguien se preguntó, pongo por caso, cómo operan el “O yo no pienso o yo no soy” en la neurosis obsesiva? O bien si el cuadro de los afectos del seminario La angustia excede en sus determinaciones al ámbito de la neurosis.
¿Cuáles son las consecuencias psicopatológicas de la emergencia, en la última época de Lacan, de la noción de lalangue?
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1.      En griego enérgeia se opone a ergon, la primera designa lo que en el vocabulario latino se denomina natura naturans (naturaleza naturante), el segundo natura naturata (naturaleza naturada). Ambos afijos pospuestos oponen claramente actividad a pasividad.

2.      Estos esquemas figuran textualmente en el seminario XVI de Lacan.

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